Enseñanza de Jesús sobre la misericordia
Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves que me oyes, te adoro con profunda reverencia, te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración. Madre mía Inmaculada San José, mi padre y señor Ángel de mi guarda intercedan por mí.
Jesús instruye a sus discípulos para que sean misericordiosos en los juicios que emitan sobre los demás. Esto es central en el cristianismo, mismo cualquiera que sea la ofensa que se haya cometido, cualquiera sea la cosa negativa que veas en el prójimo. El verdadero discípulo debe su salvación a nuestro señor Jesús, ante cuyo tribunal todos deberán comparecer. Todos deberán rendir cuentas. Esta salvación se debe a su extraordinaria misericordia. Como lo atestiguan sus palabras en la Cruz, perdónales porque no saben lo que hacen.
Hoy nos encontramos un Evangelio que nos habla directamente de no juzgar, está tomado de San Lucas:
No juzguen, no serán juzgados, no condenen y no serán condenados, perdonen y serán perdonados.
O sea, no hay que juzgar y hay que perdonar.
Les volcarán —continúa el Evangelio— sobre el regazo, una buena medida apretada, sacudida, desbordante, porque la medida con la que ustedes midan también se usará para ustedes.
Y les hizo esa comparación:
¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo?
El discípulo no puede ser superior al maestro; cuando el discípulo llega a ser perfecto, será como su maestro.
Y termina el Evangelio poniendo esta consideración:
¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? Cómo puedes decir a tu hermano: “Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo”, tú que no ves la viga que tienes en el tuyo. Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.
Santa Catalina de Siena y San José María: el remedio de no juzgar
El Señor nos quiere dejar con claridad esta doctrina: que no debemos estar fijándonos en las pajas de los ojos de los demás, o sea, en las cosas que en principio hacen. Porque tú eres el Señor misericordioso.
Leía hace poco de Santa Catalina de Siena, esa mujer que fue una santa que llamaba la atención por la claridad con la que decía las cosas, pero a la vez con esa delicadeza con la que lo hacía. Y en uno de sus libros que se llama Los Diálogos, escribe al respecto de no juzgar:
«Estaba muerta y usted me ha rendido la vida; estaba enferma y me dio el remedio, no sólo el remedio de la sangre de Cristo que aplicó su Hijo al género humano enfermo. Me dio también contra una enfermedad secreta, un remedio que yo no conozco. Me enseñó no juzgar jamás a las criaturas de razón, y aún menos a sus seguidores. Cuántas veces los juzgué con excusa del honor suyo, Padre (está hablando del Padre Dios) y de la salvación de las almas.»
Y continúa Santa Catalina de Siena haciendo ver cómo para ella descubrir esta parte de la doctrina, que le revela directamente Dios Padre, le hace cambiar su forma de ver a los demás.
«Le agradezco, oh bondad soberana, que me ha hecho conocer mi enfermedad, descubriéndome su verdad al mismo tiempo que los engaños del demonio y las ilusiones del sentido propio. Le suplico por su gracia y misericordia que sea hoy el final de mis desvíos. Que no me aleje desde ahora de la doctrina de su bondad, que me ha dado a mí y a todos.»
¿Y de qué está hablando? De no juzgar jamás a las criaturas. Habla de las criaturas de razón, o sea, de todas las personas que tenemos inteligencia, de todos los hombres, todos los ángeles. No quiere juzgar a nadie. Y esto lo presenta como un gran remedio.
Y Señor, te pedimos perdón, porque muchas veces juzgamos. Muchas veces decimos, porque pensamos que los demás actúan de corazón mal, y no puede ser.
Dice San Josemaría en Camino:
No admitas un mal pensamiento de nadie, aunque las palabras del interesado bien den pie para juzgar así razonablemente.
San Josemaría promueve esta misma remedio que habla Santa Catalina: no juzgar es un acto de caridad.
Invitando a la oración, a no emitir juicios temerarios sobre las personas, sino a separar los actos de las personas, acogerles en su contexto. Su enseñanza sobre no juzgar se inspira claramente en el mandato evangélico de Jesús: no juzguen, y también en la comprensión que tenemos que tener hacia los demás, para evitar la subjetividad, los juicios superficiales.
Misericordia cristiana frente al juicio y cultura de la cancelación
¿Qué hay detrás de esto? Bueno, no juzgar a las personas, ya que no sabemos qué es lo que tienen internamente.
Separar a las personas de los actos es crucial: distinguir entre juzgar una acción y juzgar a la persona.
No etiquetar a una persona como mala. Tal vez una persona puede ser mucho más compleja que un simple criterio. Así, hay que considerar que no conocemos las circunstancias internas de esa persona.
San Josemaría nos ayudaba también a salvar la intención. Tal vez la intención de esa persona no era recta. Que no tengamos esa crítica superficial que dice las cosas duras.
No hace pocos días murió este chico asesinado, Charlie Kirk. Y la verdad es que yo seguía muchas de sus cosas, me parece que era una persona que tenía una forma de razonar muy convincente.
Por supuesto que hablaba de muchos temas con los que tal vez no estoy de acuerdo, como la tenencia de armas o era superpartidario de Trump o tenía algunas cosas súper fuertes en ese sentido, pero como cristiano realmente hizo muchísimo en una cultura de la cancelación.
Eso es lo que vivimos ahora: una cultura en donde no se quiere conversar de temas álgidos, en donde se tiene que dar por hecho una serie de cosas.
Su voz iba de sitio en sitio a hablar.
Ahora me da una profunda tristeza recibir comentarios de algunos cristianos diciendo que tal vez se había merecido eso o que no simpatizaban con él o que esto era lo que tenía que ocurrir.
Sinceramente, me parece terrible que un cristiano diga eso.
Por supuesto, puedes no estar de acuerdo con él, pero eso no es la misericordia que nos pide el Señor.
¿Cómo podemos nosotros esperar que se aplique a nosotros la misericordia si no aprendemos la lección? ¿Si no practicamos nosotros mismos la misericordia?
Por lo tanto, nunca, nunca debemos condenar al prójimo.
El discípulo debe ser muy positivo con respecto a los demás. Tener el corazón para perdonar las faltas, ya sean reales o percibidas.
Cuando Jesús estaba hablando estas cosas se dirigía especialmente a los fariseos, cuando hablaba de la persona con una viga en el ojo, que juzga injustamente a los que son menos afortunados que él.
Sin embargo, la enseñanza en sí tiene una aplicación universal.
La misericordia evita muchos males.
Va directamente contra nuestra dureza de corazón, que es el orgullo en su máxima expresión, que nos atrinchera contra la acción del Espíritu Santo.
Los juicios que emitimos son el desbordamiento de nuestros pensamientos invisibles, y por eso no debemos permitir razonar así, ni permitir que nuestra cabeza hable y juzgue duro.
La misericordia es uno de los temas más constantes de la predicación de nuestro Señor, y Él la practicó a través de sus interacciones con personas de todo tipo, incluso con aquellos que la ley señalaba como pecadores.
Se acercó a las periferias, como utilizaba el Papa Francisco para describir a los que no están en un buen lugar y necesitan ayuda.
Por eso, siguiendo su ejemplo, debemos saber amar a todo tipo de personas, perdonarlas y perseverar con ellas.
Este es el camino de la caridad.
Y como dice San Pablo:
“La caridad es paciente, la caridad es amable, la caridad todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.”
Que seamos caritativos, misericordiosos, igual que nuestra Madre, la Virgen.
Ella nos da ejemplo de ser caritativos y misericordiosos.
Gracias, Dios mío, por los buenos propósitos, afectos de inspiraciones que me has comunicado en esta meditación.
Te pido ayuda para ponerlos por obra.
Madre mía Inmaculada, San José, mi padre y señor, Ángel de mi guarda, intercedan por mí.
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