Hoy leemos en la primera lectura de la Misa, como el pueblo judío que está en el desierto, después de que Moisés los sacó de la esclavitud de Egipto, se quejan porque no había agua:
“Ojalá hubiéramos muerto en la paz del Señor como nuestros hermanos. ¿Por qué han traído la comunidad del Señor a este desierto, para que muramos en él nosotros y nuestros ganados? ¿Por qué nos ha sacado de Egipto, para traernos a este horrible sitio: que no se puede cultivar, que no tiene higueras, ni viñas, ni ganados, ni siquiera agua para beber?” (Num 1, 3-5)
Pues sí, ¡el agua es fundamental! Sin agua todo está seco y feo. Ahora, aquí en mi país, en verano, suele llover en todas partes y todo se pone verde y muy bonito.
¡NECESITAMOS AGUA!
En cambio, en invierno pues está todo seco y café porque no ha llovido. Pero ahora todo es muy bonito, porque el agua es vida y sin agua no hay vida.
No podemos vivir sin agua. Es como lo más básico. Bueno, pensando en esto, quizá lo más básico es el aire.
Porque el aire lo estamos usando constantemente, estamos respirando siempre, pero es tan cercano y tan cotidiano y nos envuelve por todas partes, que casi no lo consideramos, pero fuera del aire: el agua.
¡Necesitamos el agua! Y el pueblo estaba en el desierto con mucho aire, pero sin agua y por eso se quejan.
¿Y Tú, Señor, qué haces? Pues, escuchas sus ruegos, ves su necesidad y le dices a Moisés que les dé de beber.
¿Y cómo le va a dar de beber Moisés al pueblo? Pues dices:
“Toma la vara, reúne con tu hermano Aarón a la asamblea y en presencia de ellos, ordena a la roca que dé agua. Y sacarás agua de la roca, para darles de beber a ellos y a sus ganados.” (Num 1, 8)
Y así sucedió. Moisés consiguió que de la roca saliera agua. Es claramente un milagro, un prodigio, un acto de amor tuyo, Señor, para el pueblo, para nosotros, para tus hijos, porque Tú constantemente nos estás cuidando. Tú eres Dios providente.
Ahora estamos a día 7. Hace una semana, justo estábamos en un campo de trabajo con un grupo de jóvenes.
Ya en la noche me dice uno: -Oiga, Padre, ¿me acompaña a rezarle a la providencia? Y yo: -Ah, pues órale vamos a rezar a la providencia porque es día 1 de mes.
NO SOMOS SOLO CUERPO
Y trajo otros jóvenes. Fuimos al oratorio y rezamos ahí unas oraciones bien bonitas a la providencia, a Dios providente.
Una oración a Dios Padre providente, una oración a Dios Hijo providente y una oración a Dios Espíritu Santo providente. Y entre cada oración un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria.
Muy bien. Pues es importante reconocer que todos los beneficios, el agua, el aire, la comida, todo lo que necesitamos para la vida del cuerpo, Dios nos lo da a manos llenas.
También Tú, Señor, nos das lo necesario para la vida del alma, porque no somos solo un cuerpo, sino que también tenemos un alma, un corazón, un espíritu, unos sentimientos y Tú también nos das todo lo que necesitamos para saciarnos.
Es más, eso es lo que, como seres humanos necesitamos más que las cosas materiales.
¿Qué necesitamos para el alma? Pues necesitamos amor. Eso sí, nadie puede vivir sin amor y sin amor pues la vida se acaba, la vida se agosta.
Así como decíamos hace un rato, que si no llueve pues todo se seca y se pone café y feo. Pues sin amor, el alma es como que se hace pequeña y se va muriendo.
Y Tú, Señor, nos das amor en abundancia y nos vas alimentando poco a poco de ese amor, para que en el Cielo sea el banquete del amor de Dios.
¿Y dónde está el amor de Dios? Pues el amor de Dios está en que nos dio a su hijo y que nos lo da y nos lo sigue dando.
Y hoy que es jueves, pues pensamos en la Eucaristía, pensamos en Ti, Señor, que estás vivo en el sagrario esperándonos.
Tú estás ahí, eres el alimento del alma. Tú estás en la Misa, en la Misa te entregas, haces presente ese sacrificio que nos da vida.
LA ÉPOCA DE LAS FLORES
Dios Padre, nos da por medio del Espíritu Santo, a su Hijo a través de los dones que le presentamos, el pan y el vino. Y eso es amor puro, amor puro que nosotros podemos recibir.
Y así el alma se pone verde, se pone, -decía un amigo ahora que veníamos en la carretera-, que le gustan mucho las plantas, decía: ahora es la época de las flores.
Porque, pues ya que llovió hace unos meses, se puso toda la hierba, todo verde, muy bonito y ya van a empezar a salir las flores, para en un par de meses, recibir los frutos.
Bueno, en el Evangelio, Tú, Jesús, nos preguntas:
“¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” (Mt 16,13)
Y los apóstoles responden: -bueno, pues unos piensan que eres esto, otros que el otro…
Y actualmente ¿quién piensa la gente que eres Tú? Pues muchos piensan que eres simplemente un personaje histórico, que hizo el bien, que vivió muy libre, que amó, pero eso es muy poquito. Eso es muy poquito.
Eso no te describe totalmente. Preguntas a los apóstoles:
“¿Y ustedes quién dicen que soy yo?’ y san Pedro contestó: ‘Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.” (Mt 16,15-16)
San Pedro, que es el primer Papa, el que tendrá que preservar la fe y comunicarla a los demás, está haciendo este acto de fe, esta afirmación contundente:
“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.”
¿Y Tú qué le dices a él; Señor, que le respondes?:
“Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre que está en los cielos.” (Mt 16,17)
HAY UN MUNDO ESPIRITUAL
Aquí, Tú, Señor, nos abres los ojos a una dimensión que nosotros no percibimos con los sentidos.
Nosotros vemos lo que lo que es perceptible para la vista. Escuchamos, sentimos, tenemos esas sensaciones y luego percepciones interiores y podemos conocer el mundo externo que vemos, que sentimos.
Pero hay un mundo espiritual, un mundo en el que estás Tú en primer lugar y los ángeles y nosotros como personas.
¡Y ahí hay mucho! Ahí hay mucho que no vemos, pero que podemos conocer y podemos aprender a distinguir y a escuchar.
Aquí, san Pedro escucha a Dios Padre. Abre su corazón con sencillez a la experiencia de Cristo, a Tu experiencia, a verte, a escucharte, a no perder detalles de tu actuación.
Y haces milagros y hablas del amor de Dios y haces que las almas puedan ver el mundo sobrenatural.
San Pedro puede hacer ese acto de fe, por esa experiencia que tiene de Ti, y porque el Padre, Dios Padre, a través del Espíritu Santo, le hace conocer que Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.
EL INICIO DE LA IGLESIA
Y Tú, Señor, te alegras de esa afirmación:
“Dichoso tú, Simón.”
Te alegras con él. Dichoso tú, Simón, porque ya la cosa está dando fruto. Los corazones se están abriendo a tu verdad y por lo tanto a tu salvación:
“Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre que está en los cielos.” (Mt 16,17)
Eso es el inicio de la iglesia, la fe de Pedro, los demás apóstoles que también comparten y que van a llevar a todo el mundo y que nosotros hemos recibido.
Eso es el alimento del alma. Tú, Padre providente, nos das agua para el cuerpo, pero nos das a tu Hijo para el alma.
Y es muy bonito también pensar en esa imagen del corazón de Jesús, del cual brota el agua, brota sangre, y agua, así como de la piedra brotó también el agua y así nos alimentas con esa vida sobrenatural que se nos da a través del Espíritu Santo.
Acudimos a nuestra madre, la Virgen, para que ella nos ayude a alimentarnos, para que nos ayude a tener un corazón sencillo como Pedro, que reciba la fe, que reciba esas emociones interiores del mundo espiritual.
Para que podamos estar cada vez más unidos a Jesús y también podamos comunicar ese conocimiento de Dios y esa alegría de estar con Él a los demás.
DÍA PRIMERO CONSAGRADO A LA DIVINA PROVIDENCIA
ACTO DE CONTRICIÓN
Dios y señor mío cuya amorosa Providencia me ha colmado de beneficios en todos y cada uno de los instantes de mi vida, ¡Cuánto me pesa la ingratitud incalificable con que he correspondido a todos ellos! Tú tan amorosa, tan benéfica para conmigo, y yo tan mezquino, tan ingrato, tan audaz, he ofendido al mismo que me crió, que me conserva y llena de beneficios; al mismo que, en justo castigo de mis culpas, puede quitarme en un instante la existencia y hundirme en el abismo. Más no será ya así, en adelante, Dios mío. Me pesa de haberte ofendido, me duelo de ello; movido solo de tu infinita bondad propongo con el auxilio de tu gracia jamás volverte a ofender. Amén
ORACIÓN A LA OMNIPOTENTE PROVIDENCIA DE DIOS PADRE.
Yo adoro ¡oh Señor! El atributo consolador de tu Providencia omnipotente. Ella ha fabricado para nosotros los cielos y la tierra; Ella, con una palabra salida de sus labios, sembró de estrellas el cielo, las flores la tierra, de ángeles el empíreo; Ella del seno de las tinieblas sacó la luz, y de la nada el ser de cuanto existe. Sí, Señor, yo soy tu hechura, soy obra de tu omnipotente diestra, y por eso vengo confiado a suplicarte conserves estos dones que por liberalidad me has concedido. Tú nunca te arrepientes y retiras los favores que una vez has concedido, a menos que el favorecido se haga absolutamente indigno de ellos. Consérvame pues, la vida que me diste aleja las malignas enfermedades y dame la perfecta salud, dame el pan de cada día y las fuerzas necesarias para ganármelo con el sudor de mi rostro; líbrame sobre todo del mayor de los males, que es el pecado. ¡oh Padre celestial! Yo te consagro al comenzar este mes todas las obras que durante el hiciere; quiero que todas ellas se dirijan a tu mayor honra y gloria y sirvan para gozar de ti en el Cielo y alabar y bendecir eternamente a tu Providencia Divina. Amén.
Padre nuestro, Avemaría y Gloria Patri.
ORACIÓN A LA SABIA PROVIDENCIA DE DIOS HIJO
Yo adoro ¡oh Señor! La sabia Providencia con que después de haber combinado todas las partes de este vasto universo, arreglaste todo lo conducente a la redención del linaje humano. Fue ella la que hizo vencer en el árbol sagrado de la cruz a quién venció al hombre en el árbol prohibido; ella es fortaleza de los débiles en la tierra, la que da fuerza para vencer las tentaciones de la carne y la que dominó a los tiranos del mundo; por Ella te suplico ¡oh Señor Dios! que arregles los negocios todos de mi vida de modo que todo ceda en bien de mi alma; destruye y aniquila las maquinaciones que hagan mis enemigos para perderme, dá luz a mi entendimiento, guíame en la senda de tus Mandamientos y llévame de la mano en la peregrinación de esta vida ¡oh Hijo redentor de nuestras almas! Yo te consagro al comenzar este mes todas las palabras que pronunciare; quiero que todas ellas se dirijan a tu mayor honra y gloria y sirvan para ir al cielo, en donde alabar pueda eternamente a tu Divina Providencia. Amén
Padre nuestro, Avemaría y Gloria Patri.
ORACIÓN A LA AMOROSA PROVIDENCIA DE DIOS ESPITIRU SANTO
Yo te adoro ¡oh amorosa Providencia de Dios Espíritu Santo! Que después de producir el orden, la belleza y la armonía en toda la creación, descendiste en forma de lenguas de fuego para iluminar y encender el corazón de los Apóstoles y luego has derramado tus dones en tantas almas, haciéndolas moradas y templos del mismo Dios; ven y enciende mi corazón con el fuego del amor divino, consume toda la vil escoria del pecado, purifícalo de toda iniquidad, Tú eres el Espíritu Paráclito o sea consolador; infunde en mi alma celestiales consuelos, volviéndome amargo todo lo terreno, y dulce todo lo divino. ¡oh Espíritu Santo! yo te consagro al comenzar este mes todos mis pensamientos y afectos; quiero que todos ellos se dirijan a tu mayor honra y gloria y sirvan para gozar del cielo, donde alabar pueda eternamente tu divina Providencia. Amén.
Padre nuestro, Avemaría y Gloria Patri.
ORACIÓN FINAL
Cuán grandioso es el Augusto misterio de tu Providencia Divina oh Dios Trino y Uno, depositada en Vos tengo mi fe para que en este mes que principia y los que tengas a bien concederme, te pediré:
Tú Divina Providencia
Se extienda en todo momento
Para que nunca nos falte
Salud, casa, vestido y sustento
Y en la muerte, los sacramentos.
Altísima Trinidad Dios Trino y Uno, reconozco que nada soy, ni me es posible tener nada, si no es tu Santísima Voluntad, solo lo que tu Divina Majestad ha tenido a bien concederme. De todo te doy infinitas gracias y alabanzas. Todo lo ofreceré de aquí en adelante a tú Divina Providencia. Protesto estar a tú voluntad Santísima en esta Vida hasta ir a cantar las glorias de tu misericordia para toda la eternidad.
Así sea.