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Ecuatoriana, esposa y madre de tres. Abogada. Especialista en negociaciones comerciales internacionales.

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HONRAR A NUESTROS DIFUNTOS

El dolor humano por la pérdida de un ser querido es una prueba muy dura de enfrentar. A pesar de ello, la fe nos invita a transformar ese dolor en esperanza.

Frente a un hecho tan potente como la muerte, todas las dimensiones de la vida se colocan en una perspectiva real. Como seres de carne y hueso, es imposible ser indiferentes ante ella. Como creyentes, estamos llamados a mirarla como una transformación que nos lleva de vuelta a la Casa del Padre.

LAS LÁGRIMAS DE JESÚS

Una de las imágenes más profundamente humanas de Jesús a lo largo de todos los evangelios,  es la que nos retrata su reacción ante la muerte de Lázaro.

Verdadero hombre, llora con la noticia y no esconde la pena que le causa la muerte de su amigo. Además de dejar brotar su propio sentimiento, Jesús muestra compasión y empatía por el sufrimiento de los demás. Con amor se acerca a consolar a las hermanas del difunto.  No minimiza ni esconde la realidad, sino que llora con lágrimas humanas y divinas, compartiendo la impotencia y la angustia de quienes han perdido a un ser amado.

Entiende como hombre, que la muerte es un hecho que arranca y destruye. Que lastima y confunde. Que se presenta a sí misma como irreversible e inevitable.

Pese a la pena, no se queda inmóvil, no se paraliza por el dolor. Camina decidido entre la multitud;  y, ordena que hagan lo impensable: “Muevan la piedra”.

Donde todos veían podredumbre y hedor, Jesús vio la oportunidad de mostrar el Amor del Padre. Le ordenó a Lázaro levantarse de su tumba, “…y  el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario…”

Verdadero Dios,  ejecutó el milagro más grandioso;  no sólo resucitó el cuerpo de Lázaro, sino que nos demostró que es el Dueño de la vida y la muerte.

La muerte en Él no reina. No manda. Para el Señor nada es imposible.

HONRAR A NUESTROS DIFUNTOS

EL DOLOR QUE INTERPELA …

Narra también el evangelio, que cuando Marta – hermana de Lázaro- ve llegar a Jesús,  sale a su encuentro y le hace un reclamo amoroso y confiado: “Señor si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto”.

Muchas veces nosotros somos como Marta. Agobiados por el peso de ese dolor que desagarra el alma, nos atrevemos a pedirle al Señor explicaciones que no alcanzamos a entender. Nos olvidamos de que los tiempos del Señor no necesariamente son los nuestros. Queremos interpretar los designios de Dios con nuestras propias capacidades. Queremos certezas a nuestro modo.

Y enseguida,  Jesús -Verdadero Dios y Verdadero Hombre- nos contesta lo mismo que a la hermana de Lázaro:  ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?

Su respuesta nos cuestiona hoy también a nosotros como lo hizo con Marta y María.  Tal vez ellas sentían la angustia de no recibir la respuesta en la forma que esperaban, pero el Señor va más allá y las invita a creer sin reservas.

TRANSFORMANDO EL DOLOR EN ESPERANZA

Si la muerte nos ha arrebatado lo que amábamos, atreverse a darle una dimensión sobrenatural es tal vez,  la única forma de vencer su presencia.

Quienes optan por encerrarse en el sufrimiento, se niegan a sí mismos la posibilidad de conferirle significado y trascendencia.

Nuestra fe nos invita a otorgarle como lo hizo Cristo, un verdadero valor a la muerte, confrontándola con la promesa de Vida Eterna que recibimos los que creemos en Él; aquellos que nos atrevemos a hacer nuestras las palabras del buen ladrón: Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu Reino”.

Y sólo entonces, el Señor, Bondad Infinita, que no se hace esperar en brindarnos la certeza que tanto buscamos, podrá decirnos a nosotros también: “Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

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¿CÓMO PUEDO COMENZAR HOY?

Aquí algunas ideas para imitar con valentía la actitud de Jesús frente a este dolor:

  • Acompañar a los que sufren por la muerte de un ser querido, igual que Él lo hizo con Marta y María. Sin cuestionamientos, sin reproches. Validando su proceso con respeto y empatía. Ayudando en lo que haga falta.
  • Orar por los difuntos: rezar el Rosario, ofrecer la Eucaristía por ellos.  No sólo como una obra de misericordia espiritual, sino también como nuestra forma de ayudarlos a llegar a la Casa del Padre. Como decía San Agustín: “Una lágrima se evapora, una rosa se marchita, sólo la oración llega hasta Dios”.
  • Pedirle a María Santísima su auxilio, para que nos conceda la gracia de saber sufrir como Ella lo hizo. Una madre, que al perder a Su único Hijo, supo soportar con valor y la dignidad esa “espada de dolor” que traspasó su corazón. Que sea Ella quien inspire nuestra forma de sobrellevar la prueba.
  • Valorar a los que aún tenemos con nosotros. Honrar y respetar a aquellos que nos rodean, procurando su bienestar.
  • Y finalmente, Confiar en Su Palabra: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá: y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás…”.

Escrito por

Marjorie Chedraui de Valverde.

Ecuatoriana, esposa y madre de tres. Abogada. Especialista en negociaciones comerciales internacionales.

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