ESCUCHA LA MEDITACIÓN

LA NUEVA LEY DEL AMOR

Las leyes de Dios no son sólo para cumplirlas sino para vivirlas. Y si cuestan, tenemos el ejemplo de Cristo, que las vivió a plenitud de primero.

Son muchas las semanas de Pascua, son muchas las semanas hasta Pentecostés, pero yo creo que nos viene muy bien el recordar, una vez más, que en este tiempo de Pascua celebramos la Redención de Cristo.

Por eso conviene renovar muchísimo, en estas semanas de Pascua, el asombro ante todo lo que ha hecho Dios por nosotros, para que no sea solamente un evento pasado de hace un par de semanas en la Semana Santa, sino que Dios nos ha amado hasta el extremo, hasta dar la última gota de sangre por cada uno de nosotros en la Cruz.

Y nos sorprende también que lo haya hecho por unas pobres criaturas insignificantes, como somos nosotros, criaturas de las que podría perfectamente prescindir totalmente.

Cristo ha venido a llevar a plenitud la antigua Ley, esa que ya en su época fue un grandísimo adelanto ante lo que existía de barbarie en el mundo.

Por ejemplo, la famosa “ley del talión” (ojo por ojo, diente por diente), que aparece en el Antiguo Testamento, (Dt 24,26) también aparece en el Código de Hammurabi, en Babilonia. Pero bueno, esa ley del talión ya era una mejora impresionante en el tema de la justicia, pero era insuficiente.

Ha tenido que venir Dios mismo a dar el paso definitivo, una nueva Ley:

«Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros, como Yo os he amado. Amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si os amáis unos a otros»

(Jn 13, 34-35).

Esto me hizo acordarme de que en París está el Museo de Pesas y Medidas. Allí se conservan los antiguos patrones para medir: un metro de platino iridiado, el patrón de la medida de un kilogramo, el péndulo de Foucault, etc.

Antiguamente ese era el parangón de las mediciones, del sistema métrico. Y nosotros, los cristianos, tenemos en Cristo la referencia de la medida del amor. Y esa referencia permanece estable por toda la eternidad.

UNA LEY SPRAY

Nosotros tenemos a quién seguir, tenemos a quién imitar. En lo concreto, en lo específico, para que esta ley del amor no sea etérea, no sea una ley spray. Y ese es el rasgo que debería caracterizarnos a todos los cristianos: ser imitadores de Cristo.

Así lo describía, por ejemplo, Tertuliano, un escritor cristiano de los primeros siglos. Decía que

“es precisamente esta eficacia del amor entre nosotros lo que nos atrae el odio de algunos, pues esos dicen: «mirad cómo se aman», mientras que ellos se odian entre sí. «Mirad cómo están dispuestos a morir el uno por el otro», mientras que ellos están más bien dispuestos a matarse unos a otros”

(TERTULIANO, Apologético, 39, 1-18).

Esta frase de Tertuliano es muy famosa: “mirad cómo se aman”. Rasgo distintivo de esos primeros cristianos que lo que hacen es imitar a Cristo.

Tener una medida así clarísima nos ayuda a nosotros también, en el siglo XXI, a hacer examen. En nuestras casas, en nuestro trabajo, en nuestra familia, ¿qué tanto aportamos nosotros a que se pueda decir “mirad cómo se aman”?

Obviamente esto depende también de los demás. Pero ¿qué tanto aporto yo, mi grano de arena, para que se pueda decir esto de nosotros? ¿Qué tan dispuestos estamos a dar ese primer paso a “ahogar el mal en abundancia de bien”?

a Cristo

La medida sigue siendo Cristo, que dio su vida por cada uno de nosotros. Para esto, me gustaría dejarte una recomendación de nuestro querido san Agustín que decía:

“si todavía no te sientes en disposición de morir por tu hermano, disponte al menos a darle algo de lo que tienes. Que la caridad comience ya a conmover tus entrañas”

(SAN AGUSTÍN, Sobre la 1ª Epístola de san Juan, 5, 12).

Esta frase a mí me gusta muchísimo porque habla de las entrañas, de mover las entrañas. Porque esta ley del amor no es algo externo a nosotros, esa no es la idea.

Nosotros no vemos, por ejemplo, a Cristo viviendo la ley del amor a regañadientes, como algo que no se le ocurrió a Él. En la cruz, diciendo, “mira lo que estoy haciendo por ti”, como reprochándonos, con sarcasmo todo su dolor.

Porque esta ley no es una ley exterior que hay que cumplir forzadamente, sino que ha de abarcar, poco a poco, desde dentro, todo lo que pensamos, todo lo que decimos, todo lo que obramos.

«HIPRÓQUITA»

Hay un chiste que me contó hace ya muchos años un buen sacerdote. Él decía que una niña estaba (por cierto, ahora estamos, aquí en Venezuela, en temporada de primeras comuniones) preparándose para la Primera Comunión. Y estaba en el proceso de aprender a confesarse.

Un día se acerca al confesionario:

–       Ave María purísima/Sin pecado concebida.

–       Padre, vengo a confesarme de ser una “hipróquita”.

–       Querrás decir “hipócrita”, le dice el padre.

–       Sí, sí, eso.

–       A ver ¿y por qué dices que has sido hipócrita?

–       Bueno, padre, porque traté bien a fulanita, que la verdad es que me cae bien mal.

La niña obviamente se estaba esforzando por cumplir con esta ley del amor. Pero todavía estaba aprendiendo que no es hipocresía, sino ese deseo de tratar a los demás como los trataría Cristo.

Obviamente, entre Dios y nosotros hay una distancia abismal. Y, aun así, siendo infinitamente superior a nosotros, Dios decide esforzarse en el amor.

Y como ese es el ejemplo, esa es la medida, tú y yo ya no tenemos excusa. Ni siquiera en esos momentos en los que nuestra soberbia, nuestro orgullo, nos hace pensar o nos hace ver en los demás a personas que son inferiores a nosotros, que no son suficientemente buenas o que son indignas de nuestra atención o de nuestra caridad.

Ya no hay excusa porque Cristo sigue siendo la medida. Él sí que podía decir eso de cada uno de nosotros y aun así nos ha amado hasta el extremo.

Es más, para cumplir este nuevo mandamiento, los cristianos estamos llamados a mirar a Jesús, sí, como ejemplo, es verdad, pero al mismo tiempo mirar a Jesús como el objeto de esta misma ley; o sea, a quien se dirige o con quien se ejercita esta nueva ley.

VER AL MISMO CRISTO

Hay una parábola que no deja lugar a dudas en este sentido, porque dice el Señor:

«Entonces le responderán los justos: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos peregrino y te recibimos o desnudo y te vestimos? O ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y vinimos a verte?” Y el Rey les responderá: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis”»

(Mt 25, 37-40).

Es decir, que ver en los demás a otros Cristos, al mismo Cristo, es un modo especial de vivir esta ley nueva: amar a los demás por amor a Dios.

Tenemos muchos ejemplos de tantos santos, de san Esteban protomártir, que amó hasta el punto de perdonar a sus verdugos (“Señor, no les tengas en cuenta este pecado”).

Tenemos el ejemplo de Santa Teresa de Calcuta, que se propuso ser «otro Cristo para los pobres”.

a Cristo

Hablando de san Esteban, quienes presenciaron esa lapidación, estaba el joven Saulo, que todavía no conocía a Cristo. Tiempo después, cuando va por el camino de Damasco, se encuentra por primera vez al Señor resucitado y este, cuando lo tumba del caballo, le recrimina:

«Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?»

(Hch 9, 4)

Le podía decir: “¿tú quién eres? ¿Cómo que te estoy persiguiendo? No sé quién eres”. Pero a Saulo, en ese momento, le queda clarísimo de que perseguir a los cristianos es equivalente a perseguir a Cristo mismo.

Maltratar a la Iglesia o a otros cristianos miembros de la Iglesia, es maltratar a alguien que pertenece a ese cuerpo místico de Cristo.

Por eso también aquí nos queda muy claro, que tratar bien a los demás, especialmente a nuestros hermanos en la fe, especialmente a las personas que tenemos más cerca de nosotros, es tratar bien al mismo Cristo.

Vamos a proponernos una vida así. Una vida en la que nuestra mirada pueda, por así decir, traspasar como unos rayos X el rostro de la otra persona y que podamos ver, detrás de esa persona que tenemos enfrente, a Cristo.

Nuestro saludo es para Cristo. Nuestra sonrisa es para Cristo. Nuestra palabra amable es para Cristo. Nuestro servicio también para Cristo.

Así es mucho más fácil, viendo a Cristo en los demás, vivir este mandamiento nuevo, para que no sea una camisa de fuerza, para que no sea un deseo etéreo, ni tampoco una misión imposible impuesta desde fuera.

Será más bien una consecuencia del amor a Dios que llevamos dentro y que se va a materializar en detalles muy concretos. Concretos de servicio, de paciencia, de generosidad con los demás.

Vamos a pedirle entonces al Señor la fe y la caridad, para que también nosotros podamos verlo detrás de cada persona.


Citas Utilizadas

Hch 9, 4. 14, 21-27

Sal 144

Ap 21, 1-5

Jn 13, 31-33. 34-35

Mt 25, 37-40

TERTULIANO, Apologético, 39, 1-18

SAN AGUSTÍN, Sobre la 1ª Epístola de san Juan, 5, 12

Reflexiones

Jesús, que yo sea un buen imitador de Cristo.

Predicado por:

P. Rafael

¿TE GUSTARÍA RECIBIR NUESTRAS MEDITACIONES?

¡Suscríbete a nuestros canales!

¿QUÉ OPINAS SOBRE LA MEDITACIÓN?

Déjanos un comentario!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

La moderación de comentarios está activada. Su comentario podría tardar cierto tiempo en aparecer.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.


COMENTARIOS

Regresar al Blog
Únete
¿Quiéres Ayudar?¿Quiéres Ayudar?