Estamos terminando el año y eso, queramos o no, nos pone más reflexivos. La liturgia de estos días también, porque terminó el año litúrgico; bueno, faltan dos días.
La Iglesia, como una buena madre, nos vuelve a recordar lo esencial, nos ayuda a mirar la vida desde lo alto, sin perder de vista lo que de verdad importa.
En el evangelio de hoy escuchamos a Jesús decir algo que casi rompe el ritmo frenético con el que solemos vivir. Tú nos dices hoy, Jesús:
“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.”
(Lc 21, 33).
Y aquí, en este rato de oración, puede surgir espontáneamente una pregunta sencilla, pero grande, enorme: “Jesús, hay cosas que no pasan. ¿Cuáles son las cosas esenciales de la vida? ¿Qué es lo que debo cuidar como mi propia vida?”
Quizá tú, que estás haciendo este ratico de oración, que trabajas tanto, que pones el alma en lo que haces, que siempre estás con pendientes porque tienes muchas cosas…, necesitas hoy dejar que Jesús te haga esta pregunta. Y no para entristecerte, no para que nos entristezcamos, no, sino para llenarnos de luz.
Jesús nos quiere llenar de luz, nos quiere dar paz para ayudarnos a ordenar el corazón. Vale la pena pensarlo con serenidad. Vale la pena hablarlo con Jesús sin prisa. Por eso,estamos aquí, haciendo este ratico de oración.
MIS PALABRAS NO PASARAN…
Hace unos días vi un post en Instagram que me llamó mucho la atención. Citaba un discurso muy conocido de Bryan Dyson -creo que así se pronuncia-, ex CEO de Coca-Cola. Un discurso breve, sólo sesenta segundos, pero lleno de sabiduría.
Decía así el post: “Imagina que la vida es como un juego. Un juego en el que haces malabares con cinco pelotas, las llamas trabajo, familia, salud, amigos y espíritu, y las mantienes todas en el aire. Pronto comprenderás que el trabajo es una pelota de goma: si la dejas caer, rebotará. Pero las otras cuatro pelotas familia, salud, amigos y espíritu, son de cristal. Si dejas caer una de ellas quedará marcada, dañada, mellada o incluso hecha añicos para siempre. No volverá a ser la misma.”
Señor, este discurso, que averiguando bien, no duró sesenta segundos, aunque así lo muestra el post, las redes sociales, duró un poquito más, pero si fue una imagen muy ganadora.
El mundo se quedó con esa imagen de las cinco pelotas. Este discurso fue pronunciado en 1991, pero podría haber sido escrito esta misma mañana o ayer, ¿no? Porque, Señor, nuestra vida, nuestra lucha, nuestros cansancios siguen siendo los mismos; las pelotas siguen siendo las mismas.
A la luz de este evangelio: “ (…) mis palabras no pasarán.” (cfr. Lc 21, 33). Quizá hoy Jesús quiere que volvamos a mirar esas cuatro pelotas de cristal. Aquello que si se rompe, no vuelve a ser igual. ¿Cuáles son? La familia, la salud, los amigos, el alma. Tal vez vale la pena detenerse un instante en cada una, en estos minuticos.
LAS PELOTAS DE CRISTAL
Primero, la familia. ¿Cómo he cuidado mi familia este año? ¿He sido presencia, cariño, tiempo escucha? ¿O solo ocupación y cansancio?
La familia no pide grandes gestos, sólo pide que no la olvidemos, que no la demos por descontada. Señor, que importante es la familia, mi familia.
Segundo, la salud. ¿La he visto como un regalo o la trato como si fuera infinita? Señor, ¿he dormido lo suficiente? ¿He comido lo necesario, descansado lo justo, he hecho deporte?
El cuerpo es un templo que Dios nos confía para servir mejor. Y, a veces, por no parar, esa pelota de cristal que es la salud se puede dañar, romper, rayar. ¡Cuidado!
Tercero, los amigos. Amigos de verdad, de esos que sostienen, que escuchan, que alegran la vida. ¿Cómo he cultivado esa amistad? ¿O he permitido que el ritmo del día me robé, incluso, la capacidad de recordar a mis amigos, de preguntarles algo, de hacerles una llamada o un mensaje?
Cuarto, Jesús, llegamos al alma, llegamos al espíritu. Esa esfera finísima, delicada, que sostiene todas las demás. Sostiene todas las demás, es la más importante: la oración, los sacramentos, la paz interior, la conciencia limpia. ¿He cuidado mi alma? Jesús, hoy me lo quiero preguntar… ¿O la ha dejado para el final de la lista, cuando ya no queda tiempo ni energía?
Jesús, Tú eres el único tesoro que no se pierde y que no se degrada: “(…) mis palabras no pasarán.” (cfr. Lc 21, 33). Y esta puede ser una pregunta, de esta meditación: ¿qué lugar te he dado a ti, Señor, que eres la palabra que no pasa?
Padre y ¿el trabajo? ¿No va a decir nada del trabajo? Bueno, claro, también el trabajo. Podemos mirar el trabajo y no para restarle importancia.
EL TRABAJO
¿Cuántas veces en Hablar con Jesús hemos dicho que el trabajo es un medio de santidad? Claro. Lo podemos también considerar en este instante, pero como servicio, como capacidad para amar, como un instrumento para ponerlo en su sitio.
El trabajo es esa pelota de goma; rebota, sí, pero rebota solo si no hemos dejado caer las otras cuatro. Si se destruye, si se daña la salud, la familia, el alma, los amigos… el trabajo, ¿para qué, para qué?
Bueno, Señor, quizá hoy Tú quieres que descubramos que trabajar es para vivir, pero no es vivir; que producir no es amar. Y que llegar a todo no es lo mismo que llegar a quien te necesita.
En el fondo, tu corazón, te lo viene diciendo desde hace rato, desde hace tiempo. Señor, cuidar las cosas esenciales, las cosas delicadas, las cosas que Tú quieres cuidar y que cuidemos especialmente.
El Señor quiere que terminemos el año pensando en esas prioridades, para volverlas a poner donde merece. Para volver a las cosas que no pasan: el amor, la entrega, la presencia, la vida interior; para volver a la Palabra que no pasa: Jesús.
Jesús no te pide que trabajes menos, te pide que vivas más; que vivas mejor, que vivas con orden, con sentido, con profundidad.
“Así quiero vivir, Señor. Jesús, enséñame a cuidar lo esencial. Enséñame a no dejar caer lo que de verdad importa. Que el próximo año -que faltan todavía unos días- no sea un año de correr, sino un año de vivir junto a Ti.”