El Evangelio de san Mateo nos transmite una parábola del Señor, de Jesús, que trata de un hombre que, al marcharse de su tierra, llamó a sus servidores y les entregó sus bienes.
Dice el evangelio:
“A uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según sus talentos.” (Mt 25, 15)
Esos talentos que Dios nos da, son cualidades que tenemos todos, cada uno, distintas e iguales, en parte para cumplir nuestra misión en el mundo. Es innegable que todos hemos recibido talentos.
Ninguno tiene todos los talentos, cada uno tiene los propios, de un tipo o de otro, en mayor o menor intensidad, pero siempre los necesarios para cumplir nuestra propia misión en el mundo.
Lo primero frente a esta parábola, es alegrarse y agradecer los dones recibidos, y aprovechamos para agradecer a Dios en este momento de oración.
HACER FRUCTIFICAR LOS TALENTOS
Y lo segundo, es considerar que esos talentos se nos entregaron para hacerlos fructificar.
El que había recibido cinco talentos, dice el Evangelio:
“Fue inmediatamente y se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco. Igualmente, el que había recibido dos, ganó otros dos. En cambio, el que había recibido uno se fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor.” (Mt 25, 16-18)
De inmediato la parábola nos habla del desenlace que ya conocemos:
“Del que había recibido cinco talentos, presentó otros cinco, diciendo: «Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado.» (Mt 25, 20)
Lo mismo pasó con el que había recibido dos, y en cambio el que había recibido uno, le dijo:
«Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste. Por eso me dio miedo, y fui y escondí en tierra tu talento. Aquí tienes lo que es tuyo.» (Mt 25, 24-25)
Los primeros se llevaron una alabanza de su amo:
«¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor.» (Mt 25, 23)
UN TESORO O UN PROBLEMA
En cambio, el que había recibido uno y lo había escondido sin hacerlo fructificar, se llevó el reproche del amo, que le respondió:
«Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí; debías, pues, haber entregado mi dinero a los banqueros, y así, al volver yo, habría cobrado lo mío con los intereses, por lo tanto, quítenle el talento y déselo al que tiene diez.” (Mt 26, 27)
Una reflexión inmediata que podemos hacer en este momento de oración, es que los siervos que recibieron cinco o dos talentos, lo consideraron como un tesoro no como un peso.
El que recibió uno, lo consideró como un peso, como un problema, como una dificultad, como algo sobre añadido que tenía que llevar además de sus muchas preocupaciones diarias, de sus muchas ocupaciones diarias.
Por eso dependerá de la fe que tengamos, de esa profunda convicción como la que tuvieron los primeros cristianos, que heredaron los primeros cristianos.
Como los Apóstoles, que consideraban todo lo que Dios les había regalado como una ganancia y hacía felices sus corazones.
Los orientaba hacia una plenitud y una vida, que ni siquiera la muerte podía quitarles, y que ellos no pueden dejar de compartir.
Por supuesto que negociar con los talentos hay un riesgo, hay que enfrentarse con desafíos, con dificultades, es más simple aparentemente enterrarlo.
Pero demuestra que cuando uno lo entierra que no hay una convicción, ni un amor profundo por dar fruto y por cumplir la propia misión.
EL SUEÑO DE SU SEÑOR
Los apóstoles y los primeros cristianos trabajaron por el sueño de su Señor, ¡y fueron felices, corriendo ese riesgo, superando los miedos y con todo el esfuerzo y con toda la dificultad que había que poner para hacer fructificar los talentos!
En cambio el siervo malo y perezoso, no fue feliz ni antes, ni durante, ni después porque tenía una visión negativa, una visión individualista y cobarde.
Entonces queremos todos aceptar con gran alegría esos talentos que hemos recibido, hacerlos fructificar, luchar cada día, porque esos talentos me enriquecen a mí, pueden enriquecer a los demás y principalmente porque dan gloria a Dios.
De ahí arranca lo que tradicionalmente en la espiritualidad cristiana, se ha llamado: “la lucha interior.”
La lucha interior, que no es un peso cuidar los talentos, sino que hacerlo rendir para gloria de Dios y para gloria de los demás, que es un honor.
Eso a veces supone un trabajo, un sacrificio, un esfuerzo profundo, para que la gracia de Dios llegue a todas partes.
El cristiano tiene la convicción de que es fruto de una llamada y que la propia vida consiste en una tarea en el mundo y para el mundo.
Nuestra vida espiritual, la idea que tenemos del apostolado, cambia cuando la consideramos desde esta perspectiva.
No es algo sobre añadido, no es una carga, sino que el Señor nos ha buscado y nos envía al mundo, para compartir a través de nuestros talentos, la gracia inmensa de la salvación que Él nos ha ganado.
Por eso tú y yo en la presencia de Dios podemos considerar: “Soy cristiano porque Dios me ha llamado y además me ha enviado.”
DARNOS CUENTA DEL AMOR DE DIOS
Y desde el fondo del corazón, movidos por la fuerza del Espíritu Santo, queremos contestar con las palabras del salmista, en el Salmo 40:
“Aquí estoy Señor, para hacer tu voluntad.”
El gran motivo de la lucha diaria, del esfuerzo diario es darnos cuenta del amor de Dios, que nos ha regalado talentos, y querer hacerlos rendir para alcanzar esa sonrisa de Dios, para con nosotros y para con los demás.
Y tener la ilusión de que algún día, también Dios nos pueda decir, o cada noche incluso, nos pueda decir:
«¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor.»
Dios nos envía, aunque tengamos miserias, muchas veces los apóstoles se presentan como hombres con miserias, lo mismo nosotros.
No tienen una especial preparación intelectual, pero Jesús los envía, los envía porque sabe que ellos se van a esforzar, van a luchar y tienen muy claro, una gran convicción.
Ellos saben que Jesucristo, el Señor, ha muerto y ha resucitado por cada uno de ellos, que les ha entregado el don del Espíritu Santo y que cuenta con ellos para que esa salvación llegue al mundo entero.
ACOGER LA LLAMADA DE CRISTO
Podríamos preguntarnos: ¿Hay mejor motivo para esforzarse? ¿Hay mejores motivos para corresponder que esto?
No es cuestión de preparación, ni de tener unas condiciones excepcionales para ser un buen cristiano, para el apostolado.
Se trata sencillamente de acoger la llamada de Cristo, de abrirse a su don y de corresponder con los propios talentos, con la propia vida, del mejor modo posible.
Es el mismo san Pablo el que nos recuerda a cada uno de nosotros, el Señor nos eligió:
«Para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor.» (Ef 1.4)
Por eso queremos esforzarnos siempre por amar mejor, ya para terminar podemos leer unas palabras de san Agustín, de uno de sus sermones:
¿Qué es andar? Brevemente contesto: avanzar. Examínate a ti mismo, que siempre te desagrade lo que eres, si quieres llegar a lo que todavía no eres. Pues cuando te agradaste a ti mismo, ahí te quedaste. Pues si dijeras basta, en ese momento has perecido. Crece siempre, camina siempre, avanza siempre. No te quedes en el camino, no vuelvas atrás, no te desvíes. Se queda quien no avanza, retrocede quien vuelve a las cosas que había dejado. Se desvía quien apostata. Es mejor andar cojo por el camino, que correr fuera del camino.
Podemos acudir a María, a la Virgen, ella que usó tan plenamente sus talentos, los grandes talentos que Dios le había dado.
Que nos ayude también a nosotros en este maravilloso desafío de usar bien los talentos, por amor a Dios.
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