DEDICADO A LOS ESCLAVOS
En los años 1600, en la ciudad de Cartagena, en la actual Colombia, ocurría algo indignante. Cartagena era un centro estratégico del imperio reinante -no voy a decir cuál- y por eso miles de esclavos africanos llegaban en barcos cada mes. Los traían encadenados, hacinados, heridos, débiles, hambrientos, enfermos. Muchos no sobrevivían al viaje. Y cuando llegaban, los trataban incluso peor: como objetos, como cosas. Los vendían; los subastaban… eran vistos como cosas, no como personas. “Señor, perdónanos”.
Pero hubo un hombre que los vio como lo que eran: hijos de Dios. Un joven jesuita, un misionero que tenía un nombre sencillo: Pedro Claver. Llegó a Cartagena para terminar sus estudios de teología -había estado también en Tunja. En 1616 fue ordenado sacerdote ahí en Cartagena. El viendo lo que ocurría, no se podía quedar indiferente, no podía mirar hacia otro lado; no podía dejar que su sacerdocio fuera cómodo. Entonces, decide vivir para ellos.
Esclavo de los esclavos para siempre
Iba al puerto cuando llegaban los barcos. Entraba en medio de los eslavos, entre el miedo, la enfermedad, la pestilencia. No hablaba su idioma, pero el amor no tiene idioma, el amor no necesita traducción. Les daba agua, les llevaba frutas, medicinas. Los consolaba, los abrazaba, les enseñaba a hacer la señal de la cruz, los catequizaba. Señor, les hablaba de Ti. Se llamaba a sí mismo: “esclavo de los esclavos para siempre”.
Es impresionante la historia de este hombre. Bautizó a más de 300,000 personas. ¡Sí! 300,000. Señor, ¡cómo lo querrían! Lo verían como un padre, como un defensor, como un hermano. Lo verían como a Jesús. Lo amaban, lo buscaban, lo esperaban. Pero el mundo no siempre entiende la santidad. A los 70 años Pedro enfermó y estuvo cuatro años postrado en cama. Solo. Olvidado. Mal atendido. ¡Qué paradoja! El mismo que había consolado a miles, no tenía quién lo consolara en ese momento.
MUERTE EN SOLEDAD, SIN RECONOCIMIENTOS
Cuando corrió la noticia de que el padre Pedro estaba muriendo, en ese momento Cartagena despertó. Gente de todos lados llegó al convento. Niños, mujeres, ancianos, esclavos… Querían despedirse, tocarlo, verlo por última vez. Querían ver a su padre, al santo; querían ver a su amigo. Pero lo habían olvidado. Ya era muy tarde.
San Pedro Claver murió solo en su celda, pobre, enfermo, abandonado. Pero contento, también hay que decirlo. Porque estuvo donde siempre quiso estar. Estuvo unido a Cristo. Siempre. También en el dolor, también en el silencio, también en la soledad, en la entrega. Y por eso estaba contento: porque estaba contigo Jesús. ¡Qué misterio! El mundo lo había olvidado, pero Tú, Jesús, no lo olvidaste. Dios no olvida a nadie. Dios no olvida a ningún hijo suyo.
Fue proclamado santo y hoy es el patrono de los esclavos, de las misiones entre los negros, de los derechos humanos en Colombia y es el copatrono de la ciudad de Cartagena. Allá está, en la Basílica de San Pedro Claver, una de las iglesias más históricas, más emblemáticas, más bonitas de la ciudad amurallada, digna de visitar. Y ahí está, ese santazo que tenemos aquí en Colombia.
Jesús, y ahora que estamos haciendo oración, ¿qué tenemos que ver con san Pedro Claver? Pues en este mundo, Señor, vivimos para el brillo. Este mundo nos dice, gritándonos todo el tiempo: destaca, sube, triunfa. Este mundo nos hace creer que valemos por lo que logramos, por lo que mostramos, por lo que la gente puede ver.
SIN ORGULLO Y SIN MIEDO
Es una vergüenza, pero es verdad. ¡Algunas veces incluso soñamos con nuestro funeral! Un funeral de estado, con decenas de miles de personas allí. ¿Hasta dónde llega el orgullo, la vanidad? Pedro Claver nos dice otra cosa: que ser grande es servir. San Pedro Claver es un gigante. No es un grande, es un gigante. Pero porque se pasó la vida sirviendo. San Pedro Claver nos demostró que vale más tocar una herida con amor que ganar un premio, que lucir, que ser poderoso.
Jesús, y hay personas que nadie ve, pero que tú sí las ves. Que nos parezcamos a ti, Señor. Y que estemos dispuestos, incluso, a que nos olviden, porque Tú no nos olvidas ¿Cómo nos vas a olvidar? “Venid vosotros, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber”. (Mt 25, 34-35).
Es la voz de Jesús. ¿A quién estás reconociendo Jesús? A san Pedro Claver que hizo el Evangelio carne, lo encarnó. San Pedro Claver lo vivió. Vistió a los desnudos, visitó a los enfermos, dio de comer al hambriento, recibió al forastero, sirvió al abandonado.
AMAR Y SERVIR A TODOS
Señor, y ahora te miro aquí en el crucifijo -aquí lo tengo. Te miro en oración, haciendo este ratico de oración. Señor, ¿qué me estás pidiendo ahora? Hoy ¿a quién me estás pidiendo que mire con tu ternura? ¿Quién en mi entorno -en mi casa, en la calle, en el lugar de trabajo- necesita un gesto de compasión?
¿A qué personas he invisibilizado, ignorado, despreciado con mi indiferencia? ¿Estoy dispuesto a mancharme las manos como san Pedro Claver? ¿O sigo esperando que todo me sea cómodo? ¿Qué lugar en el corazón de los demás me estás pidiendo que ocupe? ¿Qué herida estás esperando que yo toque con mi misericordia?
Jesús, háblame, como le hablabas a san Pedro Claver: “Tuve hambre, me disteis de comer. Tuve sed, me disteis de beber. Estuve solo, me acompañaste. Estuva herido, me curaste. Estuve cansado, me consolaste”.
Pedro Claver no es un personaje del pasado. Es un personaje de este momento, que no buscó reconocimiento, que no jugó al prestigio, que no necesitó aplausos, que se contentó con amar y con recibir tu amor. Un grande. No era de este país y se vino a este país para entregarse a lo más despreciable del mundo. ¡Qué santazo! Señor, yo no sé, pero puede ser de los más grandes santos.
¿Y qué le podemos pedir a Jesús? Pues que nos despierte como Cartagena despertó cuando se estaba muriendo san Pedro Claver. Señor, despiértanos de la comodidad, que no nos quedemos mirando sin actuar, que no vivamos para nosotros mismos.
NO ME DEJES NUNCA
Danos un corazón parecido al de san Pedro Claver. Sí, así, así como el de él. Yo iba a decir que un poquito menos, pero ¿por qué? Que no tengamos miedo, ni orgullo, ni reservas. Que no nos olvidemos de los que nos necesitan.
Jesús, ¿y si me toca sufrir? ¿Y si me toca quedarme solo? Pues que me acuerde de Vos, que quisiste también vivir así. Madre mía, Inmaculada, madre de los esclavos, madre de los pobres, madre de san Pedro Claver, de los olvidados, de los que nadie ve… no me dejes nunca.
Y que cuando me cueste amar, me recuerdes que tu Hijo murió solo, como san Pedro Claver… Y que así se salvan las almas, que así podemos ser corredentores con Jesús y con los grandes santos de la Iglesia. Hoy, celebrando la memoria de san Pedro Claver, que ruegue y interceda por nosotros.