Estando todos admirados por cuantas cosas hacía, les dijo a sus discípulos: «Graben en sus oídos estas palabras: el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres.»
Pero ellos no entendían este lenguaje, y les resultaba tan oscuro, que no lo comprendían; y temían preguntarle sobre este asunto.(Lc 9, 43-45)
Estos versículos del evangelio trajeron a mi mente aquella película titulada Hidden Life, que narra los últimos años de la vida del beato Franz Jägerstätter.
Se trata de un buen hombre (casado, con hijas, trabajador del campo) que se deja la vida por sus creencias. Siendo fiel a su consciencia, no puede aceptar las atrocidades que proclama y comete el régimen Nazi.
Pero se me venía a la mente una escena de esa película. Franz compartió con algunas personas su crisis de consciencia sobre el amor a la patria, la obediencia, el cuidado de los suyos y el negarse a apoyar los ideales nazis.
Uno de aquellos con los que habla es un pintor, quien le comenta en una de sus conversaciones que le han pedido que pinte a Cristo glorificado (glorioso) y no le gusta porque la gente llega y se queda admirada.
Dice: “vienen a admirarlo, pero no a seguirlo…”
LO PEOR ES QUE NO PREGUNTAN
Esto es un poco lo del Evangelio:
“Estando todos admirados…”
Pero luego no saben cómo seguirlo, porque no lo comprenden.
Y, lo que es peor, no preguntan. Si tan solo hubieran preguntado habrían obtenido la respuesta, las aclaraciones.
La admiración dura poco. Lo más importante es el seguimiento. La admiración o la contemplación de la belleza, puede ser una buena vía de acceso, pero no es lo que sustenta todo el recorrido.
Porque puedo admirar muchas cosas, pero aquello solo me deleita, no me mueve a conseguirlas; menos si considero que implica demasiado esfuerzo.
En cambio, quien se admira y sabe que no se vive de fuegos de artificio busca saber cómo seguir por la senda adecuada para algún día llegar a la fuente de la que brotan tantas maravillas.
En el relato autobiográfico de su conversión, el francés André Frossard, dice que, “con sincera serenidad, describe su caso de esta manera:
«Habiendo entrado a las cinco y diez de la tarde en la capilla del Barrio Latino en busca de un amigo, salí a las cinco y cuarto en compañía de una amistad que no era de la tierra».
EL ALIMENTO DEL POBRE
Frossard tiene entonces veinte años, es hijo de un comunista, vive en el único pueblo de Francia que no tiene iglesia.
Y ha sido educado en el más recalcitrante jacobinismo laico y ateo —aquel que ni siquiera se plantea la existencia de Dios—, y por lo tanto, no sentía la menor curiosidad por la religión” (André Frossard, Dios existe. Yo me lo encontré).
Pero entra a una iglesia en la que Dios le toca el alma de una forma del todo sobrenatural y él se queda admirado, conmovido, maravillado.
Me interesa su testimonio porque luego escribe:
“Sin embargo, luz y dulzura perdían cada día un poco de su intensidad.
Finalmente, desaparecieron sin que por eso me viese reducido a la soledad. La verdad me sería dada de otro modo; iría a buscar después de haber encontrado.
Un sacerdote del Espíritu Santo se hizo cargo de prepararme para el bautismo instruyéndome en la religión de la que no he de precisar más, sino que nada sabía.
Lo que me dijo de la doctrina cristiana, lo esperaba y lo recibí con alegría; la enseñanza de la Iglesia era cierta hasta la última coma, y yo tomaba parte en cada línea con un redoble de aclamaciones, como se saluda una diana en el blanco.
Una sola cosa me sorprendió: la Eucaristía, y no es que me pareciese increíble; pero me maravillaba que la caridad divina hubiese encontrado ese medio inaudito de comunicarse.
Sobre todo, que hubiese escogido para hacerlo el pan que es alimento del pobre y alimento preferido de los niños.
De todos los dones esparcidos ante mí por el cristianismo, ese era el más hermoso.”
(André Frossard, Dios existe. Yo me lo encontré).
ADMIRARSE ES FÁCIL
O sea, ¿qué hizo Frossard? ¡Preguntar! Y le fueron explicando la doctrina cristiana. Todo le parecía tan fascinante que recibía las respuestas, las verdades, con un redoble de aclamaciones.
Hizo lo que no se atrevieron a hacer tus discípulos Jesús, porque dice el evangelio: temían preguntarle sobre este asunto.
¡Admirarse es fácil! Uno de los secretos mejor guardados y más queridos de la catedral de Burgos, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, es el “Papamoscas”.
Una especie de figura mecánica que se encuentra en lo alto de la nave mayor, a unos 15 metros de altura. Es una figura que muchos ven como un bufón.
Cada hora en punto (y más espectacular a las 12), abre desmesuradamente la boca como una burla hacia abajo, hacia los espectadores.
La gracia está en el contraste cómico. Como explican guías y crónicas, el Papamoscas parece “burlarse” de quienes lo miran desde abajo con la boca abierta por la admiración (o sorpresa).
Ni modo, el arquitecto (o los arquitectos) sabían que la catedral era digna de admiración. Todos los que entraran iban a ver hacia arriba y se iban a quedar con la boca abierta.
Admirarse es fácil, por eso el Papamoscas bromea con todos los que visitan la catedral.
Admirarse con Jesús es fácil:
todos admirados por cuantas cosas hacía…
A todos nos gustan los milagros, los prodigios que salen de la mano de Dios, escuchar relatos maravillosos, pero luego no estamos dispuestos a soportar los alfilerazos de cada día…
¿POR DÓNDE EMPIEZO?
Queremos los premios sin esfuerzo alguno. Cuando ya nos hablan de que para ganar una medalla olímpica hay que entrenar todos los días, madrugar, someterse a una dieta estricta: no entendemos este lenguaje, y nos resulta tan oscuro, que no lo comprendemos…
Lo que hay que hacer es preguntar: ¿por dónde empiezo? ¿qué puedo hacer?
Es lo que hicieron los judíos después del discurso de san Pedro en Pentecostés. Ellos ven toda esa maravilla que les expone el primer Papa de la historia, cada uno lo escucha impresionantemente en su propia lengua…
Estaban todos asombrados y perplejos, diciéndose unos a otros: —¿Qué puede ser esto? (Hch 2,12)
Por lo que Pedro pasa a explicarles todo lo que ha pasado y cómo Jesús fue crucificado. Entonces,
“Al oír esto se dolieron de corazón y les dijeron a Pedro y a los demás apóstoles: —¿Qué tenemos que hacer, hermanos?” (Hch 2,37)
O sea: ¡preguntan! Simón Pedro les explica y
“Ellos aceptaron su palabra y fueron bautizados; y aquel día se les unieron unas tres mil almas.” (Hch 2,41)
Así que apliquémonos el cuento, no caigamos en los mismos errores de los discípulos de la escena del evangelio: preguntemos. Dejémonos exigir, dispongámonos a recorrer ese camino que lleva a la Gloria.
Las verdades de fe, las maravillas de la fe que se materializan en la vida de los santos no son algo para admirar, sino para imitar.
Y eso es exigente. Pero vale la pena. No es una buena película que simplemente se admira y ya, te vas a la cama y te duermes.
Es algo que reclama encarnarse. Hacerse vida. Ser mío y tuyo. ¿Cómo? ¿Por dónde empiezo? Y te vuelvo a decir: ¡pregunta!
Pregunta a tu confesor, a tu guía espiritual, a esa persona que goza de buena formación que te conoce y te quiere bien.
Pregunta en tu oración a Santa María, Madre del buen consejo.
Deja una respuesta