MUCHOS LOS LLAMADOS…
«El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mando a avisar a los invitados, pero no quisieron ir.
Volvió a invitarles y encargó que les dijeran: —Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Los convidados no hicieron caso.
El Señor enfurecido les dijo a los criados: —Vayan al cruce de los caminos, y a todos los que encuentren, invítenlos.
La sala se llenó de comensales, y el rey vio que uno no tenía el vestido de fiesta y lo expulsó. Muchos son los llamados y pocos los escogidos».
En el mundo no hay nada mejor que lo que Dios prepara para nosotros. En el mundo hay muchas ofertas, las universidades ofrecen maestrías y doctorados.
Las agencias de viaje nos enseñan los mejores sitios para conocer las maravillas del mundo.
El deporte nos ofrece una invitación a las mejores confrontaciones deportivas, el fútbol, el basket, el tenis, las olimpiadas…
Nosotros también tenemos grandes ilusiones, grandes aspiraciones, planes de lo que vamos a realizar en la vida, y todo lo pintamos muy bonito. Pero luego, resulta que la vida suele ir por otros lados.
SER LIBRES
Y hay que estar preparados para hacer, no lo que nosotros queremos, sino lo que Dios quiere. Es más, la inteligencia nos hace ver que lo que Dios nos alcanza para que seamos felices, es lo mejor que hay.
Entonces, somos libres cuando decidimos, yo quiero hacer lo que Dios quiere. Ahí está lo mejor, lo mejor para nosotros.
En el Evangelio de hoy, el Señor ha preparado un banquete. Nos hace una invitación a una maravillosa y riquísima comida. La ha preparado con mucho cariño pensando en nosotros y nos hace una invitación, manda a unos a invitarnos.
Pero, ¿qué ocurre? Los invitados no quieren ir, tienen otros planes, otras comidas, otras ilusiones…
Y si alguno de los invitados piensa que los están obligando a ir a esa comida, que el Señor ha preparado. Como el niño o el adolescente que no quiere comer la comida que le preparó con tanto cariño a su mamá, porque dice que no le gusta y por lo tanto se retira molesto a la mesa.
Y la mamá se muere de pena, porque además ese chico que no come, se puede enfermar.
Los padres suelen buscar las mejores cosas para sus hijos, y a veces el hijo ingrato no sabe valorar, no sabe darse cuenta del sacrificio y del esfuerzo que han puesto sus padres para alcanzar con tanto cariño lo que él necesita y debería recibir. ¡Debería agradecer!
BUSCAR A DIOS
Con Dios, los seres humanos somos muchas veces ingratos. Dios, que nos quiere más que nadie, nos da lo mejor. Y cuando Él nos invita a través de un emisario, de una persona, de un amigo para que vayamos a algo que Él ha preparado para nosotros, ¡no lo dudemos! Dejemos los otros planes para darle prioridad a Dios, no nos vamos a arrepentir.
Nos equivocamos cuando llamamos libertad a la hora de elegir algo que impide aceptar la invitación que Dios nos hace.
Lamentablemente hoy mucha gente busca un Dios, un Dios para mí, un Dios que vaya de acuerdo con mis convicciones, mis ideas, con lo que yo quiero, con lo que a mí me gusta.
Entonces, establecen unos límites, unas distancias o unos parámetros, porque lo más importante es mi voluntad.
Le pido a Dios que se haga mi voluntad o pienso que Dios quiere que yo haga lo que yo quiero, lo que a mí me gusta, lo que a mí me parece.
Hoy el ego quiere tener carta de ciudadanía, que todos me respeten lo que yo quiero, mi espacio, mi soledad, mis decisiones, mi futuro. Que todos respeten la novela que estoy escribiendo de mi vida.
Además es algo que mucha gente dice, ¿qué tiene de malo? Si yo soy bueno, si yo ayudo a los demás… ¿Por qué me tienen que decir qué hacer? Si yo ya sé…. ¿Por qué me tienen que obligar pensando que me están obligando?
HACER SU VOLUNTAD
Hay un pasaje del Evangelio donde Dios nos advierte de modo contundente, que dice:
«No todo el que dice Señor, Señor entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre».
O sea, la voluntad de Dios es lo más importante.
Y entonces viene la pregunta, ¿estoy haciendo la voluntad de Dios?
El joven rico del Evangelio era bueno, cumplía todos los mandamientos, tenía planes muy buenos para el futuro, pero cuando se encuentra con el Señor y le pide el Señor que deje todo y lo siga, el joven no aceptó.
Dice el Evangelio que se fue triste. Usó su libertad, sí lo usó. El Señor le dejó que se vaya, sí le dejó que se vaya. Pero ese chico se equivocó.
Por eso, el Señor le dice a los Apóstoles,
«Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos».
En el Evangelio de hoy, vemos que el Señor se molesta porque los invitados no quieren venir. A pesar de que la comida que está hecha con tanto cariño, ya está preparada y es muy buena.
Entonces el Señor manda a invitar a otros. Pero todo el que vaya a una invitación del Señor debe ir preparado, sabiendo a lo que va.
Por eso el Señor, cuando vio a uno que no estaba vestido decentemente, adecuadamente, lo sacó, lo expulsó.
PREPARARNOS PARA ACERCARNOS A DIOS
A Dios hay que ir preparados, conscientes de que Dios está allí, conscientes de lo que Dios nos va a dar. Que Dios nos hace una invitación.
Por ejemplo, cuando vamos a Misa, hay que saber que estamos yendo donde Dios, vamos bien vestidos, limpios, con propósitos, preparados para escuchar al Señor.
No caemos ahí a la Misa y nos sentamos en una banca, como si fuera un espectáculo. Estamos en la casa de Dios; y quisiéramos hacerle en nuestra interioridad un sitio para que el Señor esté cómodo dentro de nosotros.
Queremos recibir a Dios en nuestra cabeza y en nuestro corazón.
¿Cómo está nuestra cabeza?… ¿Hay demasiados ruidos?… ¿Le damos vueltas a muchas cosas?… ¿Pensamos demasiado a unos y a otros? …
Tres cosas nos decía san Josemaría, que son unos muy buenos consejos. La primera es el don del olvido de sí, o sea, no pensar en nosotros. Tener el prejuicio psicológico de pensar constantemente en los demás, o sea, olvidarnos de nosotros para poder pensar constantemente en los demás.
¿Qué puedo hacer por el prójimo, por mis seres queridos, por mis amigos, por tantas personas que tienen necesidad? La cabeza ahí.
Decía san Josemaría, tener la cabeza en el Cielo. Es la meta donde tenemos que llegar, Dios nos espera ahí a todos en el Cielo.
Y para tener los pies en la Tierra tenemos que tener bien clara la finalidad: Tengo que ir al Cielo, tengo que llegar al Cielo. Camino con Jesucristo hacia el Cielo.
LLEGAR AL CIELO
Por eso el Señor nos invita al banquete, para que comamos esa comida que Él nos ha preparado.
Es la comida que nos lleva al Cielo, que es la Eucaristía, que es el mismo Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, que nuestro corazón sea extendido.
Él hace grande nuestro corazón, un corazón grande es un corazón fuerte. Para conseguir lo mejor y dar lo mejor. Las mejores cosas, lo mejor de nuestro tiempo, para Dios y para los demás.
Cuando uno pone en primer lugar a Dios, no se equivoca. Todo sale bien y los frutos se multiplican.
Aprendamos de nuestra madre, la Virgen María, de su corazón dulcísimo, que es todo para Dios y para sus hijos. Sentimos el cariño de María, nosotros somos sus hijos y ella nuestra Madre, y cómo nos quiere.
Su amor maternal es una protección y además nos consigue todas las gracias que necesitamos para ganar las batallas de cada día.
Con María todo sale, todo se puede, con ella se llega más rápido.
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