CHOCAR CON EL MUNDO
El Evangelio, la vida de Jesús y sus discursos, sus actos, sus milagros, las curaciones, todo lo que hace el Dios es una continua llamada a la confianza.
El Señor nos hace esas promesas en distintas partes del Evangelio:
«Yo estoy contigo… Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo… No te agites… Pequeño rebaño… No te inquietes… Me quedo con ustedes… Confía… Ten fe…» (Cf. varios versículos).
No es un llamado a la ingenuidad, ojo…
Jesús, como le veremos en el Evangelio de hoy, nos previene contra las dificultades que encontraremos.
«Yo los envío como ovejas en medio de los lobos… Van a tener dificultades… Van a tener persecuciones..» (Cf. varios versículos).
En otro pasaje, en el Evangelio también nos dice:
«Bienaventurados los que son perseguidos por causa de la justicia».
O sea, no es que va a ser todo, como dice el dicho, ‘coser y cantar’. No es una vida fácil, una vida sin preocupaciones, sin problemas.
“La naturalidad del cristiano no es una cosa que se adapte al mundo, sino que muchas veces choca con el mundo”;
lo dice san Josemaría en una de sus homilías.
Choca con una cultura que idolatra la comodidad, el bienestar, la búsqueda del placer, de contentar a todo el mundo.
Un mundo que busca simplemente, pasar por el mundo, disfrutando, sin preocuparse por el alma ni por los demás.
Nuestra naturalidad y vida cristiana muchas veces choca con el mundo, pero tenemos la seguridad de que eso vale la pena.
«YO HE VENCIDO AL MUNDO»
De que la felicidad verdadera no se encuentra en una vida cómoda, sino en un corazón enamorado, un corazón que confía en Dios, que nos ha prometido, como buen Padre que es Dios, que nos da su protección continua, su amor desinteresado y constante.
Nos dice Jesús:
«No se preocupen, yo he vencido al mundo».
No tengan miedo, yo he vencido al mundo. Ese mundo que choca contigo, en el que encuentras dificultades, que a veces tiene sus contrariedades. Ese mundo yo ya lo vencí…
Y ahí está nuestra seguridad, ese es el fundamento de nuestra confianza.
En este rato de oración lo primero que queremos hacer es agradecerte Señor, agradecerte la presencia de Dios en nuestra vida, esa presencia constante.
Eso sí, hay dificultades, hay problemas, hay momentos en los que bueno no es fácil ser cristiano, que no es fácil perseverar. Pero ahí siempre apareces Tú.
Te propongo en esta rato de oración hacer un pequeño ejercicio. Piensa que puedes ver toda tu vida en un minuto, desde el inicio de tu vida, desde tu nacimiento, hasta el final, hasta tu muerte.
Ese es el final, que es el final terreno, no el final definitivo.
Si analizamos nuestra vida de este modo, vamos a ver, en primer lugar, quizá nuestra debilidad, nuestra miseria, que te hemos ofendido Dios mio, que a veces nos hemos apartado del camino de la fe, de la esperanza, la caridad.
Que te hemos traicionado, pero también sobre todo veríamos la mano de Dios en nuestra vida, en cada instante.
GUIADOS POR SU PROVIDENCIA
Piensa, ese buen amigo que te dio un consejo, que te ayudó tanto en cosas materiales, humanas como en cosas espirituales.
Ese desconocido que a veces aparece en nuestra vida por un momento y te dice algo o te salva de alguna situación; y que después nunca más apareció esa persona.
O un familiar que nos corrigió con firmeza, pero con cariño y que nos devolvió hacia el camino de la fe.
Cada suceso de nuestra vida, incluso los que consideramos malos, nos damos cuenta de que están guiados por Tu amor, Señor, por Tu gracia.
Al mirar nuestra vida, -tanto lo que ya ha pasado, como lo que va a pasar, como te decía, es un ejercicio, no es una posibilidad cierta- pero todo instante de nuestra vida, nuestro pasado, presente y futuro, todo está guiado por Tu Providencia, Señor.
Y además, si vamos viendo el futuro, veríamos que al final el momento de nuestra muerte será solo un nuevo inicio. Veremos que si nos hemos abierto a la gracia y a la acción de Dios, es el mejor de los finales.
El final de nuestra vida, cuando hemos confiado, cuando nos hemos abandonado en tu mano, Señor, que nos cuesta, sí…
Y ahora en esta rato de oración, también reconocemos, Jesús, que nos cuesta mucho abandonarnos. Nos cuesta mucho aceptar Tu voluntad.
Pero si luchamos y si te pedimos la gracia para que nos ayudes a aceptar esa voluntad, vamos a ver que va a ser el mejor de los finales.
UN FUTURO ASEGURADO
Hoy no podemos hacer ese ejercicio en ver el futuro, pero sin embargo, tenemos el futuro asegurado.
Sí, lo digo con mucha seguridad yo mismo, ¡tenemos el futuro asegurado! Si yo me abierto a la acción de la gracia, si yo me abierto a dejarte entrar, Señor, en mi corazón, tengo mi futuro asegurado….
Tengo Tu promesa de que nunca me dejarás solo, de que siempre me vas a acompañar, que siempre vas a estar a mi lado; y que si yo pongo de mi parte todo lo que está en mis manos.
Que si yo pongo todos los medios humanos, como si no existieran los naturales. Si yo voy poniendo mi trabajo, mi esfuerzo y mi confianza en la gracia de Dios, Tú, esa gracia, me la aseguras, me vas a acompañar y me vas a proteger siempre.
Una vez escuché una frase que me hizo mucho sentido. Parece un poco presuntuosa quizá a la primera, pero en realidad es algo muy profundo y muy cierto.
Un autor decía:
“Si yo amo, para mí no hay infierno”.
O lo que es lo mismo: si nosotros le queremos dar vuelta:
“Si yo amo, para mí está el Cielo asegurado”.
Tengo el Cielo asegurado, no es presunción, porque no es que yo esté confiando en mis propias fuerzas, sino que estoy abandonando todo mi futuro, todo lo que parece, todo lo que va a venir, en Tus manos Señor.
Y por eso, si yo amo, si yo te amo Señor y me dejo llenar de Tu amor, si me dejo colmar de Tu gracia y de Tu amor, para mí no hay infierno.
Para mí está asegurado el Cielo. Tú me prometes, Señor, el Cielo. Si yo confío, si yo me dejo llevar por Tu gracia y por Tu fuerza Jesús.
NUNCA APARTARME DE ÉL
Quiero aprender a confiar más en Tu amor. Quiero que me ayudes a darme cuenta de que como lo dice san Pablo:
«Ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni lo temporal, ni lo eterno, nada podrá apartarme jamás de Tu amor, Señor».
Nada podrá apartarme nunca del amor que Tú me tienes. Si yo quiero, si me abro, tengo la santidad asegurada. Tengo esa felicidad eterna en el Cielo, segura.
La que mejor entendió esto, toda esta confianza en Ti, Señor, es nuestra Madre del Cielo, la Virgen.
Ella te dijo:
«He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según Tu palabra»
y ella se sabía la más privilegiada, la más feliz, porque te tenía a Ti, Señor. Porque tenía todo, tu promesa de que la ibas a acompañar.
«El Espíritu Santo descenderá sobre Ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra».
Con esa promesa de que el Espíritu Santo iba a estar con ella, que el poder del Altísimo la cubriría con su sombra y la acompañaría siempre, ella supo que podía todo, que podía llegar a la santidad y a la felicidad eterna en el Cielo.
Y ella es la que está más alto. Más alto allá Contigo, Señor.
Que yo también confíe ciegamente en ese amor que Tú me tienes y en ese amor que me llevará a la felicidad para siempre.