Al prójimo más cercano es al que tenemos que querer antes y a las personas que Dios pone en nuestro camino.
Debemos evitar las críticas y ver el lado positivo de las personas. Debemos evitar rigideces, ser anancásticos o perfeccionistas. Dios ordena nuestro corazón amándonos.
«Un sábado Jesús caminaba por medio de un sembrado y sus discípulos arrancaban y comían espigas.
Unos fariseos decían: “¿Por qué hacen el sábado lo que no está permitido?”»
Luego Jesús les dijo:
«El Hijo del Hombre es el Señor del sábado»
(Lc 6, 1-5).
Dios nos hace ver que lo más importante es que haya orden en el corazón. Un corazón ordenado es un corazón que tiene capacidad para saber lo que hay que hacer en cada momento. Amando se puede saber lo que hay que hacer.
El orden del amor es el mejor orden, porque lleva implícita una jerarquía de valores correcta y acertada.
Si no hay amor, el orden sería ilógico, obedecería a caprichos, a manías, hacer por hacer para cumplir con una rutina o porque así está establecido, como esos carteles que dicen «silencio» y uno se calla porque lo dice el cartel y no por la virtud de no hacer bulla en aquel lugar donde debe haber silencio, aunque no exista el cartel.
EL ORDEN POR AMOR
La conducta de las personas muchas veces responde al cumplimiento de un reglamento, de unas instrucciones, de unas costumbres, de algo que hay que hacer porque hay que hacerlo y no al amor que esa persona debe tener y a las virtudes que se desprenden de ese amor, como la virtud del orden, por ejemplo. El orden por amor.
Cuando vivimos la puntualidad es porque respetamos el tiempo de las personas que nos esperan y no porque es la hora a la hora que tengo que llegar.
No es la hora por la hora, sino son las personas la motivación de nuestra puntualidad. Me están esperando esas personas, no las puedo hacer esperar.
Es el amor a las personas lo que me hace ser puntual. El Papa Benedicto XVI decía que:
“hay muchos que son fieles a las estructuras eclesiásticas y no son fieles a Dios”.
Podemos percibir personas empeñadas en cuidar estructuras, reglamentos, costumbres, que no tienen una cercanía a las personas. Son personas rígidas, apegadas a la letra. Su relación con el prójimo es sólo una exigencia para que cumplan con algo. Suelen tener un prójimo sumiso a lo que ellos dicen, a lo que se debe hacer. Y siempre están recordándole a la gente: “tienes que hacer esto, tienes que hacer esto otro”. Ejercen un mandato que muchas veces roza con el autoritarismo, con una presión que es indebida, porque les quita la libertad a las personas.
Así eran los fariseos que vemos en los evangelios. Eran conocedores de la Ley y censuraban constantemente a las personas que no la cumplían.
El corazón de los fariseos estaba lejos de Dios, porque lo que se veía en ellos era una falta de comprensión con el prójimo. Ellos no amaban a su prójimo, sólo lo calificaban de un modo peyorativo.
SEPULCROS BLANQUEADOS
Hay mucha gente que vive quejándose habitualmente de su prójimo. Se quejan de sus hermanos, se quejan de su familia, se quejan de sus amigos. Siempre están viendo la paja en el ojo ajeno y van buscando pruebas para descalificar a alguien y tacharlo: “Esta persona debe irse, debe salir, no debe venir…”
El Señor les llama a los fariseos sepulcros blanqueados, porque igual que los sepulcros, por fuera son muy hermosos, están pintaditos, bien arreglados, pero por dentro está todo descompuesto y les dice a los discípulos que no sean como los fariseos porque ellos
«dicen lo que se debe hacer, pero no lo hacen»
(Mt 23, 3).
Hoy encontramos personas que hablan de la moral, de vivir de una manera virtuosa, honestamente diciendo la verdad y luego descubrimos que son sólo palabras, porque su vida va por otro lado. No todas las personas lógicamente, pero sí hay muchas personas con doble vida, con hipocresía; se muestran de una manera y son otras.
San Josemaría nos hacía ver lo importante que era la unidad de vida: ser la misma persona las 24 horas del día; ser la misma persona con todas las personas, en todos los ambientes, en todas las circunstancias; no tener doble vida, doble discurso o una conducta variable que va cambiando como el camaleón que cambia de colores según la ocasión.
El beato Álvaro del Portillo decía que no podemos ser como los letreros que dicen por dónde hay que ir, pero ellos ni se mueven, se quedan en el mismo lugar. Nosotros no podemos ir diciendo cosas de lo que tienen que hacer los demás y nosotros quedarnos ahí como un letrero parados.
COHERENCIA DE VIDA
Dios nos pide una coherencia de vida. En los evangelios vemos la diferencia entre el buen pastor y el mercenario.
El buen pastor es el que conoce a cada una de las ovejas y las ovejas le conocen a él. El buen pastor es el que está dispuesto a dar la vida por las ovejas. Está dispuesto a morir por las ovejas, porque las quiere, porque las ama.
En cambio, el mercenario es un empleado que cobra su sueldo y lo que busca es su beneficio propio. Y como no ama, no ama a las ovejas, las descuida, entonces vienen los lobos y terminan con todo el ganado.
El mercenario sería como un fariseo que conoce los reglamentos, que quiere que se vivan esas leyes, pero no quiere a las personas. Está allí para cumplir, para quedar bien con los jefes.
Qué importante es conocer bien. Conocer bien a Dios para amarlo y conocer a Dios para conocer a las personas que debemos amar.
El conocimiento no se tiene por el sentimiento o por la subjetividad: lo que yo pienso, lo que yo siento, lo que a mí me parece. El conocimiento se tiene por la verdad, por la objetividad. Y la verdad la ha revelado Dios. Dios nos dice la verdad. Cristo dice:
«Yo soy el camino, la verdad y la vida»
(Jn 14, 6).
LA PALABRA ES LA VERDAD
Cristo es esencial para conocer la verdad. Cristo predica la Palabra. La Palabra es la verdad. Y tenemos que conocer la Palabra para conocer a Cristo. Cristo funda la Iglesia, le da a Pedro el poder de las llaves y tenemos que conocer y querer a la Iglesia, la Iglesia que está asistida por el Espíritu Santo, la Iglesia que es el cuerpo místico de Cristo; es el Arca de salvación.
Los sacerdotes no predicamos ideologías, tampoco nuestras opiniones. No estamos transmitiendo una teoría. Los sacerdotes predicamos a Jesucristo y Jesucristo es la verdad.
Es verdad que Cristo está presente y es verdad lo que dice.
Jesucristo no viene para arreglar un problema social. Jesucristo viene para hablarnos del Reino de los Cielos y conseguir que todas las personas se salven. Predica lo que es necesario para salvarse. Por eso instituye los sacramentos que son camino de salvación y funda la Iglesia que es el Arca de salvación.
La Iglesia nos convoca para darnos la Palabra de Dios y para darnos los sacramentos. Y la Virgen María nos convoca para llevarnos a Jesús.
“A Jesús se va y se vuelve por María”
(San Josemaría, Camino 495).
Qué importante es esa cercanía a Jesús, escucharle bien para hacer la voluntad de Dios, para querer lo que Dios nos transmite y esa misión que también nos da a cada uno de nosotros para fructificar nuestros talentos, para ser útiles en esta vida, en este mundo y de la mano de Dios ir con muchos por el camino que va hacia el Reino de los Cielos.