Internet tiene sus joyas escondidas, entonces en estos días conseguí un testimonio de una mujer que, para mí, fue una joya, porque ella narraba su conversión al catolicismo.
Esta mujer había nacido y se había desenvuelto desde muy pequeña en ambiente protestante, si no recuerdo mal era evangélica y contaba que lo típico en el culto en el templo era la alabanza.
Eso ya muchos lo sabemos, que todo gira en torno, muchas veces, alrededor de la alabanza. La música es música de alabanza, el baile es baile de alabanza, la predicación muchas veces tiene que ver con la alabanza.
Y resulta que la alabanza estaba al centro de todo, tanto así que el paradigma de la oración perfecta, en ese ámbito en el que ella creció, era la alabanza. Y así, la oración perfecta es la oración de alabanza, o eso es lo que había escuchado desde pequeña.
Esto fue lo que le hizo a ella entrar en crisis, porque durante una temporada muy larga esta mujer sentía que ya no estaba de mucho ánimo para la alabanza. A veces ni siquiera era un tema de ánimo, sino que podía pasar que, el día que tocaba ir al culto en el templo protestante, ella estaba enferma o tenía unos dolores muy fuertes o una preocupación muy grande en su cabeza o qué sé yo.
El hecho es que, durante una temporada, más o menos larga, esta mujer veía cómo no le salía tan fácil la alabanza con respecto a las personas que sí veía a su alrededor.
Eso le produjo una gran crisis, porque ella sentía que su oración durante una temporada muy larga no era una oración perfecta como tendría que ser, y sufría, sufría muchísimo.
ORACIÓN PERFECTA
Cuenta ella que después de mucho tiempo llega a conocer la Iglesia Católica y le dio una paz enorme el saber que su oración perfecta o el paradigma que ella tenía en su cabeza, en su esquema, de cómo debía hacer su oración, no era así, porque la Iglesia Católica consiguió que la oración perfecta, totalmente perfecta, sólo la de Cristo. Y específicamente la oración de Cristo en la Cruz que es la palabra perfecta en el nombre de toda la humanidad a Dios Padre
Y ese sacrificio de Cristo en la Cruz, que es la oración perfecta, se renueva en cada Sacramento del altar, en cada misa, en cada Eucaristía.
Qué tranquilidad la de esta mujer cuando entendió que su oración no tenía que ser perfecta en el sentido de una alabanza perfecta todo el tiempo, sino que ella lo que tenía que hacer era básicamente unirse, incorporarse, seguir muy de cerca a Jesucristo en su oración perfecta, que era cada misa.
¡Qué diferente! ¿no? Cuando ya la dignidad o el valor de la propia oración no depende solamente de lo que uno haga, sino sobre todo de qué tanto uno esas palabras mías, a la oración de Cristo, qué tanto intentamos parecernos al Maestro.
Y cómo el Señor tiene esa capacidad de atraer hacia sí, de hacer propias todas esas cosas que nosotros le podemos decir en la oración, ya sea alabanza, obviamente, ya sea una oración de petición por una intención específica o sea para pedirle perdón por nuestros pecados o lo que sea, al Señor le interesa absolutamente todo lo que le tengamos que decir en la oración y lo hace propio y lo eleva a un nivel sobrenatural.
ÚNETE A MÍ

Te decía que esto a esta mujer le trajo muchísima paz, porque ella se daba cuenta de que lo suyo no era solamente una oración a fuerza de puro brazo, sino lo más importante, era unirse al sacrificio de Cristo en la Cruz que se renueva en cada misa.
Para eso prácticamente da igual el estado de ánimo o si hay ganas o si no hay ganas o si nos salen palabras muy hermosas o por el contrario, no sabemos qué decir.
Te comentaba esto porque el evangelio de hoy algo tiene que ver con esta misma consideración, porque estamos en la última semana del tiempo ordinario y el Señor está hablando cosas muy fuertes, está hablando de las persecuciones, de las guerras, de lo que va a suceder a los que le quieran seguir.
Pero el Señor dice:
«Sepan, pues, en sus corazones que no tienen deben tener preparado lo que han de responder porque Yo les daré palabras y sabiduría que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios»
(Lc 21, 14-15).
Es decir, que el Señor nos está diciendo que, más que tener un plan específico de acción ante todo lo que tenemos que hacer en cada momento, lo que el Señor nos está pidiendo es: “está muy cerca de Mí, sigue mis pasos, únete a Mí”.
IDENTIFICARNOS CON EL SEÑOR
En el evangelio de hoy es verdad que el Señor dice cosas que son catastróficas:
«Los perseguirán, les echarán mano, los entregarán a las sinagogas y las cárceles, los llevarán ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre, y esto sucederá para dar testimonio»
(Lc 21, 12-13).
Pero, aun así, diciéndonos el Señor con antelación lo que ha de pasar a alguien que sigue los pasos del Maestro, la receta es sumamente fácil: Más allá de tener nosotros un plan perfecto, lo que hay que hacer es confiar en el plan perfecto de Cristo.
Por eso, aunque el evangelio de hoy pueda tener ese tinte más bien como apocalíptico, ese tinte negativo, en el fondo lo que el Señor nos está dando es el secreto de la paz.
Buscar la propia perfección es algo que fácilmente deriva en la soberbia, en el orgullo e incluso en la vanidad. ¡Nada de eso! La perfección a la que el Señor de verdad nos está llamando, es a la de la identificación con Él. Ese es el plan.
Ahora tú y yo aprovechamos este evangelio de hoy, aprovechamos este final del calendario litúrgico porque ya el domingo que viene empieza el nuevo ciclo con el primer domingo de Adviento, para preguntarnos delante del Señor: “Señor, ¿en qué cosas concretas del día a día yo debería parecerme más a Ti?”
Porque si me pregunto esto con mucha frecuencia puedo vivir la paz y la tranquilidad de esta mujer que encontró su refugio en la santa misa.
SEÑOR, ¿QUÉ HARÍAS TÚ?

“Señor tu oración es perfecta, tus palabras son perfectas, tus reacciones son perfectas, tus intenciones son perfectas, tus acciones, absolutamente todo, es perfecto y, por lo tanto, en lugar de ser yo perfecto con mis recursos, lo que tengo que hacer es preguntarte muchas veces Señor: ¿Cómo puedo unirme yo más a Ti? ¿Cómo puedo atender yo a eso que dice san Pablo:
«tener los mismos sentimientos que Cristo Jesús?”
(Flp 2, 5)
El plan es sumamente fácil: todos los días preguntarnos en el examen de la noche: Señor, ¿qué dirías tú? ¿Cómo reaccionarías Tú? ¿Qué le dirías Tú a esta persona con la que me encuentro con cierta frecuencia? ¿Cómo pensarías Tú de esta circunstancia?
Esa es la vida de oración y nuestra oración se irá haciendo cada vez más perfecta en la medida en que nos unamos en ese diálogo de íntimo trato con el Señor.
Creo que hasta te decía que este testimonio de esta mujer a mí me pareció francamente emocionante, porque tú y yo hemos nacido en este ámbito católico y esto que esta mujer descubrió nosotros lo tenemos viviendo desde siempre, lo sabíamos, pero qué bien nos viene que alguien de fuera nos recuerde ese tesoro incalculable que tenemos en cada misa, que podemos llevar allí lo que tengamos, y el Señor lo eleva a un nivel superior.
EL VERDADERO VALOR
Hace un par de días escuchábamos el evangelio de la pobre mujer viuda que echaba las dos moneditas en la ofrenda del templo y cómo el Señor sí se da cuenta y agarra lo poco que tiene esa mujer y le da un valor impresionante, tanto así que se consigue esa mujer la alabanza de Cristo.
Así, tú y yo, en cada cosa que hagamos, tengamos mucho, tengamos ganas, no tengamos ganas, tengamos ánimo, tengamos mucho talento o poco talento, tengamos lo que sea, qué tranquilidad saber que haya mucho o haya poco, siempre y cuando unamos aquello a lo perfecto que es el Señor, aquello adquiere su verdadero valor.
Vamos a pedirle al Señor que nos ayude a vivir siempre con esta paz y esta tranquilidad de saber que mientras busquemos la unión con Él en todo, absolutamente en todo, podemos ir seguros en el mundo.
Ya sea que tengamos una vida llena de tranquilidad y de paz sin contratiempos, o ya sea que efectivamente se cumplan estas palabras del evangelio de hoy:
«La persecución, la cárcel, los juicios, la injusticia, etcétera, etcétera»,
estamos tranquilos porque estamos unidos al perfecto Hombre, al perfecto Dios.



Deja una respuesta