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P. Juan

5 min

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SACAR LA LOTERÍA

Jesús nos llama bienaventurados y nos promete una recompensa grande.

¿Qué harías si te enteraras hoy de que ganaste la lotería o algún premio así de muchísimos millones de dólares, de una cantidad enorme de dinero? ¿Qué panorama se te abriría de un momento a otro?

Recuerdo una película irlandesa, en la que un hombre que había sacado algún número de una lotería y ganó, sacó el gran premio, pero de la emoción al ver en la televisión que era su número el ganador, le dio un infarto y se murió.

Después es toda la epopeya del pueblito en el que vivía para simular que estaba vivo y poder cobrar su premio y repartírselo entre la gente que eran no muchos habitantes.

Hablo de esto porque hoy, Señor, no sólo en el evangelio, también en la primera lectura, nos hablás de algo quizá que vale más que millones.

Nos hablás, Señor, de ser bienaventurados, de que el Reino de Dios es nuestro; de ser bienaventurados, porque vamos a reír; de ser bienaventurados y que nos podemos alegrar y saltar de gozo, porque nuestra recompensa será grande en el Cielo.

HEMOS RESUCITADO EN CRISTO

Son las Bienaventuranzas relatadas por san Lucas. Y en la primera lectura, san Pablo dice que

«nos hemos revestido de una condición nueva, que se va renovando a imagen del Creador»

(Col 3, 10).

Y por eso nos anima a buscar los bienes de arriba.

Todo esto lo dice san Pablo porque hemos resucitado en Cristo, somos criaturas nuevas. Como si alguien, de golpe, le cambian todas las circunstancias, como el que gana la lotería y tiene nuevas posibilidades, se le abre un panorama nuevo.

Pero nosotros no así de manera fortuita e inopinada que se dio, sino que puede ser nuestro el Reino de Dios. Podemos reír y alegrarnos, si es que elegimos al Señor.

Y además del bautismo, como dice san Pablo, buscamos no ya tanto los bienes de la tierra, lo que nos podría, uno pensar, dar la felicidad acá, sino, si buscamos los bienes de arriba.

Quizá Señor se nos impide un poco gozar de ese regalo, vivir esa vida nueva que se va renovando para hacernos cada vez más a imagen tuya Jesús, como dice san Pablo.

BIENAVENTURADOS

Bienaventurados

Lo que nos podría frenar es que san Pablo enumera también las cosas que tenemos que dejar de lado. Que en el fondo no es algo que verdaderamente queramos porque en su enumeración habla de pecados: de la codicia, de dejarse llevar por los deseos de la carne, en el fondo de ser egoístas y buscar la felicidad de espaldas a Dios; es más, ofendiendo a Dios.

Y en las Bienaventuranzas Jesús, nos invitás a ser dichosos, a ser poseedores del Reino, a reír, a llenarnos de gozo, pero también a costa de ser pobres, de tener hambre, de que otros nos persigan.

Esto no podría estar lejos de hacernos sentir alegres y bienaventurados, nos podría entristecer si pensamos que el precio es muy caro, que no vale la pena, si en el fondo nos queremos quedar con la felicidad esa que está más bien al alcance de la mano, por así decir. Lo que podemos conseguir por nuestros propios méritos, nuestros medios, sin esperar esa felicidad nueva, la del hombre nuevo que Vos, Señor, nos querés regalar.

Por eso pensaba hoy Señor en nuestra oración. Podemos, por un lado, en primer lugar, agradecerte y valorar este tesoro tan grande que Vos querés ofrecernos.

LOS BIENES DE ARRIBA

Una vida nueva, unos bienes de arriba a los que podemos aspirar y que podemos disfrutar, que es no sólo la vida eterna y el Cielo, que ya valdría la pena cualquier sacrificio porque es para siempre, porque es de un gozo, de una riqueza, de una felicidad que ni siquiera podemos imaginar y creemos que Vos, Señor, nos lo tenés preparado, como lo decís en la última de las Bienaventuranzas, sino también que para ese hombre nuevo que puede ir creciendo en nuestro interior y que podemos ir siendo nosotros, cada vez más ese hombre nuevo que se va identificando más con Vos, Señor, a tu imagen.

Podemos gozar mucho más también de nuestra vida acá en la tierra.

¿Cuáles son esos bienes de arriba? Lo que hay que rechazar, está claro, hay que rechazar el pecado. Lo que es egoísmo y lo que nos aparta de Dios. Y aunque nos tienta, tenemos experiencia propia y ajena y nos damos cuenta de que al final no nos da alegría profunda y paz, más que una compensación, más que quizás una satisfacción pasajera. No es eso lo que ansía nuestro corazón.

Lo que sí podemos ansiar, en cambio, es tener un corazón, Señor, más parecido al tuyo, ser más comprensivos con los demás, querer más al prójimo, ser más alegres, ser más positivos, más generosos, más caritativos, ser buenos.

Eso es algo que nos hace reflejar mejor, Señor, tu imagen en nosotros y que no hace falta que lo hagamos solos, porque de hecho no podríamos, sino que podemos aspirar a esos bienes de arriba buscando la gracia. Ahora te la pedimos con este rato de oración, en los sacramentos.

ALCANZAR LA ALEGRÍA

bienaventurados

Y también está en las Bienaventuranzas eso que Vos decís, Señor, que hemos de vivir para alcanzar esa felicidad, pero que no es directamente pecados lo que nos aparta. Por ejemplo, cuando nos decís: bienaventurados los pobres o si os persiguen o bienaventurados si lloráis…

Me acordaba de una explicación que hacía Jacques Philippe de esta bienaventuranza de la pobreza, que es elegir el ser pobre ante tantos bienes que se nos presentan.

Venía a decir que uno, si sabe decir: soy pobre y no puedo tener todo, me limito a veces a algunas cosas que me gustan las puedo hacer y otras no, porque no tengo los medios, no tengo tiempo, porque hay otras cosas que me requieren por caridad, las tengo que priorizar. O no puedo tener toda la atención de los demás o no puedo comerme todo lo que me gustaría comer.

Ese decir: “hasta acá” en límites que a veces nos vienen marcados un poco por las circunstancias, a veces que uno voluntariamente dice: esto puede ser pobre.

Enseguida eso nos abre la puerta a alcanzar esa alegría, esa bienaventuranza de que no tengo este gusto, no tengo esto que la pasaría bien, que libremente renuncio de corazón y que me hace acreedor del Reino, de tener el Reino y por tanto me da más libertad, me da paz y siento que se realiza esa figura del hombre nuevo en mí.

VALE LA PENA

Ayudanos Señor a valorar este tesoro grande que nos ofrecés con la vida cristiana, pero no sólo en el Cielo, también acá.

Ese regalo de ir por el camino que nos lleva a nuestra plenitud, a nuestra mejor versión, como se dice a veces, que nos lleva a hacer rendir los talentos que nos regalaste.

Y para eso Señor, que confiemos en que vale la pena, que podemos ser mucho más felices siguiéndote a Vos que siguiendo al propio yo.

Pidámoslo a la Virgen que confió en el Señor y en quien el Señor hizo cosas grandes y se sentía dichosa, feliz, de ponerse en manos del Señor y de que el Señor pudiera servirse ella como instrumento.


Citas Utilizadas

Col 3, 1-11

Sal 144

Lc 6, 20-26

Reflexiones

Ayúdanos Señor a valorar este tesoro grande que nos ofreces con la vida cristiana.

Predicado por:

P. Juan

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