Hoy te traigo una historia edificante. La conseguí en una página sobre adopciones, donde la gente subía su testimonio personal del camino de adopción. No sé qué tan cierta sea, pero sí te puedo asegurar que es impresionante.
En 2008 nació en Etiopía Sammy con una grave enfermedad y su madre, con corazón de madre, recorrió todas las aldeas de alrededor buscando una cura para su hijo antes de que fuera demasiado tarde y falleciera.
Lamentablemente tuvo que abandonarlo, abandonar a su propio hijo, porque se dio cuenta de que no tenía cómo mantenerlo en esas condiciones.
Entre los planes de Dios estaba una enfermera que lo consiguió y lo llevó a un hospital y allí pasó un tiempo. En ese hospital fue donde la familia Evans, que son los protagonistas de este testimonio, conocieron a Sammy unos tres años después.
Esta familia Evans era una familia católica misionera y decidieron adoptarlo y entonces emprendieron la complicada tarea de conseguirle un urgente trasplante de riñón, que era lo que necesitaba para poder seguir viviendo.
Esta familia católica (y este dato es importantísimo) ya tenía nueve hijos, por lo que sorprende la generosidad para adoptar un hijo más. Esto también fue providencial porque la hija mayor de esta familia, de los Evans, que entonces tendría unos 19 años, resultó ser donante perfecta de uno de sus riñones.
Finalmente, el trasplante se llevó a cabo, no hubo mayores complicaciones, la compatibilidad fue casi total, y al menos cuando leí el testimonio, decía que este muchacho ahora ya es un hombre de 17 años, sano, muy devoto.
Esta familia Evans es un testimonio de cómo Dios teje sus cadenas de salvación.
HERMANOS
Al escuchar esta historia, hay muchas preguntas. Por ejemplo, ¿qué necesidad tenía esta familia de complicarse la vida así? Uno piensa, esta familia fue muy generosa con Dios, han traído y han criado muy bien nada más y nada menos que nueve niños, ¿adoptar uno más? ¿Qué necesidad?
Yo me imagino que también el propio Sammy se preguntaría al tiempo: ¿Por qué esta familia me dejó la posibilidad de entrar a formar parte de ella?
Algo muy parecido nos podemos preguntar si meditamos el evangelio de hoy, porque cuenta san Lucas que, en medio de una jornada intensa de Jesús,
«su Madre y sus hermanos vinieron a Él; pero no podían llegar hasta Él por causa de la multitud. “Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte”. Y Él entonces respondiendo, les dijo: “Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la cumplen”»
(Lc 8, 19-21).
Este brevísimo pasaje es conocido y es típico pasaje que suele ser interpretado desde tiempos antiquísimos, desde los inicios de la Iglesia prácticamente, por quienes dudan de la virginidad de María, porque aquí se hace mención a unos “hermanos” de Jesús.
La Iglesia ya ha dado respuesta clarísima desde hace mucho tiempo. Se puede responder muy fácilmente empleando ejemplos de otros lugares de las Sagradas Escrituras, donde se habla de “hermanos”, pero en realidad son familiares, con un parentesco diferente al de propiamente la hermandad de sangre.
50 PREGUNTAS SOBRE JESÚS
Ya san Jerónimo (estamos aquí en el siglo IV) expone con ejemplos de la Sagrada Escritura, que el nombre de hermanos se toma bajo cuatro sentidos posibles: hay hermanos de naturaleza, hermanos de nación, hermanos de parentesco y hermanos de cariño.
En este caso san Jerónimo dice que no se refiere a hermanos de naturaleza. En todo caso, aprovecho aquí para hacer algo de publicidad, porque quisiera recomendarte sobre este tema un libro muy útil para nuestra fe, que se llama “50 preguntas sobre Jesús”. Este libro se puede descargar gratuitamente desde la página web www.opusdei.org
Uno entra a la página, pone allí en el buscador «50 preguntas sobre Jesús» y aparece la última edición de ese libro para descargar.
Continuando con nuestro rato de oración, esto que estamos hablando ahora ha sido siempre tema de discusión. Los padres de la Iglesia ya interpretaban en los primeros siglos que esto que acabamos de leer en el evangelio, en realidad es una alabanza a María.
A pesar de que a primera vista podría parecer que es más bien como un desplante que le hace Jesús a su Madre. Pero en realidad,
“nuestra Señora está más unida a su Hijo por su perfecto cumplimiento de lo que Dios le pidió, que por haber formado en ella el Espíritu Santo el cuerpo de Cristo”
(Comentario EUNSA a Lc 8, 19-21).
Es decir, que son muchos esos ejemplos en los que nuestra Madre está unidísima a Dios más que por la propia carne, sino por el ser modelo de recepción, de meditación y de aceptación de esa palabra de Dios: desde el sí, en el momento del anuncio del ángel que hizo posible la encarnación, también lo observamos en los episodios de la visitación de los pastores a la gruta de Belén, porque allí dice el evangelista:
«María guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón»
(Lc 2, 19).
O poco más adelante también dice el evangelista que después de reencontrar al Niño en el templo,
«María guardaba todo esto en su corazón».
EL SÍ DE MARÍA
Y el ejemplo más claro de todos es el de nuestra Madre al pie de la Cruz, el sí de María allí en el Gólgota. Siendo realmente la Madre de Dios, nos queda claro entonces que su verdadero parentesco con Jesús se manifiesta en su semejanza con aquel que también dijo:
«Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado»
(Jn 4, 34).
Son más parecidos en esto que incluso en el físico, siendo verdaderamente Madre e Hijo.
Por eso a ti y a mí este evangelio tiene que darnos una gran alegría, porque además de ser un piropo indirecto a nuestra Madre, esta es una verdadera Madre de Jesús, porque no solamente engendró en la carne sino se unió totalmente en la voluntad.
Este evangelio también es una invitación indirecta que nos hace Dios a ti y a mí para formar parte de su familia. Porque con esta respuesta de Jesús a quienes lo están interpelando, nos está ofreciendo un sorprendente camino de adopción.
Tú y yo encontramos aquí ese modo de llegar a ser familiares de Dios, gracias a ese sacrificio de Cristo en la Cruz, que nos abre la posibilidad de ser familiares, de ser hijos de Dios y llegar al Cielo.
¿Cuál es el requisito? Escuchar lo que Dios quiere decirnos, cumplir su voluntad, hacerla propia.
Por eso recibimos el bautismo, nos acercamos a los sacramentos, meditamos la Palabra de Dios, luchamos por identificarnos con Jesús. En definitiva, querer lo que quiera Dios, que es imposible sin unirnos a Cristo en la Cruz.
DON DE SER HIJOS DE DIOS
¡Vaya acto de generosidad que Dios nos presenta el día de hoy! Dios decide adoptarnos sin necesitarnos. Se toma la molestia de ofrecernos ser hijos suyos, cuando puede perfectamente seguir sin nosotros.
¿Por qué Dios me deja entrar a formar parte de su familia? La única respuesta posible es: gracias a ese corazón misericordioso y generoso de Dios.
Dios nos adopta y espera que con la gracia y nuestra docilidad nos parezcamos a su Hijo unigénito. De eso se trata nuestra vocación cristiana: en la identificación con Cristo, especialmente dejando que la gracia actúe en nosotros, con esa ilusión de llegar un poco más cada día a esa meta en la que podamos decir con san Pablo:
«ya no soy yo quien vivo, sino que Cristo vive en mí»
(Gal 2, 20).
Por eso, este evangelio nos presenta a Jesús que nos ofrece ese don de ser hijos de Dios, familiares de Dios, pero es también un compromiso. Porque escuchar la Palabra de Dios y ponerla por obra puede ser muy exigente, pero cuánto ayuda saber que lo podemos ver siempre, no solamente como una exigencia, sino también como un privilegio.
UN PRIVILEGIO
Vamos a hacer la prueba: ¿en qué cosas de la vida cristiana nos cuesta obedecer a lo que Dios nos dice? ¿la caridad con el prójimo? ¿la laboriosidad cuando se mete la pereza? ¿el poner la otra mejilla? Porque el orgullo y la soberbia nos hacen resistirnos en el desprendimiento de los bienes materiales.
A veces nos cuesta especialmente la vida de oración, que haya verdadero diálogo en esos minutos que le hemos preservado a Dios…
Muchos ejemplos más que, aunque nos cuesten, gracias al evangelio de hoy, entendemos que podemos ver en todo esto no sólo una obligación, sino un privilegio, el de poder escuchar, obedecer y parecernos cada vez más a Cristo.
Jesús nos está llamando hoy a ser parte de su familia. No tengamos miedo a escuchar su voz y de llevar su amor por todo el mundo con todas nuestras acciones. Que se note que estamos intentando escuchar a Dios y obedecer a Dios.
Como San Pío de Pietrelcina, que estamos celebrando el día de hoy en su memoria litúrgica, vamos a vivir con pasión y entrega, sabiendo que siempre está Dios con nosotros y que nos ofrece, con una infinita paciencia, esta oportunidad de ser hijos adoptivos en Cristo.
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