A ustedes que me escuchan les digo: amen a sus enemigos, hagan bien a los que los odian; bendigan a los que los maldicen y rueguen por los que los calumnian. Al que te pegue en una mejilla ofrécele también la otra, y al que te quite el manto no le niegues tampoco la túnica. Da a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames. Como quieran que hagan los hombres con ustedes, háganlo de igual manera con ellos.
»Si aman a los que los aman, ¿qué mérito tendrán?, pues también los pecadores aman a quienes les aman. Y si hacen el bien a quienes les hacen el bien, ¿qué mérito tendrán?, pues también los pecadores hacen lo mismo. Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tendrán?, pues también los pecadores prestan a los pecadores para recibir otro tanto.
Por el contrario, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada por ello; y será grande su recompensa, y serán hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y con los malos. Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso.
(Lc 6, 27-36)
LA CARIDAD ES EXIGENTE PERO SIEMPRE ES VOLUNTARIA
Algunos, al escuchar palabras como estas piensan: “¡qué exigente!” Como si todo eso se hiciera por obligación, por imposición, como contra la propia voluntad… Una especie de “ni modo”, o “no queda de otra”, o como si se atendiera al prójimo como a contrapelo o incluso con un poco de asco…
¡No pueden estar más equivocados! La caridad es exigente, pero siempre es voluntaria. Además, la verdadera caridad sólo es caridad cuando la mueve el sentido más profundo: el amor. Es que son lo mismo caridad y amor…
Por eso la exigencia, cuando es por amor, es una exigencia alegre.
SANTO ITALIANO
Pier Giorgio Frassati (Marzo 2023, con Él, José Luis Retegui García)
Te comparto el ejemplo de Pier Giorgio Frassati, este santo italiano canonizado junto a Carlo Acutis. Me da la impresión que todos hablan de Carlo y al pobre Pier Girogio lo tenemos relegado como a un segundo plano… Más razón para hablarte de él.
Pier Giorgio Frassati, a quien algunos llaman el hombre de las 8 bienaventuranzas, era hijo de un alto diplomático italiano. Este joven pasaba de las prebendas de la alta clase social, porque consideraba que su sitio estaba junto a los más pobres de entre los pobres.
Desde los tiempos en que su padre era embajador en Berlín, relata su hermana que: “cuanto mi hermano podía ahorrar o recoger de la mesa de la hospedería de la embajada lo repartía entre sus protegidos. Otras veces sacaba las flores de los salones de la embajada, para llevarlas y ponerlas sobre los ataúdes de los pobres. Iba de una casucha a otra. Volvía de paso a casa, tomaba un café y escapaba a un hospital. Volvía por la noche cansado, pero satisfecho”.
¡Vaya ejemplo!
Cuando vuelven a Turín se matricula en ingeniería de minas por su deseo de estar cerca de los mineros, trabajadores de vida penosa en aquel tiempo.
Compatibiliza sus estudios con una intensa vida de servicio a los más necesitados ingresando en la rama de voluntariado joven de las Conferencias de San Vicente de Paúl.
Pide dinero en casas pudientes y en las colas de los teatros; como si él fuera el indigente. A veces llegaba a almorzar a casa empapado de sudor porque ahorraba el billete de autobús para emplearlo en donativos.
Por las tardes, realiza frecuentes visitas para repartir comida y medicinas a los pobres. “Transportes Frassati”, le apodaban en broma sus amigos por todas estas idas de arriba abajo repartiendo cosas y visitando gente.
En exámenes, los mendigos llamaban a su casa y a ninguno dejaba sin atender. Se obstinaba en quedarse en Turín en pleno verano, cuando el calor era agobiante. La excusa era terminar algunos trabajos para la universidad, pero la verdadera razón era reemplazar en el servicio de los pobres a los compañeros de las Conferencias que se iban de vacaciones.
Giorgio disfrutaba de un exuberante tren de vida sin emplear un céntimo en lujos. Quien lo da todo a los demás es quien verdaderamente “vive como Dios”.
LA EUCARISTÍA DIARIA
Pero ¡ojo!: el combustible para tantas obras de caridad se lo proporcionaba la sagrada comunión. Desde los diecisiete años se propuso (y cumplió) asistir diariamente a la Santa Misa. Era el centro de su jornada, procuraba llegar a la iglesia un tiempo antes para prepararse interiormente. Si no había monaguillo, Giorgio asistía orgulloso al sacerdote.
Gran aficionado a ir a la montaña con sus amigos, sus excursiones las descartaba si no era posible asistir a Misa en esos lugares porque, como repetía frecuentemente: “lo primero es lo primero”.
Sus innumerables obras de caridad eran un humilde retorno del amor inmenso que Jesús derramaba en su alma en cada comunión:
“Cada día me visita Cristo en la Eucaristía, y yo trato de devolverle como me es posible, haciendo la caridad”.
A decir verdad, el verdadero obsequio que deseaba repartir era el mismo Jesús que llenaba su alma.
Por eso confesaba: “prefiero llevar yo mismo los paquetes a los pobres, pues así puedo infundirles ánimos y darles esperanzas de que la vida cambiará pero, ante todo, convencerlos para que ofrezcan sus sufrimientos y para que vayan a Misa”.
Una vez viajaba en el autobús con una sonrisa de oreja a oreja, como un niño con zapatos nuevos. Nunca mejor dicho, porque llevaba una bolsa con unas zapatillas para un niño pobre que andaba descalzo, y a quien su madre no le dejaba ir a las catequesis por ese motivo. El muchachito se puso tan contento que ni le salían las palabras para darle las gracias. Giorgio le dijo:
“Ahora debes ir al Oratorio todos los domingos, mañana y tarde. Ya tienes los zapatitos; he dado tu nombre y apellido: allí te conocen y te esperan”.
IMITAR A CRISTO
Al imitar a Cristo se produce un doble contagio. Transmites a los demás tus bienes y alegría y, a cambio, se te pegan en el alma sus penas y preocupaciones. En Giorgio esa infección fue también física.
Con 24 años contrajo una poliomielitis fulminante. Cuando se quieren dar cuenta, los médicos le dan pocos días de vida.
La caridad no cesa cuando Giorgio apenas se puede mover. Apura hasta el último segundo. El día de su fallecimiento, narra una de sus biografías: “sacó con mucha dificultad de uno de los bolsillos un papel, que era un bono del Monte de Piedad, y dijo a su hermana que se lo llevara a un amigo, y que le pidiera que pagara en su nombre el dinero para que le entregaran un objeto que un pobre había entregado en prenda.
También sacó del bolsillo una caja de inyecciones, y escribió en una tarjeta la dirección del destinatario, con mucha dificultad, porque la parálisis había avanzado mucho. La caligrafía era casi ininteligible, pero quiso escribirla él mismo”.
La verdad es impresionante, ¡estos son los santos!
SELECTA ARISTOCRACIA DE LA CARIDAD
A los ojos de Dios, la “jet set” no la forman quienes gastan su dinero en vestidos y joyas de lujo. Por medio de las obras de misericordia, la Iglesia nos anima a abandonar una vida cristiana de clase media, para formar parte de la selecta aristocracia de la caridad.
Y eso es lo que nos pides Tú, Jesús en el evangelio de hoy:
Da a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames. (…) Si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tendrán?, pues también los pecadores prestan a los pecadores para recibir otro tanto. (…) Hagan el bien y presten sin esperar nada por ello; y será grande su recompensa, y serán hijos del Altísimo.
(Lc 6, 30-35)
A ver, si alguien nos puede decir que esto es totalmente cierto, es Pier Giorgio Frassati; se lo pedimos hoy y se lo pedimos también a través de Santa María, nuestra Madre a la que él también le tuvo muchísimo cariño.
Deja una respuesta