Uno de los mejores consejos que me han dado para leer la palabra de Dios de modo que la pueda meditar es, el texto siempre va dentro de su contexto. El texto siempre en el contexto.
¿Por qué cuento esto? Porque la verdad es que hay momentos en los que uno se encuentra con pasajes del Evangelio que son sumamente complicados, que son difíciles de entender, que pareciera que no hay mucha congruencia. Siempre ayuda este consejo, el texto siempre dentro de su contexto.
Bueno, ese consejo me ha ayudado siempre muchísimo, porque si no es muy fácil sacar algún párrafo o algún versículo y al no tener el contexto o al no preguntarse quién me está diciendo esto y por qué, resulta que es muy fácil que uno consiga que el texto termine diciendo lo que yo quiero que diga.
EL TEXTO DENTRO DE SU CONTEXTO
Obviamente eso no es el sentido de la lectura meditada de la palabra de Dios, porque tú y yo somos personas que escuchan, que queremos oír la Palabra de Dios, lo que Dios quiere decirnos. Se trata de tener el corazón abierto, dispuesto a que Dios nos sorprenda con lo que quiere decirnos cada vez que nos acercamos a escuchar y a meditar su palabra.
Por eso, cuando leemos el Evangelio, no se trata solamente de escuchar palabras, sino de preguntarle al Señor también, Señor, ¿qué quieres tú que yo cambie de mi vida con esto que acabo de leer? Incluso más concreto todavía, Señor, ¿qué quieres tú que yo cambie de mi vida con esto que acabo de leer? Así tendremos esa apertura del corazón, esa disposición para que el Señor nos mire como siervos queridísimos y nos pueda hablar con claridad, incluso con exigencia, lo que Él tenga previsto.
Pero resulta que esto del texto y su contexto no siempre está tan claro, tanto así que ha habido muchísimas herejías que vienen precisamente de agarrar una frase aislada, o un párrafo aislado, o un libro aislado, incluso muchos libros de modo aislado.
EXISTE UN ÚNICO DIOS
Te cuento ahora de un autor cristiano llamado Marcion. Él vivió en el siglo II, es decir, a inicios de la Iglesia. Y resulta que el siendo cristiano, obviamente lee el Nuevo y el Antiguo Testamento, pero se encuentra con que es algo que no cuadra, porque por una parte él ve el Dios del Nuevo Testamento, así le dice él, y ve que es un dios bueno, el dios rico en misericordia, del setenta veces siete, el de la parábola del buen samaritano, el del mandamiento nuevo, el dios que está dispuesto a morir por ti y por mí, por amor.
En cambio se encuentra con el dios del Antiguo Testamento, así le dice él, que es un dios más bien vengativo incluso, con cierta facilidad a la ira, un dios que ordena a los israelitas a que maten a todas las personas que están en la tierra prometida cuando llegan. Y por supuesto saca sus cuentas y dice, no esto no puede ser así, a mí me interesa este dios del Nuevo Testamento. Entonces por lo tanto tiene que ser diferente del dios del Antiguo Testamento que es más bien el malo.
EL MISMO EN EL ANTIGUO Y NUEVO TESTAMENTO
Por eso el Marcionismo, que es la corriente que viene precisamente de Marcion, se dice que es una teología dualista. Son dos dioses y por supuesto que a Marcion le interesa el dios bueno, el dios del Nuevo Testamento. Y esto es un esfuerzo por sacar algo de su contexto y la Iglesia por supuesto inmediatamente condenó todo esto como una herejía.
Existe un Dios único, el Dios del Nuevo Testamento, el Dios del Antiguo Testamento, el Dios de toda la Sagrada Escritura. Y por lo tanto, cuando leemos algún pasaje de la Palabra de Dios, hay que compaginarla con todo lo que leemos, incluso si aquello no resulta tan evidente a primera vista. ¿Y por qué te cuento todo esto? Porque nos encontramos hoy en el Evangelio con un pasaje más o menos así.
Porque sacado así, separadamente, de toda la Sagrada Escritura, y si uno nada más lee y se encuentra por casualidad con este versículo del Evangelio de san Lucas, resulta que uno se lleva una imagen de Dios que es muy muy complicada de querer.
TENER PRESENTE EL PRINCIPIO
“Porque en aquel tiempo, dice san Lucas, mucha gente acompañaba a Jesús y entonces Él se volvió y les dijo: “Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío”.
¡Y caray! Palabras mayores. De hecho, tengo aquí también delante de mí el texto latino y dice: “Si quis venit ad me et non odit… Si alguien viene a mí y no odia a su padre, a su madre, a su esposo, a sus hijos, etc. Aquí las palabras son sumamente fuertes.
¿Qué clase de Dios es este? Este Dios después me pide también que perdone setenta veces siete, me dice que el mandamiento más grande es del amor, del amor a Dios, del amor al prójimo, como a uno mismo. Y qué fuerte, es difícil entender que ese Dios nos mande algo así como lo que escuchamos en el Evangelio de hoy.
Nuevamente el principio es, el texto siempre va en su contexto. Y este Dios que habla aquí en el Nuevo Testamento, en el Evangelio de san Lucas, es también el mismo Dios del Antiguo Testamento. Es el Dios que habla con Moisés, el Dios que le da las tablas de la ley. Es el Dios que en esas tablas de la ley le dice al pueblo de Israel y también a nosotros, en cuarto lugar, honrarás a padre y a madre.
OCASIÓN DE ENCONTRARNOS CON DIOS
Obviamente, para poder compaginar estos dos episodios hay que hacer cierto esfuerzo. Pero lo que el Señor nos dice en el Evangelio de hoy, obviamente no puede ir en contra de lo dicho anteriormente, porque viene a traer a cumplimiento la ley de Moisés.
Lo que el Señor no nos pide en el Evangelio de hoy es que faltemos a la caridad con nuestros padres, que les gritemos o que les peguemos o que les podamos incluso insultar ¿Por qué? Porque parece que el Evangelio de hoy lo permite. No, lo que nos dice el Evangelio de hoy es que todo, absolutamente todo, en un cristiano se tiene que orientar hacia Dios.
Que todo puede ser una ocasión de encontrarnos con Dios, y que tenemos que ser radicales en este seguimiento del Señor. Incluso radicales hasta en el caso extremísimo, que obviamente no pasará o no tendría por qué pasar, que nuestro padre, nuestra madre, esposa, mujer, nuestros hijos, lo que sea lo que dice el Señor en el Evangelio de hoy, sean un obstáculo radical para el encuentro con el Señor, para seguir al Señor.
APARTAR LO QUE ME APARTA DE TI
Yo más bien plantearía este mensaje del día de hoy de un modo también positivo. Parto de la premisa de que absolutamente todo lo que me encuentro en mi día a día es una oportunidad para encontrarme con Dios. Y si hay algo que no hay modo de que me pueda acercar a Dios entonces lo rechazo, no me interesa.
San Josemaría solía repetir por temporadas una jaculatoria que de hecho la tenía puesta allí en una pared de su cuarto, de su habitación:
<“Aparta Señor de mí, todo lo que me aparte de ti”.
Y de nuevo, es ese evangelio de hoy el que obviamente se ve complicado de vivir, pero no nos enfocamos solamente en el caso extremo, nos enfocamos en lo de cada día. Parto de la premisa de que para un cristiano en la vida ordinaria el 99 % de las cosas, por decir un número alabado, el 99 % de las cosas, circunstancias, personas, del tiempo, a menos que sea pecado, tiene que ser una oportunidad de buscar a Dios y de encontrarme con Él.
CON LOS OJOS DE LA FE Y DEL AMOR
Y si hay algo que no pueda de ningún modo ser eso, entonces Señor, dame la fortaleza para rechazarlo. Obviamente, como te decía, ordinariamente nuestros padres, nuestra madre, nuestra familia no será un obstáculo para aquello, pero igual así esa es la advertencia que nos da el Señor. Hay que ser radicales en el amor, radicales en la búsqueda, en el encuentro con Él, y hacer el esfuerzo para que todas las circunstancias, todo lo que tenemos entre manos, sea una oportunidad de decirle al Señor, Señor te amo. Si no, no nos interesa.
Que tranquilidad entonces la vida de una persona que quiere seguir a Cristo y que parte de esta premisa, todo, absolutamente todo, con la gracia de Dios, lo puedo enderezar, lo puedo convertir en un encuentro con el Señor, en una oportunidad de seguirle.
Danos, Señor, y se lo pedimos también a nuestra Madre del Cielo, la fortaleza para ver absolutamente todo con estos ojos, los ojos de la fe, los ojos del amor. También te pedimos la fe y la gracia para que si hay que tomar una decisión radical, la tomemos, obviamente sí y sólo si es necesaria; y es necesaria si nos aparta de ti.