< Regresar a Meditaciones

P. Santiago

5 min

ESCUCHA LA MEDITACIÓN

JESÚS Y LA COSTUMBRE DE LA SINAGOGA

En este rato de oración vemos cómo Jesús vivía la costumbre de todos los sábados en la sinagoga, así como nosotros del domingo en la misa. Además proclamando el año de gracia, el año jubilar que nosotros estamos celebrando este 2025.

Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes.
Te adoro con profunda reverencia, te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración.
Madre mía Inmaculada, San José, mi padre y señor, ángel de mi guarda, intercedan por mí.

Jesús entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados.
Hoy quiero acompañarte en este momento tan especial. Entras a la sinagoga de Nazaret, el pueblo donde creciste, y me impresiona cómo comienza este pasaje del Evangelio: “Entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados.”

Era algo que venías haciendo desde hace muchos años, desde niño. ¡Qué bonito, Señor, ver que tú, siendo Dios, tenías una costumbre!
Y no era cualquier costumbre, sino la de encontrarte con Dios Padre y con la comunidad en un lugar sagrado. Era tu día para reunirte con otros creyentes, para orar juntos y escuchar las Escrituras.

El sábado era además el día de descanso para los judíos.
¿Y qué hacían exactamente? El libro del Éxodo nos cuenta que se reunían para instruirse en la Sagrada Escritura. Comenzaban la sesión recitando juntos el Shema, resumen de los preceptos del Señor, y las dieciocho bendiciones. Después se leía un pasaje del libro de la Ley (el Pentateuco) y otro de los profetas.

Esa costumbre me recuerda a mí, a mi familia, a mis amigos y a los cristianos de hoy.
Nosotros también tenemos una costumbre: la misa de los domingos.

Pero me pregunto, ¿cómo vivo esa costumbre?
¿Es solo una rutina o un verdadero momento de encuentro con Jesús?
Tú, Señor, no ibas a la sinagoga por obligación, sino por amor. Amabas estar con tu pueblo, y eso mismo me invitas a hacer cada domingo: encontrarme contigo, con tu Palabra, con tu Cuerpo y con la Iglesia.

Por eso la misa no es solo algo personal: es una experiencia de comunidad, de común unión.
A veces puede costarnos: nos da pereza, preferimos quedarnos en el sofá viendo fútbol, tenis o ciclismo…
Incluso podemos pensar: “La misa no me dice nada, el padre no me conecta, la iglesia está llena de gente, me distraigo.”

Pero, Señor, voy a misa porque Tú me estás esperando.
Me esperas con paciencia y cariño, porque sabes que allí me das el regalo más grande.

¿Y por qué el domingo?
Porque ese día celebramos el centro de nuestra fe: tu pasión, tu muerte y tu resurrección. Conmemoramos el día en que venciste la muerte, el día en que abriste para nosotros las puertas del cielo.

El domingo es tu día, Jesús, el día del Señor, el día en que el amor ganó.
Por eso el tercer mandamiento no dice simplemente “ir a misa”, sino “santificar las fiestas.”
No por obligación, sino por amor.
Porque quiero regalarte mi tiempo y mi corazón, porque quiero que mi semana tenga un centro: Tú, Señor.

La misa no es solo un símbolo o una costumbre: es el invento más grande del amor de Dios.
Es el modo que encontró Jesús —que encontró la Trinidad— para que tú y yo pudiéramos estar presencialmente en el acto de amor más grande de la historia: la Cruz.

Cuando voy a misa, estoy al pie de la Cruz.
Te veo, Jesús, amando hasta el extremo, y quiero amarte así, con todo lo que soy, con mi alma y mi cuerpo.
Por eso tengo que estar allí: la misa virtual no existe.
No tiene apellidos.
Importa estar presente, porque a Ti te importa, Jesús, y Tú me esperas.

En el Evangelio de san Lucas se nos cuenta que a Jesús le dieron el rollo del profeta Isaías.
Lo abrió y leyó unas palabras escritas para ese preciso instante:
“El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha enviado a evangelizar, a liberar, a sanar…”
Y concluye: “a proclamar el año de gracia del Señor.”

¡Qué fuerte, Jesús! Tú mismo proclamas un año de gracia.
¿Y sabes qué era ese “año de gracia”?
El año jubilar de los judíos, establecido por la Ley, según el libro del Levítico (capítulo 25).
Cada cincuenta años se celebraba como símbolo de libertad y renovación.

Entonces me pregunto: ¿cuántos años viviste, Jesús? Treinta y tres.
Y te tocó vivir un año jubilar.

¿Y yo, cuántos jubileos he vivido?
Tres: el del año 2000, el Jubileo de la Misericordia en 2015 y ahora el Jubileo del 2025.
¡Tres años jubilares, Señor!
Gracias por permitirme vivirlos.

Estamos precisamente en el Año Jubilar 2025, que la Iglesia celebra ya no cada cincuenta, sino cada veinticinco años.
Es un tiempo especial para volver a Ti, Señor, con el corazón abierto, para recibir una nueva efusión de Tu amor y Tu misericordia.

No dejemos pasar esta oportunidad.
El Jubileo es un tiempo de gracias.
¿Y qué hay que hacer para ganar la indulgencia jubilar?

Hay que atravesar simbólicamente la Puerta Santa o Puerta Jubilar, presente en algunos templos de cada ciudad o diócesis.
Este acto permite ganar la indulgencia plenaria, que borra no solo los pecados —perdonados por la confesión— sino también las penas temporales.

Para ganarla se requiere:

Confesarse (una semana antes o después de pasar la puerta).

Comulgar.

Rezar por las intenciones del Papa.

Tener el corazón realmente desprendido del pecado, odiar el pecado.

Así se gana la indulgencia del jubileo: quedamos con el alma limpia, como nuevos, con el corazón a “cero kilómetros.”

Ven, atrévete a empezar de nuevo.
Deja que mi gracia lo limpie todo —dice el Señor—.
El Jubileo es una invitación divina: “Ven, vamos a empezar de cero.”

Qué bonito, Señor.
Gracias por permitirme acompañarte hoy en ese momento en la sinagoga de Nazaret.
Gracias por haber proclamado el año de gracia.
Yo también quiero hacer de este año mi propio año de gracia personal.

Te pido que me ayudes a amar más la misa, a no conformarme solo con “cumplir”, sino a tener esa costumbre buena de encontrarte cada domingo.
A valorar el milagro que ocurre en cada Eucaristía.
Quiero estar contigo, caminar contigo, como lo hice hoy en Nazaret, como lo haré este domingo en la misa, y el resto de mi vida mientras Tú me llevas de la mano.

Santa María, Madre de la Iglesia, enséñanos a amar la misa como tú la amabas,
a vivirla con fe, alegría y deseo de estar con Jesús.

Te doy gracias, Dios mío, por los buenos propósitos, afectos e inspiraciones que me has comunicado en este rato de oración.
Te pido ayuda para ponerlos por obra.
Madre mía Inmaculada, San José, mi padre y señor, ángel de mi guarda, intercedan por mí.


Reflexiones

En este rato de oración vemos cómo Jesús vivía la costumbre de todos los sábados en la sinagoga, así como nosotros del domingo en la misa. Además proclamando el año de gracia, el año jubilar que nosotros estamos celebrando este 2025.

Predicado por:

P. Santiago

¿TE GUSTARÍA RECIBIR NUESTRAS MEDITACIONES?

¡Suscríbete a nuestros canales!

¿QUÉ OPINAS SOBRE LA MEDITACIÓN?

Déjanos un comentario!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

La moderación de comentarios está activada. Su comentario podría tardar cierto tiempo en aparecer.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.


COMENTARIOS

Regresar al Blog
Únete
¿Quiéres Ayudar?¿Quiéres Ayudar?