Hoy día el Evangelio nos propone un texto de san Mateo, que dice que
«Al llegar a Cafarnaúm, los cobradores del impuesto del templo (o sea que eran otros judíos) se acercaron a Pedro y le preguntaron: “¿El Maestro de ustedes no paga el impuesto?”»
O sea, le estaban como haciendo bullying al pobre de san Pedro. Y san Pedro respondió de corazón inmediatamente:
«Sí lo paga».
Cuando Pedro llegó a la casa, Jesús se da cuenta de lo que pasaba en el corazón de Pedro, que tal vez no sabía si iba a pagar o no y se adelanta a preguntarle, antes de nada:
«¿Qué te parece, Simón? ¿De quiénes perciben los impuestos y las tasas los reyes de la tierra, de sus hijos o de los extraños?»
Y como Pedro respondió, de los extraños, Jesús le dice,
«eso quiere decir que los hijos están exentos. Sin embargo, para no escandalizar a esta gente, ve al lago, echa el anzuelo, toma el primer pez que salga y ábrele la boca y encontrarás en ella una moneda de plata. Tómala y paga por Mí»
(Mt 17, 24-27).
El Señor le deja claro a Pedro que vamos a pagar los impuestos, vamos a hacer las cosas, aunque no sean tan justos, pero lo importante es que no hagamos escándalo y, sobre todo, que tengamos esperanza. Esperanza en que somos verdaderamente hijos de Dios.
Esperanza… ¿cómo vas de esperanza? ¿Tienes esperanza en las cosas de la tierra o tienes esperanza en las cosas del Cielo?
¿QUÉ ES LO QUE ESPERAS?
Hace unos días, una persona que estimo mucho me preguntaba: “¿Qué le gusta más, la montaña o la playa?” Yo pensaba, chuta a ver, yo soy serrano, nací a 2800m de altura en la ciudad de Quito. Ahora vivo en Guayaquil, pero normalmente siempre he vivido en la sierra.
Pensándolo bien, siempre que planteo un paseo me gustaba ir a la playa. Desde que vivo aquí en Guayaquil he ido una sola vez a la playa y eso que vivo ya más de un año y medio. Pero por los deberes ordinarios de aquí, se me complica un poco la cosa.
Sin embargo, no es que tenga una sensación de pérdida de tiempo o de sensación de victimismo. Al contrario, tengo la esperanza de que la playa del Cielo va a ser todavía mucho más grande que la playa de la tierra.
¿Qué es lo que tienes tú como tu ansia, como tu esperanza? ¿Qué es lo que esperas? ¿Tienes fijada tu esperanza en las cosas de la tierra? ¿En irte unas vacaciones a la playa o en hacer algo, por ejemplo, ir a visitar las Islas Galápagos o Santa Marta o conocer Disney?
A veces uno puede fijarse en esas cosas que no son malas. Yo no estoy diciendo que eso sea malo o que haya que combatir, pero las esperanzas humanas muchas veces se quedan sólo en eso: en lo humano.
¿Qué es lo que quieres realmente? ¿Tener esperanza? Esa esperanza sobrenatural lleva a las personas a buscar realmente los bienes del Cielo y que cuando vienen las cosas fuertes en la vida, tienen algo en el que esperan, que vendrá después de esta vida, que compensa cualquier cosa. Pregúntate, ¿tú vives así?
ANTÓN LULI
Me parecía que sería interesante considerar esta conversación con nuestro Señor Jesucristo, en este Hablar con Jesús, la historia que el jesuita albanés Antón Luli, en un acto que tuvo lugar en el Vaticano con motivo de las bodas de oro sacerdotales de Juan Pablo II, dio este testimonio. El cual encierra toda una lección sobre dónde y en quién depositar la verdadera esperanza.
Te lo leo. Señor, ayúdanos a profundizar en él y que podamos sacar fruto.
“Santísimo padre, yo acababa de ser ordenado sacerdote cuando mi país, Albania, recibió los azotes de la dictadura comunista y la persecución religiosa más despiadada.
Era el año 1946 y algunos de mis hermanos en el sacerdocio, después de un proceso lleno de falsedades y engaño, fueron fusilados y murieron mártires de la fe para celebrar, como pan partido y sangre derramada, su última Eucaristía personal por la redención de mi nación.
Pero a mí el Señor me pidió que abriera los brazos, dejándome clavar en la cruz de otro modo”.
Y ahora empieza a contar, este jesuita albanés, Antón Luli, qué es lo que le pasó.
“El 19 de diciembre de 1947, me arrestaron acusándome de agitación y propaganda contra el gobierno. Viví 17 años de cárcel”.
Recuerda que apenas en 1946 se había ordenado sacerdote. En el ‘47 le apresan y estuvo 17 años viviendo en la cárcel estricta y luego, muérete, ¡26 años de trabajos forzados!
TESTIMONIO
“Mi primera prisión en aquel gélido mes de diciembre de 1947, tuvo lugar en una pequeña aldea en las montañas de Scutari, encerrado en un cuarto de baño.
Allí permanecí nueve meses obligado a estar agachado sobre excrementos endurecidos y sin poder enderezarme completamente debido a la estrechez del lugar.
La extraordinariamente gélida noche de Navidad de aquel año ¡cómo podría olvidarla! Me llevaron a otro cuarto de baño en el segundo piso de la prisión y me obligaron a desvestirme para colgarme con una cuerda que me pasaron bajo las axilas.
Estando desnudo y apenas pudiendo tocar el suelo con las puntas de los pies, sentía que mi cuerpo desfallecía lenta e inexorablemente, y cuando el frío, que se me subía poco a poco por el cuerpo, llegaba al pecho y estaba por pararme el corazón, lancé un grito de agonía. Entonces acudieron mis verdugos para descolgarme y llenarme de puntapiés. (O sea, que le patearon).
Esa noche y en ese lugar y en la soledad de aquel primer suplicio, viví el sentido verdadero de la Encarnación y de la Cruz (recuerda que era la noche de Navidad). Tanto a mi lado como dentro de mí, tuve la extraordinaria y consoladora presencia del Señor Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, pues era muy grande la alegría que me embargaba. (después de estar casi congelado).
Me liberaron 43 años después, con la amnistía de 1989, tenía 79 años y estaba para cumplir los 80. Santo padre, debo decirle que nunca guardé rencor hacia quienes, humanamente hablando, me robaron la vida y también hacerle notar que en este año en que usted y yo cumplimos las bodas de oro sacerdotales, los caminos por los que hemos recorrido estas cinco décadas, han sido distintos.
Yo, a petición de la Santa Sede, en este acto de homenaje a sus Bodas de Oro, accedí por obediencia a dar testimonio de mi vida sacerdotal, experiencia muy particular. Pero usted sabe y no es la única persona, pues son miles de sacerdotes los que, en estos cincuenta últimos años, hemos sufrido tras las cortinas de la cortina de hierro”.
(O sea, en el régimen comunista).
VIRTUD DE LA ESPERANZA
Esperanza. Es que ¿en qué sentido podemos entender esas palabras de san Pablo?
«¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada? Ya lo dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo el día y tratados como ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto salimos vencedores gracias a Aquel a quien nos amó»
(Rom 8, 35-37).
¿Qué es lo que pedimos nosotros a Dios? ¿Tenemos esa esperanza?
Me he permitido transmitir este testimonio para ayudarte a comprender que la virtud de la esperanza nos anima a estar desprendidos de las criaturas, sin poner en ellas la felicidad última, ni siquiera parcialmente, y que aún, en las adversidades más extremas, debemos ser felices.
Pero para esto es necesario que la esperanza sea sobrenatural, teologal, sin mezclas de esperanzas humanas, de modo que sea una realidad en nuestras vidas la exclamación de san Pablo.
«¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿el hambre?, ¿la desnudez? …»
¡Nada Señor!
Vamos a pedirte que nos aumentes la fe, que nos aumentes esa esperanza, virtud también sobrenatural; fe, esperanza y caridad.
Señor, ayúdanos a la esperanza de creer cada vez más en Ti, de amarte cada vez más y de estar dispuestos a pasar cualquier cosa en la tierra con tal de ganar el Cielo.
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