Hace unos días en Roma, en una sala del Vaticano, llena de periodistas, de cámaras, estuvo Arnold Schwarzenegger, actor y político (yo creo que los jóvenes ya no lo conocen mucho), ex gobernador de California, pero sobre todo célebre por sus actuaciones en Terminator.
Estuvo invitado a dar una conferencia promovida por el movimiento Laudato si’, con ocasión del X aniversario de la encíclica del Papa, hablando de temas climáticos. Y en esa conferencia pronuncia varias ideas, pero una de las ideas que me quedó sonando con fuerza es:
«si los 1.400 millones de católicos se pusieran en marcha, el mundo cambiaría. Si cada uno se convirtiera en un héroe de acción, el cambio sería imparable».
1.400 millones… el cambio sería imparable, los héroes…
Señor, pensé que no le falta razón. Efectivamente, si todos los católicos promoviéramos a pequeña, mediana o gran escala algún cambio en nuestra vida, en la sociedad, cambiaríamos el mundo en una semana, muy rápido.
Pero Tú, Jesús, no necesitas millones de héroes de acción. Tú necesitas santos en la vida corriente.
El pasaje del evangelio de hoy nos ayuda a entender muy bien esto:
«En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la gente, una mujer de entre el gentío levantando la voz, le dijo: “Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron”».
Ahora nos imaginamos Señor, me imagino tu voz, tu mirada:
«Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen»
(Lc 11, 27-28).
Ahí está la heroicidad, ahí realmente está el cambio que Tú Jesús nos propones, el cambio que surja por escuchar tu palabra, por cumplir tu voluntad, por hacer tu voluntad.
Esa es tu lógica, Señor, porque Tú no viniste aquí a este mundo para tener cámaras, para tener una audiencia grande, para tener allí periodistas escuchándote. Tú viniste en medio del silencio, siendo obediente a tu Padre, a la misión que te había enviado. Tú, Señor, no viniste a fundar un ejército de guerreros, sino viniste a recordarnos que somos hijos, somos un pueblo; somos un pueblo de hijos.
BIENAVENTURADOS
Precisamente, a nosotros que somos tus hijos, nos dices muy claramente: escucha y cumple.
«Bienaventurados los que escuchan y cumplen».
El Señor no nos pide que hagamos ruido, pero sí nos pide que seamos fieles. De eso sí tendremos que dar cuenta cuando el Señor nos llame a su presencia. Tendremos que, Señor, decirte si hemos cumplido tu voluntad, si hemos hecho lo que Tú querías, si hemos sido dóciles a las inspiraciones del Espíritu Santo en el corazón.
Y sí, el mundo sueña con cruzadas espectaculares y Arnold Schwarzenegger, Terminator, sueña con una cosa así monumental, extraordinaria, espectacular, visual, y está bien que sueñe, no pasa nada, así tienen que soñar los gobernantes, en grande. Pero Señor, Tú sueñas con almas que están escondidas, que hacen su deber allí donde están por amor.
Por ejemplo, los estudiantes que estudian bien y que no hacen mucho ruido; cuando una persona sirve en su casa o el profesor que trabaja con rectitud. Las personas que trabajan en el silencio.
Héroes del silencio. Así titulé esta meditación. Sé que hace referencia también a un grupo de música. Pero bueno, sí, es verdad, Señor, Tú nos llamas a ser héroes del silencio. Ahí es donde se realiza la verdadera cruzada.
Qué bueno, Señor, que Tú nos digas con claridad: no basta admirar, hay que imitar. Por eso hoy en el evangelio,
«dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen».
HAY QUE IMITAR
Claro, muy bonito eso que te dijo esa persona: Dichoso el vientre que te llevó, porque además se refería a tu Madre bendita. Pero Tú, Señor, aprovechas el elogio que recibiste para decir: Muy bien, está bien, pero no basta con admirar, hay que imitar.
Nos puede pasar a veces que nos quedamos mirándote desde lejos y nos emociona escucharte y nos conmueves, Señor, con tu palabra, pero ¿me mueve más que me conmueve tu palabra cada vez que la medito, que la escucho; me mueve, me ayuda a entrar en acción en el silencio, a ser héroes del silencio?
Tú esperas, Señor, que nos levantemos, que pasemos del entusiasmo al compromiso. Ahí está la verdadera heroicidad: pasar del propósito o del deseo a la acción.
“Obras son amores y no buenas razones”.
Imaginémonos que cada uno de nosotros se convierte en un héroe, pero del silencio, de la fidelidad, de la coherencia. Que cada uno diga: «Señor, quiero ser uno de esos bienaventurados de los que hablas Tú hoy en el evangelio».
Y ahí estuvo Terminator en la Santa Sede, las fotos son simpáticas porque se ve que los fotógrafos están esperando que hiciera un gesto de superhéroe o de Terminator y efectivamente lo consiguen. En algún momento se ve que dice algo con entusiasmo y tiene una cara, así como de “vamos a conquistar el mundo”.
Sí, Señor, un héroe no es quien tiene músculos, sino quien tiene un corazón para obedecerte a Ti. Un héroe no es quien conquista escenarios, sino quien conquista su propio egoísmo.
Un héroe no es quien salva al mundo con discursos o con grandes acciones, sino quien salva su alma cada día con pequeñas victorias; esos son los héroes. Tú nos estás llamando a esa heroicidad.
Jesús, ¿qué palabra tuya estoy escuchando sin cumplirla, sin vivirla o sin imitarla? ¿Dónde me llamas y no te respondo? Dame fuerzas para escucharte, dame fuerzas para ser héroe del evangelio, testigo silencioso, santo de lo ordinario, santo en la vida ordinaria.
LA RESPUESTA QUE CAMBIÓ EL DESTINO DEL MUNDO
Vamos a acudir a nuestra Madre, santa María, que se lleva ese piropo de hoy:
«Bienaventurado el vientre que te trajo al mundo».
Bienaventurada la mujer que te trajo al mundo Señor, qué bonito.
Pues en el corazón del Evangelio está María. Ella no gritó, ella no predicó, la Virgen no escribió libros, sólo dijo una vez:
«Hágase en mí según tu palabra»
(Lc 1, 38).
Y con ese sí, cambió el destino del mundo.
La Virgen no es una superhéroe, pero Señor, esa respuesta cambió el destino del mundo, cambió el destino de los pueblos, cambió el destino de la salvación del mundo.
Esa es la verdadera Cruzada que necesita la humanidad: hombres y mujeres que escuchen tu voluntad, que escuchen tu voz y que la cumplan; santos de zapatillas, héroes sin cámaras y sin micrófonos, apóstoles en las aulas, en los salones, en los talleres, en las oficinas; los héroes del “hágase” que conquistan el mundo para Ti, Señor.
Madre mía, ayúdanos, intercede por nosotros y haz que podamos decirle al Señor: sí, cuando nos hable en lo profundo de nuestro corazón.
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