EL BANQUETE DEL SEÑOR
Estamos en el mes de los difuntos y hoy, Señor, vamos a considerar en este rato de oración el Evangelio de san Lucas, en el que nos habla de un banquete.
Un hombre que prepara una gran cena e invita a muchos. Todo está listo: la mesa servida, el vino está abierto, el pan caliente, las luces ya están encendidas. Pero, uno tras otro, los invitados comienzan a excusarse.
Hoy aparecen otra vez las excusas ¡qué curioso! La semana pasada, Señor, había predicado sobre las excusas que puedo encontrar para confesarme, y hoy curiosamente vuelven a aparecer las excusas.
Sí, es verdad, porque los invitados a la cena dicen: No, es que tengo un campo. No, los bueyes. No, es que la boda. Y al final, tu parábola termina con un silencio incómodo: el banquete queda vacío.
Es verdad, Señor, que sales a los caminos a buscar. Pero es fuerte que hayas preparado una fiesta y que nosotros, los invitados, no lleguemos.
Y no porque estemos lejos, ni porque no podamos, sino porque estamos distraídos. Las distraccionespuede ser también parte o el tema de la meditación. Y si esto era así, Señor, hace dos milaños ¡ahora no te digo! Vivimos en un mundo lleno de distracciones, de luces, de notificaciones, de pantallas...
EXCUSAS Y FALTA DE VOLUNTAD
Hace poco escuché a una conferencista decir que la gran crisis del siglo XXI es la crisis de atención.
No hay atención. Y en algún momento de la conferencia decía ¿cómo se estimula a un niño, a un bebé? Con la luz, con el sonido y con en el movimiento; y eso estimula al bebecito y lo va haciendo que crezca. Pues nosotros, todos, estamos sobreexpuestos permanentemente a la luz, al sonido y al movimiento, a la imagenimagen.
¿Y qué hace la mente que permanentemente está estimulada? Pues pide más. Por eso estamos como dopados. De ahí la dopamina, porque necesitamos estímulos permanentes.
Cuando el alma, la mente, el corazón se acostumbra a eso, pues ya no quiere ni soporta el silencio, la espera.No hay profundidad, no profundizamos.
DISTRAÍDOS DEJAMOS A JESÚS ESPERANDO
Jesús, tal vez por eso hoy cuesta tanto escucharte. Porque para escucharte, hay que detenerse, pero duele, porque vamos corriendo, todo el tiempo corriendo.
Estamos acostumbrados a correr y a pasar de una cosa a otra. Tú nos invitas al banquete, a la Eucaristía, a la oración, a la amistad contigo, al trato contigo, y muchas veces te respondo igual que aquellos invitados: No, Señor, no puedo.
En este momento tengo cosas más urgentes; quizá después. Y pueden ser cosas de verdad urgentes, importantes y no malas: el estudio, el trabajo, los proyectos, el deporte, el trato con los demás, las relaciones… Pero me doy cuenta de que eso me puede ocupar tanto tiempo y tanto espacio, que ya no dejo espacio para Dios.
Dios se queda esperando. Jesús, ¿cuántas veces te dejo esperando? ¿Cuántas veces he recibido la invitación a la alegría y he preferido quedarme pegado a mis distracciones? Y no es que te diga eso, ¡no! porque de verdad sí quiero. Pero simplemente te voy diciendo: Señor, después;Señor, después, después. Y ese después termina siendo nunca.
Vivimos en una crisis de superficialidad. Si la crisis tremenda del siglo XXI es la falta de atención, pues también podría decirse que somos superficiales.
No queremos profundizar ni siquiera en nosotros mismos. Sensaciones. No buscar sentido era otra cosa que decía la conferencista.
Lo que da felicidad es el sentido que le encontramos a las cosas, a la vida, no las sensaciones. Pero pensamos que la felicidad está en las sensaciones. Y más, y más sensaciones, y más fuertes.
Y Tú, Jesús, eres una presencia fiel. Estás esperando a comunicarnos y a darnos una historia de amor. Y esa historia de amor exige constancia, pide constancia. Jesús no se cambia, no se muda, es fiel. Jesús no nos dice: Bueno no, ahora no, después. ¡
No! Tú siempre, Señor, estás ahí para amarnos. Por eso nos invitas a perseverar -qué palabra tan poderosa-, a no cambiar de rumbo cuando no salen las cosas.
NO SEAMOS SUPERFICIALES
Como el cuento de la fiera salvaje que persigue a su presa y dice: O la mato o la saco del país. Bueno, un pequeño chiste.
Señor, el alma superficial cambia de dirección cada día. El alma profunda sabe esperar, insistir, amar de verdad. Señor, Jesús, ¿cómo puedo vivir atento a ti?
Y quizá la respuesta sea sencilla: no tener miedo al silencio. Dedicarte un momento sin música, sin pantallas, sin distracciones.
Aquí estamos, en Hablar con Jesús. ¿Cuántos? ¡Miles! Qué bonito, Señor, que nos tengas en cuenta esto y que nos ayudes y enseñes a hacer oración, a estar en oración todo el día.
No porque estemos de rodillas en silencio en una iglesia, no. Estaremos trabajando en el mundo, en la calle, pero con el alma atenta, con el alma que no está distraída porque está pendiente de ti. Aquí estoy, Señor. Qué bonito es decirte en cada momento: Aquí estoy, aquí estoy, aquí estoy. Y Tú estás aquí también.
La atención es una forma de amar y solo se ama de verdad lo que se mira con calma, con profundidad. La misa, la confesión, la misma oración son escuelas de atención; espacios donde el alma vuelve a centrarse en lo esencial.
Todo eso busca poner a Cristo en el centro, la centralidad de Jesucristo. El silencio, la oración, la misa.
EXCUSAS
Hoy quiero pedirte un corazón más profundo. No quiero quedarme en la superficie de las cosas, ni vivir a base de impulsos.
Quiero tener convicciones, no solo emociones. Quiero que mi inteligencia, mi voluntad, mi corazón entero se sellen Jesús con tu presencia.
Porque ser de Cristo, como decía san Pablo, significa llevar tu sello en el alma. Un sello que marca todo: todo lo que soy y todo lo que hago.
Mis proyectos, mis estudios, mis afectos… No son míos – bueno, son míos, sí, pero también son tuyos, Señor.
Bueno, quiero terminar este rato de oración con una oración que escuché estos días rezando la Liturgia de las Horas, el breviario, la oración de la Iglesia.
Es preciosa:
Estate, Señor, conmigo,
siempre, sin jamás partirte,
y, cuando decidas irte,
llévame, Señor, contigo;
porque el pensar que te irás
me causa un terrible miedo
de si yo sin ti me quedo,
de si tú sin mí te vas.
Llévame en tu compañía,
donde tú vayas, Jesús,
pues bien sé que eres tú
la vida del alma mía;
si tú vida no me das,
yo sé que vivir no puedo,
ni si yo sin ti me quedo,
ni si tú sin mí te vas.
Por eso, más que a la muerte,
temo, Señor, tu partida
y quiero perder la vida
mil veces más que perderte;
pues la inmortal que tú das
sé que alcanzarla no puedo
cuando yo sin ti me quedo,
cuando tú sin mí te vas.
Es bonita esa oración. Pues Señor, quiero decirte que no pongas mi nombre en la lista de los que se excusan. Llévame a tu banquete, aunque sea al último asiento.
Si me ves por ahí distraído, tócame el hombro. Recuérdame que todo está preparado, porque no quiero perderme la fiesta de tu amor por mirar demasiado el celular.

