Hoy leemos en el Evangelio de la Misa estas palabras tuyas, Jesús.
“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos, si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano”.
Esta primera parte del Evangelio nos anima a que seamos personas que nos ayudamos entre nosotros, que nos demos consejos, que, por lo tanto pidamos consejo también, y que aún cuando no se nos pidan con educación y como dice aquí a solas, pues sí consideramos que alguien está yendo por un camino equivocado, respetuosamente y sin invadir ámbitos que no nos tocan, pero que podamos advertirle, mira, por ahí te vas a chocar, por ahí te puedes caer, por ahí no va a terminar bien aquello, te lo digo con cariño, para que seas más prudente, no sé.
AYUDARNOS UNOS A OTROS
O sea, tener la fortaleza para ayudar a los demás aun cuando no nos lo pidan. Esto es lo que nos propone el Señor. Yo creo que esto, claro, requiere que uno esté dispuesto a ser, pues eso, ayudado, aun cuando no se lo esperaba. Y hace falta pues humildad, porque obviamente no somos perfectos y nos puede pasar a todos que en algún momento, pensando que vamos bien encaminados, terminemos más bien haciendo un recorrido que no sea el mejor.
Entonces, la humildad para poder recibir orientaciones, consejos, experiencias y a veces correcciones de los demás. Todo eso es para nuestro bien. Y bueno, es algo cristiano. Yo creo que cuando nosotros vemos a un niñito que hace cosas malas y que sus papás no intervienen para formarlo, para educarlo, no nos parece tan bien, porque en parte expresan que no lo quieren tanto, o lo quieren de una manera desordenada. Entonces creo que nos parece razonable, por supuesto, esto que tú nos estás aconsejando, Señor.
HUMILDAD PARA RECIBIRLA
Pero si es verdad que requiere fortaleza. Se hará, obviamente, del mejor modo posible. Pero… se hará. O sea, si tu hermano necesita, pues, corrígelo. Y dice más el Señor,
“En verdad os digo que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo. Y todo lo que desateís en la tierra quedará desatado en los cielos”.
Si nos acordamos, hace poco hemos oído que esta potestad se la has dado tu Señor a san Pedro, es el fundamento de la autoridad del Papa en la Iglesia. Esta potestad de atar y desatar, de tomar decisiones que tienen eficacia en el cielo. Y bueno ahora nos lo dices a todos, lo cual es una responsabilidad.
Nosotros a nuestro nivel, en nuestro ámbito, podemos tomar decisiones que tienen consecuencias en la vida eterna. También eso nos pone ante la responsabilidad de nuestra libertad, donde efectivamente las cosas se deciden, soy yo quien doy el paso. Y en realidad, si lo pensamos bien, no hay decisión indiferente.
NO HAY DECISIÓN INDIFERENTE
Aún en las cosas más ordinarias, igual tengo que decidir, hago esto, no hago esto, miro esto o no lo miro, leo, no leo, escribo, no escribo. Bueno, todo eso tiene consecuencias en el cielo. O sea, me acercan a ti, Señor, o me alejan de ti. Y termina el Evangelio diciendo,
“Os digo, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que esté en los cielos”.
La fuerza de la oración está garantizando Dios mismo que la oración es escuchada, más todavía si hay dos que rezan en la misma línea, por la misma intención y mejor todavía en el mismo momento por eso. Y gran parte de la oración de la Iglesia no es solitaria, son las misas.
En cada misa suele haber gente y ahí hay efectivamente un poder que se suma al de Dios, porque en la misa el que reza es Cristo mismo, eres tú Jesús, y ahí nos sumamos los demás, de manera que ya no sólo eres tú, sino con alguien más, y muchas veces estamos más, obviamente, que dos personas. Por lo tanto, se entiende esta frase conclusiva,
“Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos”.
LA PRESENCIA DE DIOS
Es esa maravilla de la presencia de Dios en la que creemos los católicos. Dios está presente, Dios me está mirando, Dios me escucha, Dios se alegra con mis decisiones, Dios está contento, Dios me ve llegar a la misa, Dios me escucha que me acuerdo de Él a la hora de acostarme, y rezo cuando voy a tomar los alimentos. Me acuerdo de Ti, Jesús, y Tú te alegras.
“Donde dos o tres están reunidos en mi nombre ahí estoy yo en medio de ellos”. Qué maravilla saber que estás en medio de nosotros Jesús y poder realmente caer en la cuenta de lo que significa esta presencia tuya. Tú traes el cielo contigo. Creo que la atmósfera de nuestras casas, de nuestras oficinas, de nuestros carros, de nuestros ambientes pueden enriquecerse y embellecerse con sólo tener presente que Dios está ahí.
Así como pasaba en la familia de Jesús, María y José. Ellos, San José y la Virgen Santísima, se movían con ese dato, Jesús está aquí. Pues creo que nosotros también podremos movernos con esa certeza, Jesús está aquí. Y porque está aquí pues todo se ilumina, todo se llena de su serenidad y de su paz.
Vamos a pedir a nuestra Madre la Virgen Santísima y a San José, que nos ayuden a tener esto siempre presente.
Deja una respuesta