Hoy, tú y yo vamos caminando con Jesús y un buen grupo de sus discípulos. El ambiente es de alegría, de amistad; distendido, agradable. Cuando, de repente, nos llama la atención un joven que viene corriendo…
«Viene corriendo y se arrodilla delante de Jesús y le dijo: —Maestro, ¿qué obra buena debo hacer para alcanzar la vida eterna?
Él le respondió: —¿Por qué me preguntas sobre lo bueno? Uno sólo es el bueno. Pero si quieres entrar en la Vida, guarda los mandamientos. —¿Cuáles? — le preguntó.
Jesús le respondió: —No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no dirás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo.
—Todo esto lo he guardado, — le dijo el joven — . ¿Qué me falta aún? Jesús le respondió: —Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes y dáselos a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos. Luego, ven y sígueme.
Al oír el joven estas palabras se marchó triste, porque tenía muchas posesiones».
NEGARSE A MORIR
Tenía muchas posesiones… ¡Qué triste Jesús! Para este joven, al hacer un balance entre Tu llamada y sus posesiones, pesaron más esas cosas materiales.
Parece mentira, pero es así. Y lastimosamente es una escena que se puede repetir en tu vida y en la mía.
Tal vez no de una manera tan explícita o descarada, pero puede que el corazón nuestro esté más apegado a unas cosas que al mismo Dios. A mis vacaciones, a mis gustos, mi camiseta, mi vestido, mi comida, mis cosas, mis posesiones.
Piensa en las que quieras: tus posesiones; cada uno sabe dónde tiene el corazón puesto, ese corazón que es capaz de apegarse a puñados de tierra.
Me recordaba lo que contaba un sacerdote: “Conocí a un hombre invadido por el cáncer que se negaba a morir antes de mayo.
Era octubre, fue desahuciado por los médicos, y le gritó al sacerdote: —No puedo morirme ahora. ¡De ningún modo! Acabo de comprar un abrigo para el invierno y lo tengo que estrenar..”. Tan estúpido como real.
Prefiero a Robert de Niro en la película «Heat», cuando le dice a Al Pacino: «Jamás podrás cogerme. Tú tienes esposa e hija, mientras yo sigo en mi vida este lema: “No te ates a nada ni a nadie que no puedas dejar en 20 segundos si la policía viene pisándote los talones”».
Esta cita no es de la Biblia, pero como si lo fuera. (…) no te ates a nada ni a nadie en este mundo que no puedas dejar atrás en cuanto Dios te llame. No hay nada más ridículo que llevarse un abrigo al Infierno” (cfr. Evangelio 2024, José Fernando Rey-Ballesteros).
LOS ÚLTIMOS SACRAMENTOS DE MI VIDA
Parece mentira, ¿no? Es impresionante, casi como si se lo hubiera inventado, pero estas cosas pasan…
Me acordaba de otro relato que le escuché a otro sacerdote.
Contaba que había un buen hombre con una rica vida espiritual y preocupado por la de sus amigos. Habían sido amigos durante muchísimos años y, ya estando todos mayores, este buen hombre se propuso que, ninguno de ellos falleciera sin recibir los últimos sacramentos.
Pensó de qué manera podía conseguir aquello, y parte de la estrategia fue hablar con las esposas de sus amigos, para así poder coordinar cualquier asistencia de un sacerdote cuando se necesitara.
Fueron falleciendo uno a uno sus amigos y, gracias a Dios, todos pudieron ser atendidos por un sacerdote, recibir los últimos sacramentos, morir en paz. Este hombre estaba muy contento.
Pero llegó el momento de aquel amigo suyo, que normalmente se había negado a asistir a algún medio de formación espiritual, a participar de alguna ceremonia piadosa o lo que se le pareciera; este hombre era reacio a cualquier cosa que tuviera que ver con Dios.
¿DE QUÉ ME SIRVE UNA ESMERALDA?
Recibió la llamada de la esposa del convaleciente, vio si conseguía algún sacerdote… entiendo que el sacerdote llegó, pero aquel enfermo se negó a ser atendido.
Ya una vez fallecido, este buen hombre se acercó a la cama donde estaba el cuerpo inmóvil de su amigo y le llamó la atención que una de sus manos estaba cerrada en un puño, un puño pétreo.
Entonces se acercó e intentó abrirle el puño. Le costó, porque ya se ve que éste lo había cerrado con mucha fuerza, pero poco a poco consiguió ir soltando cada uno de los dedos, hasta que se pudo ver cuál era el contenido; en la palma de su mano descubrió una esmeralda.
Aquel buen hombre, se echó a llorar y le decía dirigiéndose a su amigo ya fallecido: “¿¡y ahora de qué te sirve una esmeralda!?”
Parece mentira, ¿no? Pero ya se ve que es más común de lo que uno piensa. Y común en hechos extremos como estos de la esmeralda y del abrigo, pero también en hechos cotidianos, como este del joven que se aferra a sus posesiones en lugar de aferrarse a Tu mano, Jesús.
Ahora, más que pensar que parece mentira, lo que deberíamos de hacer es preguntarnos cuáles son nuestras esmeraldas o cuáles nuestros abrigos.
Al mismo tiempo, no dejes de voltear a ver el ejemplo de aquellos que han sabido poner el corazón en Jesús y desprenderse de los bienes de la Tierra, sin necesidad de despreciarlos o verlos como algo malo, sino simplemente sabiendo que para el viaje que tienen que emprender hacia la Vida Eterna aquello resulta un peso muerto, al que no vale la pena atar el corazón.
VIVIR Y MORIR POBRE
En esto, inevitablemente para mí, es un gran ejemplo San Josemaría. Y un resumen de su vida es la siguiente consideración: “vivir y morir pobre, aunque tenga millones a mi disposición” (Forja).
Ese es el desprendimiento, la pobreza, que Dios nos pide a la gran mayoría de las personas. “Pobreza que radica, más que en el no tener, en el andar desprendido, ligero de equipaje, usando las cosas sin considerarlas como propias, careciendo de lo superfluo, no quejándose cuando falta lo necesario, eligiendo para sí lo peor, no creándose hábitos confortables.
No permitiéndose caprichos, no apegándose a lo que a diario se utiliza: sea el reloj, sea la camisa, sea un carro, sea una habitación, sea la fotografía de un ser querido… (…)
Durante toda su vida, se ejercita en el aprendizaje de saber no tener, aun teniendo. No sería exacto decir que Escrivá no tiene. Más cierto es decir que Escrivá no posee.
No quiere sentirse dueño ni propietario de nada, por eso cuida las cosas como si las tuviera en depósito y hubiese de traspasarlas íntegramente a otros, a los que vengan detrás.
Y así, no subraya los libros, no maltrata la ropa, abre y cierra las puertas no con el descuido del andar por casa sino con la delicadeza que lo haría estando en la casa de otro… (…)
¿QÚE HEMOS GUARDADO?
Cuando haya que vaciar su armario, después de su muerte, se quedarán asombrados al comprobar que el Padre ha vivido, realmente, con lo mínimo indispensable de posesiones…
¿Qué hay allí dentro? Colgadas en sus perchas, la sotana, una chaqueta de punto, una vieja capa de paño que muchos años atrás le regaló un militar, y los pantalones bombachos que lleva bajo el traje talar; los zapatos, la ropa interior, unos cuantos calcetines, unas camisas sin cuello.
En unas cajas pequeñas, y apilados con exquisito orden, varios puños, alzacuellos blancos y pañuelos de bolsillo. Una bufanda negra de lana. Una fusta de cuero, que utiliza para disciplinarse. Y una cajita de costura, que usa para coserse algún botón.
Cinco o seis minutos bastan, a la hora de recogerlo y guardarlo todo con cuidado. Un exiguo equipamiento indumentario.
Nada más y nada de más. Es, al pie de la letra, el zumo de aquellos versos de Antonio Machado:
“Y cuando llegue el día
del último viaje,
y esté al partir la nave
que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo,ligero de equipaje,
casi desnudo, como
los hijos de la mar”
(cfr. Pilar Urbano, El hombre de Villa Tévere).
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