«En aquel tiempo Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y fue conducido por el Espíritu Santo al desierto, donde permaneció cuarenta días y fue tentado por el demonio»
(Lc 4, 1-2).
Esto que narra el Evangelio de hoy sucede justo después de que Jesús fue bautizado.
Nosotros hemos recibido el bautismo y con el bautismo recibimos la gracia santificante que nos permite relacionarnos con Dios. Esto es un regalo, no es un premio, es un regalo de Dios, ya que el premio se merece; en cambio esto, la verdad es que no lo merecíamos, pero le hemos recibido. Hay que pensar cómo lo agradecemos y cómo lo cuidamos.
El primer domingo de Cuaresma nos recuerda cuál es nuestra condición de hombres sobre la tierra y nos la demuestra Jesús. Jesús batalla contra las tentaciones antes de empezar su predicación, nos invita a ser conscientes de nuestra fragilidad y a buscar la fuerza donde la podemos encontrar realmente: que es en Dios.
En esta vida hay que esforzarse por conseguir la victoria. Uno puede pensar que andamos por ahí en el día a día y hacemos un recuento de lo valioso que tenemos: un carro, un teléfono celular, tengo mi vida… pero hasta la misma vida me la pueden quitar. Si sale uno a la calle y de repente un ladrón… y ¡ciao! se fue la vida.
Entonces pienso: pues me meto a clases de karate para estar listo a que no me roben nada o para saber defender mi vida. Pero lo peor no es que me quiten mi vida temporal, sino la vida eterna, perder la gracia de Dios, cometer un pecado mortal. Y es que el demonio tiene clara su misión, que es apartarnos de Dios. No le interesa mucho más, de hecho, no le interesamos nosotros y cuando nos tienta es porque nos odia, no es que nos va a dar algo, sino que nos va a quitar lo único realmente bueno que tenemos y lo va a hacer engañándonos.
LIBRAR EL COMBATE
El demonio promete siempre más de lo que puede dar, lo vemos en las mismas tentaciones de Jesús. Le promete cosas que no le puede dar. Sabe pintar muy bien las cosas para engañarnos. A Jesús se las pinta de una manera; y a ti y a mí, nos las pinta de fácil, de placentero y de cómodo, porque nos quiere robar lo único realmente valioso que tenemos.
Es cierto que elegir una vida con Dios puede costar y vemos el combate de Jesús y nos anima a que nosotros también libremos ese combate contra nosotros mismos, contra el ambiente, contra el demonio. “Jesús ayúdame a saber combatir para cuidar este tesoro que Tú me has dado: la gracia que me permite hablar contigo, que me permite hacer este rato de oración; porque existe la tentación y existe el tentador, de esto no me puedo olvidar”.
El Papa Francisco lo decía en una ocasión:
“Todos somos pecadores y todos estamos tentados y la tentación es el pan nuestro de cada día. Si alguno de nosotros dijera que jamás ha tenido tentaciones o eres un querubín o eres un poco tonto”.
En la vida es normal la lucha y el diablo no está tranquilo, él quiere su victoria.
Esto que dice el Papa es muy cierto y el demonio intentará a nosotros también tentarnos y su mejor arma es el camuflaje, hacer creer que no existe. Esta es una gran arma de guerra: en una guerra en la nieve los soldados usan traje blanco, en la selva lo usan verde y en el desierto color marrón. Así buscan también los aviones no ser captados por los radares ni por los misiles, que no sean interceptados. Y la cuestión es no verlo venir o pensar que no está.
El Papa Pio XII decía:
“El pecado más grande de hoy es que los hombres han perdido el sentido del pecado”.
“Pues Señor, que yo sepa ver el pecado en su fealdad y que sepa ser sincero conmigo mismo. Hacer un examen en este principio de Cuaresma e identificar cuáles son mis tentaciones y mis pecados frecuentes, cuáles son mis campos de batalla y darme cuenta si estoy poniendo los medios según mi lucha personal. Conocerme a mí mismo y ser sincero a la hora de luchar”.
PEDIR SINCERIDAD EN LA LUCHA
Contaba un sacerdote, ya hace algunos años en Inglaterra, de una niña pequeña que tenía bastante mal genio y además estaba muy consentida. Entonces un día agarró una rabieta y fue tal la rabieta ¡que le arrancó el pelo a su niñera y le escupió en la cara! Y la madre bastante alcahueta, en lugar de castigarla como se merecía, le dijo que el demonio era el que había hecho todo eso. Entonces la pequeña con más sentido común que la madre le respondió: puede ser que me sugiriera tirarle del pelo, pero lo de escupirle en la cara, te garantizo que fue idea mía.
Y es que así somos un poco todos, como esta niña. Es cierto que existe la tentación y nosotros también hemos aprendido a pecar. Pero tenemos nuestras luchas, algunas a las que nos hemos acostumbrado y otras que no las buscamos, ponemos los medios, pero igual la tentación llega. Tenemos que conocernos bien para saber luchar.
“Señor dame conocimiento propio y dame sinceridad en mi lucha, porque el adversario es astuto, pero nosotros estamos dispuestos a pelear esta batalla; y sabemos que la batalla no está en el músculo, sino en la voluntad, siempre apoyada en Dios, en Ti, Jesús”.
Ahí está la batalla, se apoya en eso, en la voluntad. Pero también sabemos que el cuerpo tira de la voluntad y por eso nos proponemos luchar en esas dos cosas: fuertes en el cuerpo, con la reciedumbre y la penitencia, esos propósitos de cuaresma, las pequeñas mortificaciones; y fuertes en la voluntad, aprender a decir que no.
Ya decíamos antes que hemos recibido un don, la gracia de Dios, pero un don debe ser recibido, un regalo se acepta agradecido, se le dice sí y se cuida. Nuestra forma natural de comportarnos, le decimos que sí a nuestros papás, le podemos decir que sí a un amor limpio y por tanto estamos diciendo que no a lo que nos aparta de ese amor. Elijo estudiar una carrera y le digo que no a otras.
Hay que aprender a decirle que no a tantas cosas, pero porque afirmamos otras tantas. ¿Será que yo sé decir que no a algunas películas? ¿Series de televisión? ¿Letras de canciones? ¿Páginas web? ¿A lugares de diversión? ¿Al modo de divertirse? ¿A algunas amistades? ¿Algunos ambientes? ¿Será que yo se decir que no? Y es que lo valioso es saber decir un sí a Dios, a lo que vale la pena aprender, a querer, a saber, a divertirme, a ser responsable, a gozarme la vida sabiendo vivirla.
La Cuaresma lo que nos propone es esto, decirnos que no en unas cosas para afirmar las que son verdaderamente importantes. En primer lugar la gracia de Dios -que no nos merecemos pero- que Él nos la ha regalado y que es un regalo invaluable y que queremos aprender a cuidar.
Que yo aprenda a saber reaccionar y que no sea ingenuo. Ni tú ni yo podemos ser ingenuos. ¿Queremos vencer sin luchar? Jesús nos demuestra que hace falta luchar. ¿Para qué son las barreras? Para saltarlas. Y las dificultades y las tentaciones son para eso, para vencerlas. Las vamos a tener, pero hay que aprender a luchar apoyándonos en Dios, fortaleciendo el cuerpo con la reciedumbre, con la penitencia y con la voluntad diciéndole que no a cosas que tal vez en sí no son pecados. Teniendo pequeñas mortificaciones, pero que luego nos ayudan a decirle que no a la tentación, al pecado. ¿Y si caigo? Pues comienzo y recomienzo.
El mundo mejora comenzando por ti y por mí y la conversión de la Cuaresma empieza con esta lección: ¡lucha contra la tentación! Y la lucha no es sólo practicar la defensa, sino ir al ataque, fortalecernos y afirmar lo que vale la pena.
Le pedimos a nuestra Madre, santa María, que es “Refugio de los pecadores”, que ruegue por nosotros y que nos ayude en esta Cuaresma.
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