«María guardaba todas estas cosas en su corazón»,
nos dice el evangelio de san Lucas, después de narrar aquella ocasión en la que estuvo Jesús tres días perdido en Jerusalén y lo encontraron en el Templo enseñándole a los escribas, a los maestros, a los doctores.
Y ante el reclamo lógico de san José y la Virgen,
«¿Por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo angustiados te buscábamos»,
Tú, Señor, les das una respuesta aparentemente majadera.
«¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que es necesario que Yo esté en las cosas de mi Padre?»
Y dice san Lucas:
«Pero ellos no comprendieron lo que les dijo. Y bajó con ellos y vino a Nazaret y les estaba sujeto. Y su Madre guardaba todas estas cosas en su corazón»
(Lc 2, 48-51).
Me parece una frase muy buena para meditar este día de fiesta, que después del día de ayer, el Sagrado Corazón de Jesús, se celebra hoy: la fiesta del Sagrado Corazón de María. Porque pienso que Jesús nunca hubiera querido decirle nada grosero a sus papás y además no lo haría porque el Señor es perfecto Dios y perfecto Hombre y no tiene mancha alguna de pecado.
Sin embargo, dijo esto para preparar el corazón de María ante la realidad de su muerte.
LOS SÁBADOS SE DEDICAN A LA VIRGEN
Me gusta imaginar que la Virgen, cuando Nicodemo y José de Arimatea depositaron en sus brazos el cuerpo muerto de Jesús, tuvo un déjà vu, precisamente a esta escena que acabamos de leer en el evangelio de hoy.
Decir: esto yo ya lo había vivido. ¿Cuándo había yo tenido esta experiencia de haber perdido a mi Hijo?” y se acordó de las palabras de Jesús:
«¿Por qué me buscabas? ¿Por qué me buscaban? No sabían que es necesario que Yo esté en las cosas de mi Padre».
Y entonces María tuvo en ese momento la certeza de que a Jesús lo iba a volver a ver vivo a los tres días. O sea que el Señor, de alguna manera con esa respuesta, la fue preparando.
Pero María también hizo lo suyo porque supo guardar estas cosas en su corazón, a pesar de no comprenderlas en ese momento.
Todos los días son días de María, pero especialmente los sábados, la Iglesia los dedica a la Virgen. Y hoy, de un modo todavía más especial, porque celebramos la fiesta del Inmaculado Corazón de María, una fiesta estrechísimamente ligada a la de ayer, porque el corazón de María es imagen perfecta del Corazón de Jesús.
Además, lo hacemos siempre en el contexto del final de la octava del Corpus, que son ocho días de adoración eucarística, de bendiciones solemnes en muchas parroquias. Ocho días de bendiciones solemnes después del día de Corpus.
Viene ya, al noveno día, el Sagrado Corazón de Jesús y después el Sagrado Corazón de María.
ADORAR A CRISTO EN LA EUCARISTÍA
Pienso que esto nos puede servir también para nuestra oración. Cómo adoraría María a Jesús en la Eucaristía cuando, ya subido Jesús a los cielos, después de su Ascensión. ¿Se iría Juan a cuidar a María en Éfeso? Aunque en realidad sería María quien cuidaría de Juan, pero sí que sería san Juan el que, por la Eucaristía, por la celebración de la santa Misa y por el encargo que el Señor le había hecho a él junto a los otros apóstoles:
«Hagan esto en memoria mía»
(Lc 22, 19),
pues bajaría Cristo a las especies sacramentales y María podría recibirlo como aquella vez que lo recibió por primera vez en su vientre después del anuncio del ángel Gabriel el día de la Anunciación.
No sería un encarnarse en carne humana sino en recibirlo de forma sacramental, pero ambas son físicas y ambas son verdaderas, reales y sustancialmente presentes, maneras de recibir a Cristo.
María sólo lo recibió una vez en su vientre y encarnó al Verbo de Dios hecho Hombre, pero luego Jesús se quedaría bajo las especies sacramentales y nosotros lo recibimos también así.
Todos los días podemos recibir a Jesús de manera sacramental en nuestro corazón y adorarlo, adorarlo, adorarlo.
Nos puede servir esta fiesta para hacer examen, ¿cómo estoy adorando a Jesús en la Eucaristía?
Cuando me ordené sacerdote, la portada del folletito que se usó en la ceremonia de aquella celebración, era la Virgen adorando la Eucaristía.
¡CÓMO RECIBIRÍA MARÍA A JESÚS!
Trata de imaginar ese momento tan bonito de san Juan presentando a María la Sagrada Hostia y diciendo aquellas palabras:
«He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la Cena del Señor»
(Jn 1, 29).
Y María diciéndole a su Hijo:
«Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanar»
(Mt 8, 6).
Por un lado, san Juan, que recordaría en cada misa el momento en que conoció a Jesús gracias al otro Juan, al Bautista, que les dijo:
«He ahí el Cordero de Dios».
¡Qué emoción tendría Juan de hacer bajar a Jesús todos los días para recibirlo y también para dárselo a María! ¡Cómo María recibiría a Jesús!
Por eso también nos gusta repetir esa comunión espiritual:
“Yo quisiera Señor recibirte con aquella pureza, humildad y devoción con que te recibió tu santísima Madre” …,
No solamente el día de la Anunciación sino también en los primeros años de la Iglesia naciente.
“María es la primera discípula de Cristo”, dice Máximo el Confesor. María es quien nos enseña a adorar a Dios, adorar a Jesús en la Eucaristía.
AMAR A LA SANTÍSIMA VIRGEN
Qué bonitas son todas esas costumbres que hay, por ejemplo, aquí en esta ciudad en la que vivo, Guadalajara, de capillas de adoración perpetua y cómo la gente se apunta para que esté Jesús sacramentado acompañado todo el día y toda la noche. ¡Es una maravilla!
Vamos a pedirle mucho al Señor: “Que podamos crecer en amor a Jesús sacramentado de la mano de María y que el amor a María, a su corazón Inmaculado, nos lleve a amar a Jesús, porque no es otro el propósito de la Virgen que mostrarnos a su Hijo”.
“Hay que amar a la santísima Virgen”, nos invitaba san Josemaría. Nunca la amaremos bastante.
Quiérala mucho, que no te baste colocar imágenes suyas y saludarlas y decir jaculatorias, sino que sepas ofrecer en tu vida, llena de reciedumbre, algún pequeño sacrificio cada día para manifestarle tu amor y el que queramos que le profese la humanidad entera.
Vamos a manifestarle nuestro amor a María a través del culto eucarístico, de la adoración eucarística. No hay mayor culto, como mayor devoción a la Virgen, que el culto eucarístico, porque ahí está ella siempre al lado de Jesús en la Eucaristía.
Madre nuestra, danos un amor cada vez más grande a Jesús, como el que le tienes Tú.
“Sagrado Corazón de Jesús, sagrado Corazón de María, sé la salvación mía.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío”.