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MARÍA: NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO

Santo Domingo de Guzmán recibió el rosario para combatir la herejía albigense, más tarde, protegió a la cristiandad de la invasión musulmana. Contemplación del misterio de Cristo junto a santa María. La Virgen alcanza lo que para nosotros es imposible. Súplica, confianza y amor en esta devoción mariana.

Celebramos hoy la fiesta de la Virgen del Rosario, Nuestra Señora del Rosario. Y podemos recordar en este rato de conversación con Dios, el origen de esta devoción mariana tan importante.
Nació en el año 1212, cuando Santo Domingo de Guzmán durante su estancia en Tolosa, tuvo una aparición de la Virgen María.
Ella le entregó el rosario como respuesta a una plegaria, en la que le pedía ayuda para combatir la herejía albigense.
Y la victoria conseguida, llevó a ver en el rezo del rosario, como el escudo para vencer ese error, esa herejía.
Así como un medio para encontrar refugio y consuelo, fuerza y confianza a la hora de afrontar y de superar las dificultades de la vida.
Es decir, como una protección y una ayuda muy importante para nuestro caminar en la tierra.
La entrega de la corona por parte de la Virgen María y la sencillez de esta oración, contribuyeron después a que se fuera difundiendo entre el pueblo y llegara a ser algo muy cercano, muy querido y muy conocido.

CON ESTE SIGNO VENCERÁS

A la luz de esa experiencia, se entiende lo que sucedió algunos siglos más tarde, en 1571, cuando los musulmanes estaban presionando en las fronteras de Europa,
para frenar su avance se formó la “Liga Santa”.
El Papa Pío V, que era dominico y muy devoto de la Virgen, bendijo el estandarte que representaba el crucifijo entre los apóstoles Pedro y Pablo.
Iba coronado por el lema de Constantino, por el lema constantiniano: «In hoc signo vinces», con este signo vencerás.
Este símbolo, junto con la imagen de la Virgen María y la inscripción: “Santa María sucurre misseris”, fue el único que ondeó en la alineación de la Santa Liga para la batalla, para la defensa de la fe.
Al mismo tiempo, el Papa le pidió a todo el pueblo, a todo el pueblo cristiano, que se uniera a la batalla de defensa, que sería la batalla de Lepanto, rezando el Santo Rosario.
Así el 7 de octubre de 1571, un día como hoy, la batalla de Lepanto constituyó un gran triunfo para la cristiandad.
Fue evidente para todos, que la victoria se había logrado gracias a una intervención divina.

no estamos solos ESTAR CON EL San Pio oración de abandono y confianza, señora del rosario
El año siguiente, en 1572, el Papa Pío V instituyó la fiesta de “Santa María de la Victoria”, que fue transformada por su sucesor el Papa Gregorio XIII, en Nuestra Señora del Rosario.
Luego siguieron otras victorias como la de 1683 en Viena, donde de nuevo por intervención divina y por mediación de la Virgen, se detuvo el avance musulmán.

¡LA FUERZA DEL ROSARIO!

En 1687, el pueblo de Venecia le rogó a la Virgen María que acabara con la peste y una vez superada la epidemia se construyó la Basílica de Nuestra Señora de la Salud, cuya fiesta se celebraría el 21 de noviembre.
El rosario, ¡La fuerza del rosario!, los creyentes siempre hemos visto un instrumento que nos fue dado por la Virgen para contemplar a Jesús, meditar sobre su vida, amarlo y seguirlo.
El Papa san Juan Pablo II, en su carta apostólica sobre el rosario, Rosarium Virginis Mariae, nos explicaba que la Iglesia Universal, llevada mar adentro por el sucesor de Pedro, se acoge también al amparo de nuestra señora con el rezo del rosario.
El Papa tenía una gran esperanza en los frutos que produciría la práctica de esta devoción, todos los Papas han tenido esta esperanza.
El motivo más importante para volver a proponer con determinación esa práctica del rezo del Santo Rosario, es porque se trata de un medio sumamente importante para favorecer en nosotros, en los fieles de la Iglesia, la exigencia de la contemplación del misterio cristiano.
Porque esencialmente nos explicaba el Papa san Juan Pablo II, que el rosario es contemplación del rostro de Cristo en compañía de Santa María.
La Virgen, que contempló a su Hijo con esa contemplación plena de su madre de modo insuperable.
Porque nadie se ha dedicado con más asiduidad que María, a la contemplación del rostro de Cristo.
Nos ayuda también a nosotros, si intentamos rezar bien el rosario, a contemplar el misterio de Jesús, a mejorar en nuestra vida espiritual, a poder vivir esa vida divina en la tierra.

INTERCESIÓN DE MADRE

Entonces, le pedimos a la Virgen que nos ayude particularmente a rezar el rosario con amor y a rezarlo también con este deseo de unión y de contemplación con el misterio de Jesucristo que nos da tanta paz en nuestra vida terrena.
El rosario no solo es contemplación, o sea, conocimiento profundo del misterio de Jesús, sino que también es meditación y súplica.
Rezamos insistentemente a la Madre de Dios, apoyados en la confianza de que su materna intercesión, su intercesión de madre, lo puede todo ante el corazón de Jesús.
Por eso, también el Papa san Juan Pablo II, nos invitaba a confiar en la eficacia de esta oración.
Una oración que tiene una gran eficacia para alcanzar de Dios bienes que no podemos alcanzar con nuestras fuerzas humanas.
Una vez escuché una frase que decía un profesor, que él la atribuía, aunque no la había encontrado expresamente, a Benedicto XVI, que decía que hay cosas cuyo remedio solo puede llegar del Cielo por manos de la Virgen.

oración, señora del rosario
Y en este sentido podemos poner ambiciones muy grandes, deseos muy grandes en manos de la Virgen que son inabarcables o inalcanzables para nosotros.
El cardenal Deskur, que era muy amigo del Papa san Juan Pablo II, también polaco, contó que cuando Karol Wojtyła, fue nombrado arzobispo de Cracovia, se había encontrado el seminario casi vacío.
Lo que le movió a hacer una promesa a la Virgen, le dijo:

«Haré tantas peregrinaciones a pie a todos los santuarios, pequeños o grandes, próximos o lejanos, como número de vocaciones me concedas cada año».

De repente, contaba el cardenal Deskur, el seminario empezó a llenarse de nuevo y cuando el arzobispo abandonó Cracovia para ser Papa, tenía 500 alumnos.

AMAR EL ROSARIO

Bueno, quizá por eso, ¿no? que san Juan Pablo II, -decía el cardenal Deskur- insistiese, en que en las visitas programadas que tenía durante sus viajes pastorales, incluyese siempre un lugar de culto mariano.
Podemos preguntarnos ahora en nuestro diálogo con Dios: ¿cuánto amamos el rosario? ¿Cómo intentamos aprovecharlo, saborearlo profundamente?
Rezarlo en compañía de María, en compañía de los santos, que es con ese valor tan importante que tienen.
Cómo confiamos también en el rezo del rosario, para considerar que la fe puede volver a brotar en ambientes difíciles.
Se cuenta de un joven universitario que se sentó en un tren, frente a un señor de edad, que devotamente iba rezando el rosario.
El muchacho con la arrogancia de los pocos años y la pedantería de la ignorancia le dijo, -«Parece mentira que todavía crea usted en estas cosas antiguas».
-Él le dijo, «Ah, sí, tú no crees», le respondió el anciano.
-«Yo», dijo el estudiante lanzando una estrepitosa carcajada. «Créame, tire ese rosario por la ventanilla y aprenda lo que dice la ciencia».
-«¿La ciencia?», le preguntó el anciano con sorpresa. «No lo entiendo así.
Tal vez tú podrías explicármelo».

CONFIAR EN EL ROSARIO

El joven le replicó y le dijo, «Deme su dirección». Haciéndose el importante, que le puedo mandar algunos libros que le podrán ilustrar.
Y el anciano sacó de su cartera una tarjeta de visita, se la alargó al estudiante que leyó asombrado: Louis Pasteur, Instituto de Investigaciones Científicas de París.
Todos sabían que Louis Pasteur era el que había descubierto la vacuna contra la rabia.
Confiar en el rosario, confiar en el amor de María, como decía san José María, no basta saber que ella es madre, considerarla de este modo, hablar así de ella es tu madre y tú eres su hijo.
Te quiere como si fueras el hijo único suyo en este mundo.


Citas Utilizadas

Is 61, 9-11
Hch 1.12-14
Lc 1, 26-38

Reflexiones

Gracias, Señor, por darnos a tu madre, gracias porque sabemos que ella nos ama como a sus hijitos.

Predicado por:

P. Cristián

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