SANTA, JUSTA E IRREPROCHABLE
La Primera Carta de San Pablo los Tesalonicenses que estamos leyendo estos días en la Liturgia que nos propone la Iglesia, nos habla de un tema que creo que vale la pena hacer oración.
Dice:
«Recuerden hermanos, nuestro trabajo y nuestra fatiga, cuando les predicamos la buena noticia de Dios. Trabajábamos día y noche para no serles una carga.
Y nuestra conducta con ustedes, los creyentes, fue siempre santa, justa e irreproachable. Ustedes son testigos y Dios también».
San Pablo, habla de ese viaje que había tenido, de predicación larga en ese territorio de tesalónica, en donde había dado siempre esa claridad de su doctrina y nunca siendo graboso. O sea, pidiendo dinero a los que lo escuchaban. Sino que él trabajaba.
“Nuestra conducta con ustedes fue siempre santa, justa e irreprochable”.
Y luego pone como este dato adicional, que me parece interesante.
«Lleven una vida digna del Dios que los llamó a su Reino y a su Gloria».
Y finalmente dice,
«Nosotros por nuestra parte, no cesamos de dar gracias a Dios, porque cuando recibieron la palabra que les predicamos, ustedes la aceptaron no como palabra humana, sino como realmente es la palabra de Dios que actúa en ustedes los que creen».
DIOS, ARTIFICE FINAL
Señor, hoy escuchando estas palabras, nosotros también queremos tener esa misma confianza en esta predicación Tuya, que escuchamos y que nos llega a través de la Carta a los Tesalonicenses.
Nos damos cuenta que Tú quieres estar con nosotros y nos has hablado a través de todos estos hagiógrafos, o sea, los que recibieron tu palabra y la pusieron por escrito.
Que se escribe de distintas formas y la Biblia tiene muchos orígenes. Todos, sin embargo, han sido siempre alentados por Dios. O sea, Dios es su final artífice.
Cada uno de los libros que compone la Sagrada Escritura, con su proceso de composición, quizás hayan participado más personas, o hayan sido algunas visiones fulgurantes, como puede ser el Apocalipsis, o una recolección de historias, como puede ser el Génesis.
O algo mucho más poético, como puede ser los Salmos. Cada uno de ellos ha sido querido por Dios concretamente para revelarnos parte de su mensaje.
Dentro de las Sagradas Escrituras, lo más importante, por supuesto, es el Nuevo Testamento. Y dentro del Nuevo Testamento lo que más brilla son los Evangelios.
Ahora, qué importante es que le demos ese espacio en nuestra vida, para leer los Evangelios.
No con precipitación, sino al contrario, con delicadeza, intentando hacernos cada vez más nuestros la vida de Cristo.
EL CIEGO BARTIMEO
Siguiendo este consejo de san Pablo, que llevemos una vida digna del Dios que nos llamó a su Reino y a su Gloria, y por eso hay que aceptar estos textos, no como palabra humana, sino como lo que realmente es, como Palabra de Dios que sigue trabajando en nosotros.
Esto me recuerda a la historia de Bartimeo. Me la encontré un poco novelada, creo que vale la pena. Dice: «Hace muchos meses que ha oído hablar del Mesías, desde entonces aguarda a su paso. Se gana la vida pidiendo limosna, sentado ahí, junto al camino.
Todos le conocen y con frecuencia, conversan con él, le hacen compañía. Él es ciego de nacimiento. Y así se la pasa la vida como a tantos, sentados, ciegos, aguardando limosnas de polvo».
Muchos buenos creen estar en el camino del Señor y lo están, pero sentados, y ciegos pues creen que ven y no ven. Con iguales disposiciones, los que quieren, los que ansían, los que buscan, no es más que polvo y como el ciego del camino, permanecen con su mano extendida día tras día, siempre.
El ciego ha escuchado el paso de Cristo, el ruido de los que le siguen, y le ha preguntado, ¿quiénes eran?
Y habiendo oído pues, que era Jesús Nazareno, el que venía, comenzó a dar voces diciendo:
«Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí».
TEN MISERICORDIA DE MI
Esa era su oración. Sus voces, desde la cuneta del camino, se oyen por todo el pueblo. Todos vuelven sus ojos hacia Bartimeo, mientras andan porque Jesús no se detiene.
Él se sabe ciego. Cree que hay una luz que nunca ha visto y pide misericordia. La humildad de su oración es manifiesta, y no le importa el concurso de la gente, ni humillarse en presencia de todos.
Nos enseña la primera condición de la oración. Una y otra vez insiste en la llamada. Entre sus voces escucha los pasos incesantes de la comitiva que no se detiene.
Por eso, cada vez grita con más deseo, humilándose si cabe más. No quiere que se le pase esa oportunidad. Grita porque confía. Y confía a pesar de que Jesús no se detiene…
Y al oír al ciego (¿cómo nos tiene que dar ganas de gritarle por tantas y tantas cosas con la misma humildad, con la misma confianza a Jesús?), observamos que riñen a Bartimeo…
Algunos que siguen a Cristo, le riñen para que se callara. Son los prudentes. Le dan argumentos: —Cállate, conformate con tu suerte. ¿Qué afan de hacer relajo?(…)
Sin embargo, él alzaba mucho más el grito. Superaba las murallas de las dificultades que se le oponían.
«Hijo de David, ten compasión de mí».
ORACIÓN CON PERSEVERANCIA
Y por encima de las críticas de los mediocres, se levanta el grito del que confía. Bartimeo persevera en su oración, porque confía.
A pesar de que los hombres se lo impiden, a pesar de que no se interrumpen los pasos del Señor, sigue gritando con la pasión del que sabe que Cristo pasa junto a Él y puede ser que no vuelva.
De repente, una alegría:
—¡Levántate, que te llama!
Y por supuesto, Bartimeo se pone de pie de un brinco. Tira la capa y se va corriendo a ciegas, levantando polvo en su carrera, tropezando, tal vez… Y llega hasta Cristo, jadeante.
Piensa en tantos ciegos que se quedaron sentados en la vera del camino, no porque no escucharon los pasos de Jesús y de los que le siguen, sino que, de algún modo, oyeron pero se quedaron sentados.
Él, en cambio, tira la capa, y cuando se acerca a Jesús, le pregunta:
«¿Qué quieres que te haga?»
Piensa en mi querer. Esa pregunta es incisiva, es una invitación a un querer puro, a un querer de verdad.
El ciego ha oído la imponente palabra de Dios, palabra por palabra. Su corazón late de prisa.
Con lo cual le responde:
«Señor que vea».
Y mi pensamiento es rápido, pero más ha sido el de Bartimeo en contestar.
Jesús le dice:
«Anda, tu fe te ha curado. Y vio al momento».
Esta es la palabra de Dios. Jesús es la palabra de Dios, viva, que le responde a Bartimeo, «Anda, tu fe te ha curado».
ESCUCHAR LA PALABRA DE DIOS
Cuando nos esforzamos por ir a las Escrituras, por leer como realmente se debe la Palabra de Dios que se nos dirige a nosotros.
Y muchas veces escucharemos las mismas palabras que escuchó Bartimeo: “Anda, que tu fe te ha curado”. Y nos curará de esa falta de fortaleza o de esa falta de fe, inclusive que le estamos pidiendo cada vez más.
La palabra de Dios es infinita, la palabra de Dios es todopoderosa. Escúchala como tal, escúchala en tu interior. Y el Señor, al igual que Bartimeo, nos dirá que nuestra fe nos ha curado, porque hemos escuchado su Palabra, como palabra realmente de Dios.
Esto es lo que nos trae san Pablo cuando nos dice, que tenemos que escuchar la palabra de Dios.
Qué importante, aceptarla no como palabra humana, sino como lo que es realmente Palabra de Diosque actúa en nosotros.
Vamos a pedirle a la Virgen María que nos ayude a creer cada vez más en la Palabra de Dios.
En seguir como Bartimeo, esas oportunidades para acercarnos a Jesús y pedirle que nos dé más fe, que nos ayude a ver. Y Él nos dirá:
«Tu fe te ha salvado».
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