En su misa inaugural nos decía el Papa León:
“Hermanos y hermanas, quisiera que este fuera nuestro primer gran deseo: una Iglesia unida, signo de unidad y comunión que se convierte en fermento para un mundo reconciliado”.
Primer gran deseo: la unidad, la unidad en la Iglesia.
Justo hace dos días escuchábamos en el Evangelio, Señor, con unas palabras impresionantes que Vos pedías al Padre: que seamos uno, como Vos y el Padre son uno. Nada menos que la unidad que hay en la Trinidad para quienes somos tu cuerpo, para quienes te seguimos.
UN AMOR DE ENTREGA
El Papa también en esa misa de inauguración del pontificado, al hablar de la misión de Pedro que tenía que ser fundamento de esa unidad, hablaba de cómo, para poder llevar adelante su misión, tenía que descubrir el amor que Dios le tiene.
Apoyarse en un amor de Dios que, decía el Papa, es incondicional, porque esa escena se da después de la Resurrección y es la que hoy sale en el Evangelio, estás Vos, Señor, resucitado en la playa, después de esa pesca milagrosa, te vas con Pedro y le preguntás:
«¿Me amas más que estos? y Pedro dice: “Señor, Tú sabes que te quiero”».
Y el Papa explica que la palabra que usas Vos, Jesús, cuando decís:
«¿Me amas?»
es una que designa el amor de Dios que es un amor de entrega, desinteresado, un amor que se ha demostrado en que Vos, Jesús, te diste hasta la muerte por nosotros.
En cambio, la respuesta de Pedro:
«Tú sabes que te quiero»
es un amor más, si se puede decir, humano, el amor de amistad y para que Pedro pueda llevar adelante su misión, tendrá que aprender ese amor de Dios incondicional; tendrá que saberse querido así hasta la muerte, nada menos que por Dios.
UNA MISIÓN
Nosotros, todos, tenemos también una misión. A cada uno, Vos Jesús, nos mirás con cariño, con ilusión, de lo que podemos llegar a servir a tu Reino, aportar a esa unidad de la Iglesia en nuestra familia, en el ambiente que estamos.
El Papa decía que esto sucedió junto al lago donde Vos también, Jesús, habías llamado por primera vez a Pedro a ser pescador de hombres. Primero pescador de hombres, después fundamento de esa unidad de la Iglesia.
Y quizás, hasta tenemos como nuestro lago, nuestro momento, nuestro lugar donde nos llamaste, Señor, a una misión. Puede ser que sea algo así como una conciencia un poco más general que tenemos, de que el ser cristiano nos lleva a dar ese testimonio, a ser fermento de unidad, a servir.
También podemos preguntarnos si yo me puedo apoyar sobre ese fundamento que es un amor de Dios incondicional hacia mí. De tal manera que incluso ese puede ser como, el evangelio, la buena noticia, lo que en realidad en el fondo quisiera transmitir a los demás, a quienes me rodean: en la familia, amigos, en el trabajo; desde lo que hacemos, desde nuestra ocupación.
Qué bueno, Señor, si nos fundamentamos tanto en ese amor que Dios nos tiene, que eso nos da la fuerza para darnos y también nos da como una misión de transmitirlo.
APACIENTA MIS OVEJAS
Así como Dios nos amó, así como Vos, Jesús, te entregaste por mí, así como Dios nos eligió, nos sostiene, nos quiere.
Eso puede inspirar el modo en que yo trate a los demás, quiera a los demás y tantas veces anuncie, porque hay tanta ignorancia, porque quizá está tan poco presente en la vida de las personas ese amor de Dios que nos da sentido, que nos debería llenar. Por eso primero ir a la fuente.
Ahora Señor, en este rato de oración en que escuchamos esa escena tan linda en la playa, que tuvieron la pesca milagrosa, que les preparaste el desayuno, que te sentás con ellos, que te reconocen, que te vas con Pedro y le repetís eso tres veces:
«¿Me amas más que estos?»
Y aunque Pedro es débil, aunque sólo responde con ese otro amor, todavía de amistad -como dice el Papa-
«Tú sabes que te quiero»,
sin embargo, Vos lo confirmás en su misión:
«Apacienta mis ovejas»
(Jn 21, 15-17).
JESÚS NOS CONOCE
Ante este panorama de: yo tengo que ser ese fermento de unidad, yo tengo que ser testigo del amor de Dios, dar a conocer esta verdad tan importante a otros, puede ser que nos sintamos también insuficientes de alguna manera.
Pedro finalmente le dice a Jesús, cuando por tercera vez, Señor, Vos le preguntás y él se da cuenta que eran tres veces, porque tres veces te había negado en el momento de tu Pasión.
Sin embargo, finalmente se apoya en Vos porque dice:
«Tú lo sabes todo».
Vos sabés Señor, Vos sabés; Vos sabés cómo soy, Vos sabés cuáles son mis limitaciones, Vos sabés qué es lo que necesito, cuáles son mis intenciones… Tú lo sabes todo.
También lo sabés Jesús, eso de cada uno de nosotros y sabés hasta dónde llegan nuestras fuerzas. Pero mirá, Pedro pudo llevar adelante su misión. Pedro que había negado a Jesús, después dio su vida por Él, fue fiel, no se echó atrás, aunque no le faltaban oportunidades.
FUNDAMENTARNOS EN EL AMOR
Hay una tradición que dice que estando ya en Roma, ante la persecución, se iba, se escapaba, por la vía hacia el sur y se cruza a Jesús. Entonces Pedro le pregunta: “¿A dónde vas?” y Jesús le dice: “Voy a Roma para volver a ser crucificado”. Pedro recapacita, vuelve y da su vida.
Señor, que nos llenes de esperanza y que podamos, cada vez más, fundamentarnos en ese amor que nos hace capaces para la misión, en ese sabernos queridos por tu Padre. Saber que tu amor, de alguna manera, nos blinda, nos cuida, nos sostiene y nos hace capaces de nuestra misión.
Ayudanos también a ser instrumentos, a cooperar en este deseo del Papa de unidad. Entre sus primeras palabras, además de decir: “la paz”, recuerdo, desde el balcón, el Papa decía:
“Dios los ama, Dios los ama”.
Que podamos también, Señor, querer transmitir esa verdad. Que sea una experiencia a quienes nos rodean, a quienes todavía no viven en esa verdad.
Se lo pedimos también a la Virgen que se sabe amada y nos ayuda tanto ella, a conocer la ternura del amor de Dios.