Estamos en el cuarto día del Adviento y estamos todos fijándonos en las lecturas de la misa, que nos sirven para prepararnos. En primer lugar, para tu segunda venida, Jesús, aquí a nuestro mundo, que dejará de existir. Y después nos iremos preparando para la Navidad de una manera como más inmediata.
Pero, la primera parte del Adviento nos habla de la segunda venida de Cristo en el fin del mundo. Dice así el evangelio:
“En aquel tiempo, Jesús se dirigió al mar de Galilea, subió al monte y se sentó en él. Acudió a él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros los ponían a sus pies y él los curaba…”
(Mt 15, 29-30).
Bueno, esto es una escena a la que nos podemos acostumbrar, pero al mismo tiempo con la que nos podemos asombrar. “Como no te somos indiferentes nunca, Señor, y tu afán es el de ayudarnos.”
Por eso podemos interpretar estas enfermedades (de esta gente: tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos, etcétera) también en sentido simbólico, como enfermedades del alma, que todos tenemos un poquito, ¿no es verdad?
Bueno, y Tú -dice el evangelio-
“los curabas… La gente se admiraba sigue el evangelio, al ver hablar, a los mudos sanos, a los lisiados, andar a los tullidos y con vista a los ciegos y daban gloria al Dios de Israel.”
(Mt 15, 31).
Esa maravilla de las conversiones, los cambios… Cada uno de nosotros podemos ser personas que, con la ayuda de la gracia de Dios, cambiamos, mejoramos, nos parecemos más a Jesús. Y, por lo tanto, se cura nuestra sordera: ese consejo que nos han dado de manera repetida y que no hemos terminado de oír porque no nos parecía que tenían razón o, más bien, nos parecía que quien tenía razón éramos nosotros…
PARECERNOS MÁS A JESÚS
“En general, cualquier mejoría nos acerca a Ti, Señor, como Hombre perfecto.” Entonces, la idea es que, efectivamente, todos nos ilusionemos con ver esos cambios, esas curaciones; pero más que en fulanito o fulanita que me molesta que sean así, en nosotros mismos, ¿no?
“¿Yo cómo puedo cambiar? ¿Yo en qué puedo ser más parecido a ti, Jesús? Pero no sólo como una decisión mía, sino como una expresión de mi seguimiento a ti, Jesús.
El que está más cerca de Ti, precisamente, por estarlo, notará más claramente en qué puede mejorar y te dejará, Señor, ayudarlo.” Esto es lo que pasó en aquel momento y lo que puede seguir pasando ahora.
Dejémoslo hacer al Señor esos milagros en nuestros corazones y que la gente vea nuestros cambios.
Sigue el evangelio:
“Siento compasión de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino. Los discípulos le dijeron: —¿De dónde vamos a sacar en un despoblado panes suficientes para saciar a tanta gente? Jesús les dijo: —¿Cuántos panes tenéis? Ellos contestaron: — Siete y algunos peces. Él mandó que la gente se sentara en el suelo. Tomó los siete panes y los peces, pronunció la acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la gente. Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras, siete canastos llenos.» (Mt 15, 32-37).
“Esa contabilidad del milagro, de la multiplicación de los panes y de los peces, que ahora se nos cuenta, nos ayuda también a disponernos para esta segunda venida tuya, Señor.”
COMULGAR BIEN PREPARADOS
Pero, no al fin del mundo ni en la Navidad, sino hoy mismo: si voy a ir a misa y comulgar, Tú vas a venir. Entonces la idea es esta: ¿cómo puedo yo recibirte con más fruto? ¿Cómo puedo ser de esas personas que se nutren de Ti y se sacian?”
“Tomó los siete panes y los peces, pronunció la acción de gracias, los partió y los fue, dando a los discípulos y los discípulos a la gente…”
(cfr. Mat 15, 36).
Esto es la misa, donde Tu, Señor, pones el pan -que eres Tú mismo, Tu cuerpo- en las manos de los sacerdotes, que somos sucesores de los discípulos y de los que te ayudaron, por lo tanto, a distribuir ese pan que tú les entregabas. Y los sacerdotes los entregamos a quienes se acercan a comulgar.
“Recibirte con esa conciencia de que eres Tú, de que no es un simbolismo, que no es como si fueras Tú, sino ser consciente de que: Eres Tú. Entonces, ilusionémonos todos en acercarnos a comulgar bien preparados, porque esa es la manera de estar también listos para cuando Tú, Jesús, regreses al fin del mundo, que puede ser mañana, que puede ser más tarde, que puede ser en mil años…
Entonces podríamos concretar: mi preparación en este día de Adviento puede ser, efectivamente: ¿Yo cómo me acerco a recibirte, Señor, en la Comunión? O sea, ¿si acudo con hambre? Es decir, ¿sintiendo la necesidad de tu ayuda, de tu fuerza?
Todos entendemos lo que es sentir hambre. “Pues eso… que nos acerquemos a Ti, Señor, con esa conciencia de que sin la fuerza que Tú nos prestas en ese sacramento es muy difícil.”
RECIBIRTE CON EL ALMA BIEN DISPUESTA
Y que me acerque con el alma bien dispuesta. Es decir, en gracia de Dios, obviamente, pero esforzándome en esas conversiones de las que hablábamos al comienzo de este rato de oración.
“Encontrarme contigo, Jesús, en el momento en que Tú me llames a tu presencia, tendrá que ver con los momentos en los que Tú y yo nos encontramos en la misa, en la comunión, si me dispongo bien y me preparo bien, me acerco con fe; pues así me encontrarás cuando Tú vengas al final de mi vida.”
Vamos, por lo tanto, a coger el mensaje: este Adviento es tiempo de preparación, pero no lo dilatemos para un evento futuro que no se sabe cuándo va a pasar, sino para mi próxima comunión, que puede ser hoy mismo.
Por eso, podemos rezar esa oración que aprendimos de san Josemaría: Te quisiera, Señor, recibir como la Virgen María o como los santos. Pues apuntemos a eso, ni la Virgen María ni los santos nos negarán su ayuda.

