LA MISMA FRECUENCIA
Bueno, quería contar para empezar este rato de oración, una anécdota de mi vida pasada. No es que yo me haya reencarnado, sino que es que mi vida pasada, yo antes de ser sacerdote, fui ingeniero.
Resulta que en la carrera de ingeniería había una materia llamada “Vibraciones Mecánicas”. El nombre ya te dice que es espectacular esa materia, aunque el título no lo parezca.
Pero en esa materia muy interesante, resulta que en un examen había un ejercicio que tenía dos equipos: dos máquinas y esas máquinas estaban vibrando.
El ejercicio consistía en calcular, con unos datos que daban allí, cuál era la frecuencia de vibración de esas máquinas. Había que ver si estaban vibrando con la misma frecuencia.
Yo hago mis ejercicios, utilizo las fórmulas, saco todos los valores y, ¡oh sorpresa! Las dos máquinas estaban vibrando a la misma frecuencia y, ¡perfecto! puse mi valor allí.
Entregué el examen y cuando me regresan la corrección, ¡caray, sorpresa! ese ejercicio estaba totalmente malo.
Obviamente fui a pelear al profesor, mire que el número estaba bien, las dos máquinas están vibrando a la misma frecuencia. Y el profesor me dice, sí pero una tiene un signo diferente al otro. Es decir una frecuencia era positiva y la otra era negativa, el mismo valor pero con diferentes signos.
Claro, yo en mi inocencia peleé, y le dije: ‘Mira, pero es solamente un signo, el valor está bien, el procedimiento está bien’.
Y dice: ‘Sí, pero es que en algo te equivocaste, porque esos dos equipos, cuando los pones juntos, resulta que los dos valores se anulan, porque tienen signo diferente’.
No hubo más que pelear, el profesor tenía totalmente razón del asunto. Me quedé con esa idea de que, dos cosas que tienen la misma frecuencia pero signo diferente, resulta que se anulan entre sí.
SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
Perdón por la explicación un poco larga, pero ¿por qué empiezo con esta imagen? Porque hoy estamos celebrando la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.
Y resulta que en esto de frecuencias, el corazón, la verdad es que sabe mucho. De hecho, uno mide la frecuencia cardíaca.
Comentaba que efectivamente, este ejercicio, podríamos tenerlo en mente muchas veces en nuestra vida, que hay que latir a la misma frecuencia del Sagrado Corazón de Jesús.
Uno puede engañarse muchas veces diciendo “pero es que estoy intentando latir a la misma frecuencia de ese corazón”… Sí, pero a veces puede suceder que lo esté haciendo con signo negativo.
Y resulta que al hacerlo así, nuestro corazón late de modo opuesto al de Jesucristo. Como decía este profesor, se anulan entre sí. Y qué pena, porque estamos hablando no solamente del latir del corazón, sino también estamos hablando del amor de Dios.
Qué pena sería que por descuido de nuestra parte, estemos anulando ese corazón que bombea amor hacia nuestras vidas.
AMOR QUE TRANSFORMA
Hoy estamos celebrando esta solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, y es una fiesta que nos invita a acercarnos a ese amor inmenso y transformador de Dios. Ese corazón que late por cada uno de nosotros.
Y lo que late, lo que bombea, es amor que no se cansa de amarnos, que está lleno de misericordia y de compasión. Lleno de paciencia.
Esta imagen no es solo es buena para cargarla como una fotografía o para tenerle una imagen de yeso en la Iglesia. No es una imagen lejana.
Resulta que en realidad, es una imagen viva, una imagen que habla directamente a cada una de nuestras vidas. A cada uno de nuestros sueños, de nuestros corazones…
Imagina por un momento un corazón que conoce cada una de tus alegrías pero también tus heridas, tus sufrimientos y tus preocupaciones… Tus dudas y tus miedos. Ese es el Corazón de Jesús.
Por eso vamos a preguntarnos el día de hoy, ¿qué tanto nosotros metemos ese corazón de Dios en todas nuestras cosas, en todas nuestras luchas? ¿Qué tanto queremos lo que quiere ese Corazón de Dios?
Vamos a preguntarnos también, ¿en mis sueños hay espacio para eso que quiere el Corazón de Dios?…
En el Evangelio de hoy de San Juan, de hecho encontramos una imagen muy bonita de lo que significa ese amor de Dios; porque leemos que, como incluso en la Cruz, cuando parecía que todo ya estaba perdido, que todo ya estaba consumado, el Corazón de Jesús seguía dando.
Que de su costado abierto traspasado por la lanza de unos de esos soldados romanos, mana agua y sangre.
ADORO TE DEVOTE
Te decía que esto es muy bonito, porque por una coincidencia muy chévere. Resulta que estamos celebrando esta fiesta de hoy, dentro de la Octava del Corpus Christi; y la Iglesia, habitualmente en esta Octava del Corpus, suele rezar ese himno Eucarístico del “Adoro Te Devote”.
En una de sus estrofas (que todo el himno es muy bonito) decimos que ˝Una sola gota de la preciosísima sangre de Cristo era suficiente para redimir a la humanidad entera”.
¡Qué asombroso! No solamente una gota así de preciosa es la Sangre de Cristo, sino que una sola gota, era más que suficiente para redimir al mundo entero.
Ahora comparamos eso con el Evangelio de hoy, donde el Señor no se conforma con una sola gota, sino que da hasta la última gota.
De su costado abierto manan agua y sangre. Y es que así es el amor, que no se conforma con el mínimo, que no se conforma con dar lo apenas suficiente, sino que lo da todo. Se da mucho más…
Yo creo que para que la fiesta de hoy no sea solamente contemplación etérea del amor de Dios, vamos a asombrarnos en primer lugar de lo mucho que nos ama Dios en lo concreto.
Es muy fácil decir “Dios te ama”, pero a veces nos cuesta muchísimo ver cómo se manifiesta ese amor de Dios en cada uno de nosotros.
DIOS SE MANIFIESTA
Vamos a ver varios ejemplos. El amor de Dios que se manifiesta cada vez que nos levantamos en la mañana. Que uno puede decir, Señor después de cómo me portes el día de ayer, de ver las cosas que pude haber hecho mejor ayer y que las hice mal… y que no me acordé de Ti.
¡Que asombroso Señor es tu amor!, que me da una nueva oportunidad de abrir los ojos cada mañana.
Y por si eso no es suficiente, otro ejemplo más, el Sacramento de la Confesión. Vemos que el amor de Dios es tan grande y paciente que nos da una nueva oportunidad cada vez que nos acercamos a ese tribunal del amor de la misericordia de Dios.
Ese corazón de Dios que nos dice, “muy bien vamos a empezar otra vez de cero, borrón y cuenta nueva”.
Y obviamente, lo que también consideramos especialmente en esta Octava del Corpus Christi, en la que estamos ahora, es el amor de Dios que espera. Y que espera allí en esa cárcel de amor que es cada Sagrario.
Dios nos ama, y esto, sin contar los innumerables favores que recibimos de parte de Dios a lo largo del día…
¡Nos ama de un modo asombroso!
Ahora volviendo a ese Salmo 115-116:
«Cómo le pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho» (Cf.).
LATIR CON LA MISMA INTENSIDAD
Bueno, y volviendo a esa imagen inicial el ejercicio del examen, hubiese estado perfecto, me hubiesen dado la nota completa, si las dos frecuencias hubiesen tenido el mismo signo.
Es decir, cómo pagar al Señor intentando que nuestro corazón lata a la misma frecuencia que la de Él.
El mismo signo y si es posible, la misma magnitud. Amar a los demás como los ama Dios. Tener paciencia con sus defectos, con sus miserias, con sus impertinencias.
¿Cómo vivir la generosidad con Dios en el dedicarle tiempo, en el ser sumamente piadosos, en el tener esa delicadeza de no ofender a alguien que nos quiere tanto que nos ama con tanta locura?
Latir a la misma intensidad y a la misma frecuencia, que el Corazón de Cristo…
Bueno, aquí yo creo que cada quien puede pedirle luces al Espíritu Santo, para ver cómo concretar esto…
Señor, ¿cómo puedo yo latir a la misma intensidad y a la misma frecuencia que Tu corazón…? No en signo negativo, porque se anularía el amor que me presentas, que me manifiestas y me ofreces.
Vamos a encomendarnos a nuestra Madre, porque en eso tenemos un ejemplo clarísimo de cómo debe ser esto. Nuestra Madre, cuyo corazón late a la misma frecuencia que el de su Hijo.
Madre mía, dame un corazón grande, generoso. Un corazón que sepa corresponder en cada instante a ese inmenso amor que Dios nos manifiesta.
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