Comenzamos este rato de oración pidiéndote, Señor, que nos ayudes a llegar al Cielo; que nos ayudes a ser santos, a conocerte más, a parecernos más a Ti totalmente, que pensemos como Tú, que queramos como Tú, porque eso es la santidad.
Y no sólo eso, sino algo más todavía profundo, que es una transformación total en Ti, una transformación total, porque incluso nuestro cuerpo quieres Tú divinizarlo, porque Tú eres Dios que te hiciste Hombre. Lo decimos hoy en el Credo:
“… por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen y se hizo Hombre”.
El Verbo se hizo Hombre totalmente con alma humana, con cuerpo humano. Y ese cuerpo humano se nos entrega en la Eucaristía para divinizarnos como un anticipo de lo que es el Cielo, porque en el Cielo tendremos también nuestro cuerpo.
Vamos a resucitar al final de los tiempos y vamos a contemplar a Dios con nuestros ojos y vamos a recibir todo ese amor de Dios en nuestro cuerpo también. Será esa dicha total. Nuestro cuerpo será todo de Dios.
SEÑALES DE JESÚS
Comenzamos este rato de oración con estas consideraciones que nos llenan de esperanza y de alegría, porque san Pablo dice en la segunda lectura de la misa de hoy, que es un fragmento de la Carta a los Gálatas:
«En adelante que nadie me importune, porque llevo en mi cuerpo las señales de Jesús»
(Gal 6, 17).
San Pablo feliz, orgulloso de esas señales de Jesús; o sea, mi cuerpo ya es de Él. Mi cuerpo ya está como transformándose en Él porque tengo aquí sus señales.
¿Qué es eso de las señales de Jesús? ¿Cómo puede haber la señal de otra persona en el cuerpo de alguien? Pensaba yo, por ejemplo, con el anillo de compromiso o el anillo de bodas, que es un signo en el cuerpo que señala que yo soy de otra persona, yo pertenezco a otra persona.
O yo, que soy sacerdote, traigo sotana o traigo el clergyman (que es así como nos vestimos habitualmente los sacerdotes), como decimos, yo pertenezco a Jesús, yo soy de Él de un modo especialísimo también porque puedo celebrar la misa y perdonar los pecados en su Nombre o Él lo hace a través de mí; más bien, a través de mi cuerpo, de mi voz. ¡Qué bonito!
LOS ESTIGMAS DE JESÚS
Pues san Pablo dice:
«Yo tengo las señales de Jesús en mi cuerpo».
¿Qué señales son esas? Podemos pensar que algunos dicen que san Pablo recibió los estigmas de Jesús; o sea, esas señales de su Pasión en sus manos, en sus pies, en su costado; señales que han recibido varios santos a lo largo de la historia, que de alguna manera sellan que esa persona pertenece a Jesús.
Además, porque esas personas que reciben los estigmas sufren muchísimo. Y se unen a Jesús de un modo especialísimo, como que padecen con Él.
Unos dicen: “San Pablo se refiere a esos estigmas que recibió”. Otros dicen: “No, san Pablo no recibió los estigmas. Es más bien todo lo que sufrió por Jesús”. Que sí fue algo considerable. En la segunda Carta a los Corintios, dice san Pablo:
«Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno. Tres veces me azotaron con varas; una vez fui lapidado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé náufrago en alta mar»
(2Cor 11, 24-25).
De esos sufrimientos seguramente le quedaron cicatrices que él llevaría con orgullo diciendo: esto son las señales de Jesús; y estaría feliz de haber padecido por Él.
¿QUÉ TENGO PARA OFRECERLE AL SEÑOR?
Señor, yo soy una persona ordinaria, ¿qué te puedo ofrecer yo? Yo no tengo los estigmas, yo no he sido azotado y espero que no me apedreen nunca.
¿Qué tengo para ofrecerte? Estos santos extraordinarios que han recibido esos dones extraordinarios o que han padecido por Ti de algún modo extraordinario, consumieron su vida de esa manera por amor a Ti. Yo, ¿cómo puedo ofrecerte mi vida, mi cuerpo y todo mi ser?
Me hacía pensar, hace poco leí un libro de Antoine de Saint-Exupéry que se llama: Vuelo Nocturno. Ahí habla de los pilotos que llevaban el correo en Argentina, de la Patagonia a Buenos Aires. para que se fuera a Europa y había otros dos aviones. Estaba ahí el señor que coordinaba estos vuelos y él había sugerido que los vuelos se hicieran de noche.
Ahorita vas a ver que sí tiene lógica lo que te estoy diciendo, -pensarás ahora, ¿por qué me está hablando de esto?
Resulta que, en una ocasión, el vuelo que venía del sur tuvo problemas, se enfrentó con una tormenta, pero esa tormenta estaba por todas partes, de tal forma que el piloto se desorientó y de repente estaba volando sobre el mar cuando no tenía que estar volando sobre el mar y de momento logra superar las nubes por arriba.
Habla con el encargado que está en Buenos Aires y dice: “me queda media hora de combustible y parece que no voy a llegar a un aeropuerto. No voy a poder aterrizar”.
El punto es que se queda pensando este hombre que está en Buenos Aires y reflexiona. Ya ves cómo son estos libros, en el que hay mucha profundidad en las palabras de los protagonistas. Dice este hombre:
“… si la vida humana no tiene precio, nosotros obramos siempre como si alguna cosa sobrepasase, en valor, la vida humana… Pero ¿qué?”
Efectivamente nosotros decimos: la vida humana no tiene precio. Pero a veces actuamos como si sí la tuviera, porque arriesgamos nuestra vida en cosas.
NUESTRO VIVIR ES UN GASTO EXISTENCIAL
Podríamos pensar: “no hay que arriesgarse bajo ninguna circunstancia”, pues nos quedaríamos encerrados en nuestras casas; incluso ni eso, porque se puede caer la casa. Siempre hay riesgo y hemos de arriesgarnos por las cosas valiosas.
Nuestro vivir ya es un gasto, un gasto existencial y constantemente estamos envejeciendo, gastándonos y es lo que podemos nosotros elegir: ¿Por qué voy a trabajar o por qué me voy a gastar?
Los santos, estos santos extraordinarios o que sufrieron mucho, se gastan por Jesús de un modo muy directo y evidente, pero nosotros que no tenemos esas cosas extraordinarias, podemos gastarnos por Jesús en lo ordinario.
Y a nuestro trabajo, que implica siempre un cierto riesgo, como estos pilotos que eventualmente se accidentaban, yo Señor, ojalá y no me accidente, pero mi trabajo implica un desgaste y ese desgaste puede ser una alabanza a Ti, algo que yo te ofrezco. De esa manera, también con mi cuerpo te estoy alabando, como san Pablo dice que tiene en su cuerpo las señales.
Dice san Josemaría:
“¡Cuántos que se dejarían enclavar en una cruz, ante la mirada atónita de millares de espectadores, no saben sufrir cristianamente los alfilerazos de cada día! -Piensa, entonces, qué es lo más heroico”
(San Josemaría, Camino 204).
Pues el día a día, el levantarme a tiempo, el trabajar con intensidad, el sonreírle a todo mundo, aunque a veces no me salga la sonrisa natural. Todo eso es un sacrificio que puede haber mucho amor a Dios ahí.
Le pedimos a nuestra Madre, la Virgen que nos acompaña siempre, que nos ayude a ser santos en lo que nos toca en cada momento.
Si Dios quiere algo extraordinario, pues ahí; pero si no quiere nada extraordinario, que sepamos ahí también crecer mucho en amor a Dios y transformarnos poco a poco en Él para poder llegar al Cielo y después resucitar.
También con nuestro cuerpo disfrutar de todo ese amor de Dios que Él tiene para nosotros.