Hoy te propongo que hablemos con Jesús sobre la figura de Moisés, quien se dejó guiar por Dios aún en medio de incertidumbre, en medio de situaciones que parecían contradecir los sueños de Dios para el pueblo.
No nos podemos perder las Misas de estos días, no quiero hacer spoiler, pero en las primeras lecturas de los próximos días, vamos a escuchar la historia de Moisés.
De hecho, ya empezó ayer con el edicto del faraón, que dice cualquier niño que nazca hay que matarlo.
Bueno, hoy nos cuenta el libro del Éxodo:
Un hombre de la tribu de Leví se casó con una mujer de su tribu. Ella concibió y dio a luz un niño. (Ex 2, 1-2)
Claro, ya estaba el edicto y nace ese niño en un momento límite, porque el faraón en efecto, había decretado matar a los varones hebreos.
EN UNA SESTA LO TIRARON AL RÍO
Dice el Éxodo:
“Lo tuvieron escondido tres meses. Pero no pudiendo retenerlo y tenerlo escondido por más tiempo, pues tomaron la decisión de meterlo en una cesta de mimbre, colocarlo en ella y depositarlo entre los juncos, junto a la orilla del río Nilo. La hermana de ese niño observaba a la distancia para ver en qué paraba todo aquello. La hija del faraón bajó a bañarse en el Nilo, mientras sus criadas la seguían por la orilla del río, al descubrir ella la sesta entre los juncos, mandó una criada a recogerla. La abrió, miró dentro y encontró un niño llorando. Conmovida comentó: «Es un niño de los hebreos.»” (Ex 2, 2-6)
Aquí vuelve a la escena, me parece a mí, Señor, la persona que planeó todo esto, creo yo que era la hermana de ese niño, no la mama, porque una mama no es capaz de planear meter a su hijo en una sesta y tirarlo por el río.
Pero, de pronto la hermana era un poquito más audaz, y convence a la mamá y así lo hacen.
Entonces, aquí vuelve a la escena esta hermana; porque se acerca a la hija del faraón y le dice:
“¿Quieres que yo vaya y llame una nodriza al niño, de entre las hebreas para que te críe este niño?» Respondió la hija del faraón: «Vete». Fue, pues, la joven y llamó a la madre del niño. Y la hija de Faraón le dijo: «Toma este niño y críamelo que yo te pagaré.» Tomó la mujer al niño y lo crió. Cuando creció el muchacho se lo llevó a la hija del faraón, que lo adoptó como hijo y lo llamó Moisés, diciendo: lo he sacado del agua.” (Ex 2, 7-10)
Pues aquí comienza esa historia de ese niño que se llama Moisés, y ahora Jesús, pienso: ¿Por qué arriesgan la vida del pequeño niño hebreo?
La respuesta puede ser: porque creen que Dios tenía un propósito con ese niño, que confiemos en Dios, aunque la circunstancias no tengan mucho sentido.
Si Dios lo quiere, si Dios lo permite, es voluntad de Dios, si Dios lo quiere, es parte de su plan.
CONFIAR EN DIOS, AUNQUE LAS CIRCUNSTANCIAS NO TENGAN MUCHO SENTIDO.
La madre de Moisés y su hermana, pues actuaron movidas por la esperanza de una promesa y Dios nos las abandonó.
El niño no solamente vivió, sino que creció y fue alimentado por su propia madre, y después lo adoptó la hija del faraón.
Ahí es cuando los hilos invisibles del plan divino se empiezan a entrelazar, ¡Hay un plan divino! Vamos meditando y pensando, si algo de esto ha ocurrido en nuestra vida. Luego Moisés crece y descubre quién es y de dónde viene.
Hace una semana cambié de trabajo, con algo de pena he de decirlo, porque fui feliz los años en los que trabajé en un colegio de niñas.
Donde aprendí tanto, tanto, tanto, y donde recé muy a gusto, y donde me ayudaban a cuidar a Jesús.
Pues ahora soy capellán de una universidad, y pienso en los estudiantes, sobre todo los que van a entrar.
Llegan con oportunidades, con promesas brillantes, pero quizá vayan encontrando situaciones de incertidumbre, que les van a ayudar a preguntarse realmente, para qué han sido llamados a este mundo.
Eso es lo importante. ¡Qué bueno descubrir en una universidad ¿qué estoy haciendo aquí, de dónde vengo, para dónde voy, cuál es la misión que Dios me tiene encomendado?
PREFIERE SER UNO DEL PUEBLO
Fíjate lo que pasa con ese niño hebreo, que fue educado casi por el mismo faraón, comenzó a tener una posición de privilegio, pero su corazón no podía ignorar quién era, de dónde venía ni tampoco el dolor de su pueblo.
Pasaron los años, muchos años, un día cuando Moisés ya era mayor fue a donde estaban los hebreos y los encontró transportando cargas pesadísimas y vio como un egipcio mataba a un hebreo, lo maltrataba hasta que lo mató.
Precisamente un hermano hebreo, uno de sus hermanos, pues no te voy a contar qué hizo Moisés.
Pero Moisés comienza en su corazón, a tener la necesidad de negar que es hijo de la hija del faraón.
Prefiere ser uno más del pueblo, incluso está dispuesto a ser maltratado con su pueblo.
Vio que tener estatus, que tener poder, los privilegios, la comodidad… pues en ese momento su corazón no le pedía eso, el corazón le pedía otra cosa.
Él intuía que la misión iba por otro lado; vincularse con su pueblo, aceptar su propia identidad, aunque significara una renuncia grande a esas comodidades, a esa seguridad.
¿Qué pasa? Que ese acto de rechazo se convierte en un problema, porque lo comienzan a perseguir, y a él le toca huir, le toca alejarse de la normalidad de su vida, del confort de su vida.
¿Qué hizo? Cuenta el Éxodo que se fue a Madián. Podría haber pensado: ¡Pero eso es una locura, un error! ¿Por qué estoy haciendo esto?
LA ZARZA QUE ARDÍA
Pues se va para Madián y justamente en Madián, se encuentra con una zarza que arde.
Pero justamente allí —en silencio, en confianza— Dios le hablará junto a una zarza que ardía sin consumirse. Allí, Dios confirma: Yo soy quien te envía; Yo estoy contigo, Yo soy el que soy.
¿Cuántas veces se presenta en nuestra vida un Éxodo? Y viene la tentación de pensar: “¿dónde está Dios?”.
Sin embargo, esta historia nos enseña algo distinto: Dios siempre está, Dios no desiste, que es fiel, incluso cuando los planes se disuelven.
Señor, escuchando y reflexionando acerca de la vida de Moisés, podemos pedirte: ¡me quiero dejar llevar por Ti!
Y no solamente, rendirme a la complacencia de aceptar todo sin preguntar el por qué.
Se trata de confiar que toda obra y todo lo que pasa, es para bien de quienes aman a Dios, eso dice san Pablo a los romanos
“Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman,” (Romanos 8, 28)
Como Moisés nos toca elegir si seguimos atrincherados en las murallas de los privilegios de la autocomplacencia, de la comodidad o dejarnos descolocar por Dios, por la voluntad de Dios, abrazar la misión que el teje para nuestra vida.
CONFIAR PASO A PASO, COMO MOISÉS
No hay que tener miedo a dejar a un lado una ruta segura, si Dios te está llevando a algo más y si Dios tiene un sueño diferente para ti, aceptarlo, creer, no tener miedo a renunciar a la comodidad
Señor, pero si a veces tengo miedo, desilusión o duda… Moisés: también las tuvo. No nació como líder, sino como un niño, y fue dejado, olvidado, huérfano, adoptado… y tuvo que confiar paso a paso, en lo que dios quería para él.
Dios estaba detrás de cada acontecimiento de la vida de ese hombre, que iba a ser tan importante para el pueblo judío, para el pueblo de Dios.
Dios tiene planes, Dios no nos ha olvidado, no te olvida, y todo obra para bien, vamos a terminar pidiéndole a Jesús:
“Señor, concédenos el don de la fe activa, como la de nuestros padres en la fe, la de Moisés. Permítenos confiar en que Tú llamas, libras, educas y acompañas, incluso cuando los caminos parecen inciertos.
Ayúdanos a dejar los privilegios humanos si Tú nos llamas a otro lugar, y a permanecer firmes cuando Tú nos hablas en la soledad. Que, como Moisés, nos dejemos llevar por tu voz. Amén.”
Se lo pedimos también a nuestra madre, santa María.
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