10 CONVERSIONES
“Jesús pasaba entre Samaría y Galilea. […] Diezhombres leprosos salen a su encuentro. No pueden acercarse, pero sí pueden gritar: Jesús, Maestro ¡ten compasión de nosotros!” (Lc 17, 11-13)
Diez voces rotas por la enfermedad; diez voces llenas de esperanza. Y Jesús los mira – volvemos a poner nuestros ojos en la mirada de Cristo.
Qué mirada la tuya, Jesús, que no pasa de largo ante el dolor humano. No siempre Jesús inmediatamente toca o pregunta, pero siempre mira. Siempre, siempre. Jesús siempre nos mira. Entonces lesdice a estos diez hombres:
“Id a presentaros a los sacerdotes”. (Lc 17, 14).
Respeta el Señor la decisión que tienen ellos de no acercarse. Ellos son delicados, solo te gritan desde lo lejos. Y Tú tienes que alzar quizá un poco la voz: “Id a presentaros a los sacerdotes.” Entonces, dice el Evangelio que mientras iban de caminoquedaron limpios.
QUIERO LA CONVERSIÓN DE TODOS
¡Qué escena! Diez hombres cubiertos de llagas, todo el cuerpo… Y pensabacómo nos molesta o cómo sentimos o cómo se despierta la sensibilidad con un pequeño quemoncito por ejemplo, o con una pequeña ampolla.
Ahora imagínate tener en llaga toda la piel y de repente esa piel sana, nueva. Se miran las manos, se tocan la cara, se quitan las vendas, gritan, se abrazan, ríen, empiezan a correr. Es como si volvieran a nacer.
Pero de esos diez solo uno se detiene. Solo uno siente que no puede seguir sin volver atrás. No puede seguir. Esa frasecita capaz que nos puede ayudar hoy para tenerla en la cabeza, en el corazón: “Señor, no puedo seguir.” Quizá me tengo que detener; quizá me tengo que volver.
POSTRADO A TUS PIES
Se da cuenta este hombre de que no solo ha recibido una curación, que ha recibido amor y se vuelve alabando a Dios a grandes gritos. Los mismos gritos que se escucharon de su voz cuando sintió que estaba curado, esos mismos gritos lo acompañaron de vuelta hasta llegar donde Jesús.
¡Menos mal te encontró Señor! Ahora pienso qué hubieses sido de él si Tú te hubieras ido o hubieras pasado a otro pueblo. ¡Qué desilusión! Pero no, sí te encontró.
Y se postró a tus pies rostro en tierra, dándote gracias, nos dice el Evangelio. Esos tres gestos: Se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra y daba gracias a Dios. ¿Y quién era? ¡Sorpresa! Un samaritano, el más improbable, el menos esperado. Tu Señor sorprendido, preguntas:
“¿No quedaron limpios los diez? ¿Dónde están los otros nueve?” (Lc 17, 17)
Jesús no duda si ellos quedaron limpios o no; sabía que habían quedado limpios. Él sabía que había hecho un milagro para los diez. Esa pregunta, ¿dónde están los otros nueve? Yo quiero entenderla como: Oye, ¿qué pasó en el alma de esos otros nueve? ¿Qué pasó en el corazón de esos otros nueve?
Ya sé que quedaron limpios de la piel; ya no tienen lepra. A Jesús, lo único que le interesa es el corazón. ¿Qué pasa en el corazón de los hombres? ¿Qué pasó en el corazón de esos otros nueve?
LA VERDADERA CONVERSIÓN
El milagro que realmente Jesús quiere hacer es tocar el alma, las fibras más íntimas del corazón del hombre. La conversión – pienso también en la conversión.
Hubo diez milagros, sí, y una sola conversión. Para curar la lepra, Jesús solo necesitó su poder. Vayan a los sacerdotes; quiero que queden limpios. Se va a obrar el milagro.
Pero para curar la ingratitud del corazón, ¿qué tuviste que hacer, Señor? ¿Hasta dónde estuviste dispuesto a llegar? Hasta la cruz. Tendrás que subir a la cruz para mendigar, para implorar.
Agradecimiento; reconocimiento. Reconocimiento de lo que hace la gracia, lo que hace el amor de Dios en nosotros. Ahí, hasta la cruz. Él está dispuesto a ir hasta la cruz y a quedarse solo en la cruz.
CONVERSIÓN Y FE VIVA
Jesús no pierde la esperanza. He estado pensando, no sé si te lo había comentado, pero he estado pensando en esta semana si Jesús en algún momento perdió la esperanza en nosotros. Y no, no la puede perder porque es Dios.
No decayó la esperanza en el corazón de Jesús, en el corazón humano de Jesús. no se cansa de hacer el bien. Jesús no se cansa de amar, aunque no reciba nada a cambio. Jesús no se cansa de esperar. No piensa:
No valió la pena haber curado a estos diez hombres. Tú no piensas así, Señor, porque tu amor es verdadero. Tu amor no calcula, no mide resultados. Ama y espera.
Ese amor y esa espera no decaen. Esa es la esperanza de quien ama: esperar, no una recompensa, sino la posibilidad de que el corazón humano despierte. Señor, que despierte nuestro corazón.
DAR GRACIAS ANTE LA CONVERSIÓN
Que sigas esperando que tus milagros, los milagros de cada día –sí, porque cada día hay milagros, pero por montones–Señor, que produzcan en nosotros un cambio, una conversión, una fe viva.
No puedo seguir. Acuérdate. No puedo seguir. Me voy a detener, voy a pensar, voy a rezar y voy a pedirle al Señor una fe viva, una esperanza viva.
¿Dónde están los otros nueve? Que el Señor aveces te pueda decir: Oye, ¿dónde estabas? Señor, sí, qué pena; me distraje. Sé que me has regalado nuevas oportunidades; sé que me has llenado de dones. Aquí estoy, Jesús. Gracias.
Pensemos en nuestra vida ¡cuántos milagros cotidianos! Salud, familia, amistad, perdón, oportunidades, vocación, la Eucaristía… Y sin embargo ¿cuántas veces Jesús me he olvidado de volver a darte gracias, de postrarme, gritando, dándote gloria?
¿DOY IMPORTANCIA A MI CONVERSION?
¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero? Se pregunta: ¿Y los otros corazones cómo quedaron? ¿Dónde están? ¿Qué les pasó?
Sigues esperando, no pierde la esperanza, Jesús no desmaya.
En aquel samaritano, que era un marginado, era un improbable, encontró gratitud y amor. Señor, ¿cuántos improbables, cuántos marginados se acercan a ti y te sorprenden? Que yo sea uno de ellos.
A veces los más improbables –los que menos parecen cercanos a Dios– son los que más te sorprenden. Cuando se acercan a una capilla, a un oratorio, se postran delante de ti: Señor, perdón;Señor, gracias. Señor, ayúdame.
No soy digno de ti. También entre los jóvenes, Jesús busca corazones que lo reconozcan, que vuelvan a Él con alegría y agradecimiento. Señor, si te sorprendo por ser un improbable, bienvenido sea.
Tú te quedas contento. Tu corazón crece en esperanza con ese solo samaritano improbable que volvió a agradecerte.
Sigues esperando corazones así de delicados, que te sorprendamos con nuestra gratitud, con nuestra fe sencilla, con un deseo grande de amarte. Jesús, no te quedes esperando por mí. Que no deje tus milagros sin respuesta.
CONVERSIÓN DEL INTERIOR
Enséñame a agradecer, a volver siempre a tus pies, a reconocerte como el médico que me curas, como el amigo que nunca se cansa de esperar. Y cada día, cuando mire mi vida, pueda decirte con alegría: “Jesús, gracias. Gracias, Señor. por tanto. Siempre gracias infinitas a mi Dios.”
Vamos a acudir a nuestra Madre, Santa María. Que su mirada materna nos recuerde muchas veces la necesidad que tenemos de ir a apostarnos a los pies de Jesús para reconocer su grandeza y nosotros.
Nuestra pequeñez, para agradecerle cada conversión, la gracia que llega a nuestra alma. Madre mía Inmaculada, recibe estos deseos de nuestro corazón y también alcánzanos la gracia de tu Hijo para que seamos agradecidos.

