CREO QUE ESTÁS AQUÍ…
«El Señor escucha al pobre que lo invoca».
Así comienza el Salmo que nos acompañará el día de hoy en la Liturgia de la Palabra.
Es el Salmo 34,
«Este pobre hombre invocó al Señor y Él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los libra».
Este es un Salmo que habla de la misericordia del Señor, de cómo el Señor siempre nos escucha. Y me parecía que puede ser una buena forma para empezar a meditar, este diálogo para hablar con Jesús, porque el día de hoy me gustaría tocar ese “buscar a Dios en la piedad”.
Cuando empezamos estos ratos de oración, utilizamos esta frase de “Señor mío y Dios mío. Creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes…”.
Y de alguna forma estamos cara a cara con Dios. El Señor nos ve y nos escucha este rato.
El apóstol san Juan cuenta cómo pasó con Jesús una tarde. Fueron él y otro detrás de Jesús y vieron dónde vivía y se quedaron con Él.
Según iba pasando el tiempo, se encontraban cada vez más a gusto con el Señor. Y seguramente hablarían de todo, de lo divino y de lo humano.
MOMENTO DE MEDITAR
Un conocido periodista alemán, que había sido un ferviente militante comunista, cuenta que para su conversión fue decisiva su asistencia a una boda.
Porque allí vio a muchas personas que estaban distraídas, mientras que el sacerdote, los novios y unos pocos más estaban muy metidos en la ceremonia.
Se les veía muy a gusto conectando con Dios. Y entonces pensó, y de hecho lo puso por escrito más tarde, ‘me sentí muy sorprendido por las posibilidades que ofrece rezar y meditar’.
Sí, ese rezar y meditar, ese estar seguros, como también nos dice el salmista que el Señor escucha al pobre que lo invoca.
El darnos cuenta que es importante conectar con Dios las posibilidades que nos ofrece ese rezar y meditar. Que seguramente es lo mismo que le pasó a san Juan aquella tarde junto al Señor hablando de todo con Jesús.
Descubrir que el Señor está de verdad junto a nosotros y que nos escucha es la clave para estar a gusto con Él, para pasar tiempo a su lado.
Esto es justamente el ser piadosos, el darnos cuenta de que el Señor nos escucha, de que está cerca. Pero, ¿cómo se logra ser realmente piadoso? ¿Qué podemos hacer para conectar con el Señor? ¿Meditar?
CONECTAR CON DIOS
Yo creo que, aunque todos tenemos experiencia de momentos en los que se nos hace cuesta arriba, la verdad es que conectar con Dios es sencillo.
Hace algún tiempo, había una exposición de arte del barroco español y allí había de todo esos inconfundibles Murillo alargados. Esculturas de un gran escultor que se llama Montañés. Había una copia del góngora de Velázquez. Las llamativas telas blancas de Surbarán.
Y de repente, unos tres chicos de unos quince o dieciséis años, estudiantes de un instituto de esa ciudad, estaban delante de un famoso cuadro de Valdez Leal, que representa muy bien la muerte y decían: —¿qué asco? ¿A quién se le ocurre? ¿Por qué nos habrán mandado a venir a ver todo esto?
Claro, era evidente que no terminaban de conectar con el arte, quizás llegar a saber contemplar una obra de arte exige educación y tiempo.
Pero, contemplar a Dios es sencillo, es al contrario, es sencillo. Se trata sencillamente de saber que Dios está junto a nosotros, tal como nos lo ha dicho:
«Yo estaré con ustedes todos los días hasta el final del mundo».
Hay que comenzar con un acto de fe, que es lo que hacemos cada vez que empezamos estos ratos de oración.
Señor, creo que Tú dices la verdad, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes. Claro, se trata de poner nuestra fe en estas palabras, porque es como poner la fe en acto, intentar meditar, encender nuestro amor.
SEGUIR INTENTANDO
San Josemaría, en uno de sus últimos viajes a América, tuvo que encender una vela delante de una imagen. El fósforo o la cerilla, se resisten a prenderse.
Y él, ante esa circunstancia en la que cualquiera de nosotros hubiera comentado, las cerillas de ahora no son como las de antes, los fósforos están húmedos o alguna cosa, dijo estas palabras.
“Así nos pasa a nosotros cuando nos resistimos a las gracias que Dios nos da. Hay que tener un poco de paciencia, insistir. Y mientras, seguir intentando encender estos fósforos y ya está”.
Es un suceso corriente, pero que pone de manifiesto que la fe le llevaba a San Josemaría a saber que Dios estaba a su lado en todas las circunstancias y que lo nuestro es intentar encender la vela de la oración continuamente.
Pero, ¿por qué en la práctica nos resulta difícil actuar como si Dios estuviera junto a nosotros?
Pienso que la dificultad puede estar en nuestra cabeza, en nuestra imaginación, que está como llena de sapos, recordarás esos sapos de los que habla Santa Teresa cuando una persona entra en la primera estancia de los castillos de la oración. Por eso, hay que pedirle ayuda al Señor y hacer un breve acto de fe.
Señor, Tú estás aquí, creo que me ves y que me oyes. Y San Josemaría añadía, ¿con cuánta necesidad de mi alma escribí estas palabras? Porque tenía necesidad de saber, de reafirmar que el Señor me oía y ahí las dejé para siempre como oración preparatoria.
ESCONDIDO EN EL SAGRARIO
“Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes”.
Está escondido en el Sagrario, vigilando como un policía. Está aquí con nosotros porque es nuestra familia. Si hemos de tener presente que el Señor en todo lo que hacemos especialmente conviene hacer este acto de fe en las prácticas de piedad.
O sea, cuando rezamos el Rosario, cuando hacemos una visita al Santísimo, cuando saludamos rápido al Señor en el Sagrario con una genuflexión.
Todos esos actos de piedad se pueden hacer realmente, pero hacerlo sin el Señor, sin tener conciencia viva, de que Él nos está escuchando, tratándoles de perder el tiempo.
Y entonces, si lo hacemos solo por los que nos ven, eso no sería piedad, sino rutinaria repetición de actos sin vida.
Como el que está fumando y no se da cuenta que enciende otro cigarrillo. Puede ser una repetición rutinaria o una búsqueda de cumplir para estar a gusto con una misma, para estar en paz, digamos, con Dios. Yo hago estas cosas por ti, pero no me interesa intimar.
Ya he rezado el Rosario, ya me lo he quitado de encima, ya hice la lectura espiritual o todavía me queda mucho para terminar los rezos de hoy.
Pero en definitiva, si se hace pensando en lo que esperan los demás que haga yo, eso es hipocresía.
LO QUE SE ESPERA DE MI
Hipocresía es una palabra muy fuerte en la actualidad, pero el Señor la emplea mucho para los que cumplen con lo que hay que hacer, pero sin vida.
Así se les dice a los fariseos. Parece que es muy raro la hipocresía hoy día, pero en realidad es muy cercana.
Realmente estamos también en una cultura hipócrita, en el sentido de que hay que actuar según lo que esperan los demás.
En algunos ambientes espera que lleves pantalones caídos o unos escotes, en otros ambientes no se puede decir algo políticamente incorrecto, una reunión de amigos está mal hablar de religión, pero lo nuestro es conectar con Dios y rechazar todo lo que sea rutina o apariencia. Al contrario es cultivar lo que nos pega más a Él.
Aquí en este rato de hablar con Jesús te invito a que le busques de verdad, que quieras hacer como dice el Salmo, ‘tener esa conciencia de que el Señor escucha al pobre que lo invoca’.
Y Señor, aquí te invocamos de corazón. Sabemos que nos escuchas porque estás aquí con nosotros. Ayúdanos a ser más piadosos, como lo fue tu Santa Madre.
Deja una respuesta