Comenzamos estos 10 minutos con Jesús con una sonrisa en los labios porque estamos de fiesta. Hoy la Iglesia celebra la solemnidad de “Todos los santos.”
¿Y qué santos? Pues todos, todos los santos. A mí me gusta pensar, sobre todo, en los santos desconocidos, los santos que no salen en internet, pero que gozan de la visión beatífica de Dios uno y trino. No de los santos que salen y aparecen en el catálogo oficial de la Iglesia sino aquellos que pasaron desapercibidos. ¿Y quiénes son? Pues hay de todo.
Ayer, en los diez minutos en los que hablamos contigo, Señor, considerábamos si son pocos o muchos los que se salvan. Ayer el Evangelio decía:
«Y tendrán origen de oriente y occidente, del norte y del sur y se sentarán en el Reino de Dios»
(Lc 13, 29).
Pues Señor, hay de todo, muchos… Debe haber barrenderos, campesinos, amas de casa, estudiantes de colegio, de universidad; entrenadores, profesores, un sinfín de personas de todos los oficios, de todas las profesiones y de todos los colores. Y recordamos lo que decía el Señor también en el Evangelio:
«Bienaventurados los que han creído sin haber visto»
(Jn 20, 29).
Y ahí estamos tú y yo.
Cuando la madre de Santiago y Juan, con mucha audacia, le pide a Jesús que sus hijos se sienten uno a la derecha y otro a la izquierda y el Señor les dice que eso no le corresponde a Él, que le corresponde a su Padre:
«… a mi Padre que está en el Cielo”
(Mt 20, 23).
Pues ahí también podemos estar tú y yo, podemos tener reservado uno de esos lugares, ¿quién lo sabe? Sólo lo sabe Dios.
¡Los santos, Señor! hoy estás allí en el Cielo celebrando con toda la multitud de todos los santos.
PAPA FRANCISCO
El Papa Francisco, en el 2013, decía estas palabras:
“Los santos no son superhombres, ni nacieron perfectos, son como nosotros, como cada uno de nosotros. Son personas que antes de alcanzar la gloria del Cielo vivieron una vida normal, con alegría y dolores, fatigas y esperanzas, pero ¿qué es lo que cambió su vida?
Cuando conocieron el amor de Dios le siguieron con todo el corazón sin condiciones e hipocresías. Gastaron su vida al servicio de los demás, soportaron sufrimientos y adversidades sin odiar y respondiendo al mal con el bien, difundiendo alegría y paz.
Los santos son hombres y mujeres que tienen la alegría en el corazón y la transmiten a los demás.”
Qué palabras tan bonitas las que pronunció el santo Padre, en la Solemnidad de todos los santos en el 2013.
“Los santos, una de las definiciones que más me gustan a mí de lo que es un santo, es la definición que dio un niño en una clase de catequesis.
La profesora les preguntó: ¿Quiénes son los santos? Y este niño mirando y señalando a una vidriera, a uno de los vitrales de su parroquia, dijo: ‘Los santos son aquellos que dejan pasar la luz’…. ‘¿La luz? ¿Cómo así?’ le preguntó la profesora y el niño dijo: ‘Sí, los santos son aquellos que dejan pasar la luz de Dios, así como el vitral’.”
Cuántos hombres y mujeres han dejado pasar la luz de Dios por su bondad, por su fe en Dios, en la Iglesia, por su trabajo escondido con una conciencia muy clara de ser hijos de Dios. Y quizá tú recuerdes varias personas que ya no están en este mundo, que efectivamente hacían las veces de vidriera, de vitral, que dejaban pasar la luz de Dios.
Vamos a acudir desde ya y durante todo el día, a esa multitud de santos para que intercedan por nosotros.
Si pensamos en esos santos desconocidos, ¿cómo vivieron? ¿Cuáles fueron sus virtudes? ¿Qué valores marcaban sus vidas?
Estas preguntas son importantes, porque en esas cosas se concreta la manera de vivir la santidad. Pero lo que realmente vivieron estos santos fue el espíritu de Cristo. Vivieron “como otros cristos; el mismo Cristo” incluso, decía san Josemaría.
BIENAVENTURANZAS
Por eso, Señor, vamos a escucharte en el Evangelio de la misa de hoy. Cómo se nos facilita la conversación contigo cuando vamos al Evangelio…
El Señor está en lo alto de una montaña y toma la palabra y enseña diciendo a la multitud:
«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón”.
Señor, en este pasaje del Evangelio contemplamos el discurso famoso de las bienaventuranzas, en el que terminas:
«Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los Cielos”
(Mt 5, 3-11 ).
Las bienaventuranzas son el espíritu y la vida de Dios. Las bienaventuranzas no son ni los valores, ni las virtudes del cristiano, son esas máximas de la vida y del espíritu de Jesús.
¿Quién cambia el mundo? Pues aquél que vive en un espíritu y lo hace propio. Vivir un espíritu es una manera de ser feliz. Los santos han sido hombres y mujeres felices.
La gran frase de santa Teresa de Ávila: “Un santo triste es un triste santo”. ¡Qué divertida esa frase! “Y los felices son los que son fieles”. Qué definición tan bonita la del santo, aquel que hace feliz a mucha gente, siempre primero a Dios y después a los demás.
Y el hombre fiel, el que vive un espíritu, es el hombre que es capaz de hacer lo que realmente quiere, porque encarna un espíritu.
Ese es el espíritu que el Señor nos enseña hoy en las Bienaventuranzas. Por eso, Señor, huimos de las apariencias. Tú ¿quieres proponernos un ideal nuevo de felicidad? ¿Quieres mostrar a los apóstoles cómo se hace?
Por eso el Señor primero hace milagros, cura enfermedades y después da el discurso. Porque Jesús, Tú antes de dar el discurso de las Bienaventuranzas, viviste todas estas cosas.
Por eso la santidad no está en hacer cosas, sino en encarnar un espíritu, el espíritu de bienaventurados, bienaventurados los hijos de Dios, ese es el espíritu que el Señor quiere, que nosotros encarnamos, que tú y yo encarnemos.
Los tesoros que el Señor nos invita a conservar son los que se nos presentan hoy en el Evangelio
«Alegraos y regocijaos, porque su recompensa será grande en el Reino de los Cielos»
(Mt 5, 12).
Hoy todo el Cielo está de fiesta. Le pedimos a los santos que a nosotros también nos ayuden a ganar. Ellos ganaron muchas batallas, otras no, pero la última batalla sí. Por eso hay que batallar, luchar, encarnando el espíritu de Cristo.
Confiemos nuestra oración a la intercesión de santa María, ella es la Reina de todos los santos. Vamos a pedirle que interceda por nosotros para que luchemos seriamente por vivir el espíritu de Cristo y conseguir la santidad.