CORPUS CHRISTI
Ayer fue la solemnidad del Corpus Christi, y no quiero que pase esta fiesta así de rápido. Ya pasó también la solemnidad de Pentecostés y la fiesta de la Santísima Trinidad.
Y ahora ésta ya pasó, fue ayer. Pero en algunos lugares del mundo, ésta fiesta se sigue celebrando durante toda una semana, conocida como la octava del Corpus Christi, porque un día es poquito, pasa rápido.
Así es el tiempo, el tiempo es un tirano. Y un día pues se nos esfuma muy rápido, queremos seguir contemplándote, Jesús en la Eucaristía.
Porque es una gran alegría tenerte entre nosotros, vivo, con ganas de alimentarnos, de acompañarnos, de iluminarnos también, de decirnos tantas cosas que nos servirán muchísimo para nuestra vida y para nuestra eternidad.
Meditando sobre la Eucaristía en estos días me encontré con unas palabras, La presencia de Jesús en la Eucaristía.
Ante esa verdad maravillosa; y que pensemos que ¡ah pues ok, Jesús está en la Eucaristía y ya está!... Así como si fuera una cosa más que hay en el mundo.
Y no, este hombre nos dice, “la hostia es en sí misma el centro del mundo y la razón de la historia, la explicación última de todo. El principio y el fin de cuánto somos y hacemos”.
DIOS: EL PRINCIPIO Y EL FIN
Cuando las leí me gustaron mucho y las volví a leer y otra vez la volví a leer y para preparar esta meditación fui al libro donde estaba, donde las encontré y las quise copiar para esta meditación.
“La hostia es en sí misma el centro del mundo y la razón de la historia, la explicación última de todo, el principio y el fin de cuántos somos y hacemos”
(Ricardo Sada Fernández, ¡Señor mío y Dios mio!).
Y efectivamente pues es que en la hostia estás tú, Jesús, tú eres Dios, Dios pues Dios es el principio y el fin de todo, por supuesto, pero no es Dios, sino más, sino que es Dios después de haber creado.
Después de que el hombre pecó y de que Dios se hizo hombre para redimirnos; también después de que murió, resucitó, subió al Cielo y está presente en la Eucaristía.
Así que, ahí se nos explica quiénes somos, lo que valemos cada uno de nosotros, que vale toda la sangre de Cristo.
Tú, Señor, para Ti somos tan valiosos, que vienes, te haces hombre, mueres por nosotros y estás con ganas de entregarte a cada uno de nosotros, de borrar nuestros pecados.
No te importa qué grande ser nuestros pecados porque nos amas más y quieres borrarlos, quieres justificarnos, elevarnos para que nos podamos unir Contigo ahora aquí en la tierra, en la comunión, pero una unión eterna, una unión en la eternidad contigo para siempre en el Cielo.
MORIR DE AMOR
Esa es nuestra vocación, la santidad. Y es algo maravilloso y nos muestra el amor infinito que Dios tiene hacia nosotros. Es como para morir de amor.
¿Qué te parece esa expresión? Morir de amor. Que puede parecer un poco trillado en algún ambiente.
Morir de amor en el ambiente romántico y de canciones de amor. Es que antes se cantaban esas cosas en las canciones de amor, ahora ya se dicen otras cosas, que no son amor precisamente.
Bueno, pues “morir de amor». Que pensándolo bien, pues a veces no está tan padre morir de amor. Porque si es un amor no correspondido, uno muere de dolor y tristeza, porque no ha habido correspondencia.
Pero también se puede morir de amor y eso es lo que nosotros queremos subrayar, de un amor que es tan grande, que es tan dichoso, que es tan feliz, pues que es morir de felicidad.
Porque es un amor real, un amor dado y un amor recibido, un amor consumado, un morir de felicidad.
PRESENCIA EUCARÍSTICA
Y hablando de esto, me encontré también una historia (de una historia muy antigua), del siglo XIII.
Era un señor que se llamaba Egano y su esposa Castora. No podían tener hijos. Rezaron y pidieron a Dios y Dios les concedió una hija que le pusieron el nombre de Imelda.
Pues Imelda era una niña muy buena, linda, obediente, que gustaba de rezar y era muy piadosa, quería mucho a la Virgen y pero algo que le movía muchísimo en el Sagrario y sentía un gran deseo de comulgar.
Por entonces las normas canónicas no permitían recibir la Primera Comunión antes de los 12 años, ahora los niños la reciben un poco más pequeños.
Imelda experimentaba tan vivamente la presencia eucarística que se preguntaba cómo sería posible no morir de amor cuando recibiera el pan de los ángeles.
Reiteradamente imploraba que le permitiera comulgar, pero su edad se lo impedía.
Solía preguntarse: ¿puede alguien recibir a Jesús en su corazón y no morir de felicidad? ¿Puede alguien recibir a Jesús en su corazón y no morir de felicidad?
MORIR POR JESÚS
Señor, yo te recibo tantas veces y me distraigo y no muero de felicidad. Quizá a veces no experimento más felicidad después de haberte recibido porque me falta amor.
Señor, dame ese amor para estar tan convencido como esta pequeña, que a su tierna edad se preguntaba estas cosas y tenía tantos deseos de recibirte.
(Continuando con la historia)… En una ocasión fue a la misa y después de la comunión, ella no pudo comulgar porque era pequeñita, y se quedó ahí con esos deseos de recibir a Jesús.
Hubo un prodigio, un milagro. Después de que terminó la misa, una hostia se llenó de luz y como que se dirigía hacia ella porque se movía. Y el padre entendió, porque conocía los deseos de esta niña, y quizá en su oración había hablado con Jesús algo de esto.
El punto es que el sacerdote tomó la hostia y se la dio a la niña, quien comulga.
La niña cerró los ojos, juntó sus manos e inclinó la cabeza. Parecía dormida, pero poco a poco su color rosado se transformó en blanquecino.
Los presentes adivinaron pronto lo que sucedía, se acercaron a ella, la llamaron, la movieron. Había muerto, ¡muerto de amor por Jesús!… Así tal como había imaginado.
PUREZA, HUMILDAD Y DEVOCIÓN
Pues es dramático esto y nos puede asustar un poco, pero es que es el amor. Es la verdad del amor. El amor es algo muy serio, el amor de Dios.
Es lo más absoluto, lo más grande que hay, la causa de toda esta realidad y un amor que se dirige a cada uno de nosotros, que se hace presente y se hace realidad en la Eucaristía.
Señor, yo quisiera amarte como esta niña. Por eso en la comunidad espiritual, que es esta oración tan bonita y decimos a Jesús:
“Yo quisiera Señor recibirte con aquella pureza, humildad y devoción con que te recibió tu Santísima Madre”.
Pensábamos mucho la Virgen, en esas virtudes que ella tiene. Pero también decimos: “Con el Espíritu y fervor de los santos…”.
“El Espíritu y fervor de los santos”, Es que hay tantos ejemplos a lo largo de la historia, de gente que ha comulgado con muchísimo deseo y con mucha devoción. Con mucho fervor y poniendo mucha atención.
Pues Señora, ayúdame a tener esas disposiciones, a mejorar cada día, a recibirte cada vez con mayor amor, hasta que esa unión sea para siempre en el Cielo…
Y que sea una antesala de esa unión que tendremos para siempre en el Cielo.
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