ESCUCHA LA MEDITACIÓN

NOS VAMOS A JUICIO

Cuántas veces juzgamos a Dios y a los demás. Jesús, justo Juez, sufre la injusticia con tal de que nosotros no la suframos.

“No juzguen para no ser juzgados. Porque con el juicio con que juzguen se les juzgará, y con la medida con que midan se les medirá. ¿Por qué te fijas en la mota del ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en el tuyo? O ¿cómo vas a decir a tu hermano: «Deja que saque la mota de tu ojo», cuando tú tienes una viga en el tuyo? Hipócrita: saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás con claridad cómo sacar la mota del ojo de tu hermano.”

(Mt 7, 1-5).

“Te escuchó Jesús y pienso en Ti… cuántas veces te juzgamos a Ti”.

Sí, hacemos juicios del mismo Dios: “¿por qué esto?”, “¿por qué lo otro?”, “es que no lo entiendo”, “es que no me quiere”, “es que no le importa”, “es que se ha olvidado de mí”, es que, es que…juicios.

Y Jesús, justo Juez, nos tiene paciencia. Más que eso: nos tiene cariño.

Es la escena que se repite desde hace ya tanto tiempo. Porque los hombres seguimos sentando a Dios en el banquillo de los acusados y seguimos arremetiendo contra Él. Es absurdo, ridículo, penoso…, pero Jesús sigue ahí…

Todas las Semanas Santas (y cada vez que rezas un Vía Crucis) lo recuerdas.

¿Te acuerdas la escena del juicio de Jesús? Es bueno que te metas ahí.
“Yo estuve en el Sanedrín. Y tú también. Pues cada vez que hemos juzgado a un hermano nuestro, a Cristo hemos juzgado. ¿Acaso no dijo Él: En verdad les digo que cuanto hicieron a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron (Mt 25, 40)?

JUZGAR

JUZGAR, ORAR SER AMIGOS DE JESÚS

Es a Cristo a quien juzgamos y condenamos cuando lo hicimos con nuestros semejantes. Además, si no hemos tenido reparo en juzgar así a nuestro prójimo, ¿podemos estar seguros de que no hubiéramos hecho lo mismo con el Hijo de Dios? Desde el momento en que juzgamos nos erigimos en dioses, usurpamos el trono de Cristo, y a Él lo relegamos a la banqueta del reo.

No estemos, por tanto, seguros de haber sido con Él más justos de lo que lo hemos sido con nuestros hermanos. Tú y yo estábamos allí, en el Sanedrín, en ese Sanedrín del mundo capaz de condenar a muerte a su Creador. Y Jesús abrió sus ojos y allí nos vio.

¿Qué movió a Jesús a dejarse juzgar injustamente por los hombres? Una sola cosa: el deseo de que tú y yo, que justamente hemos merecido condenación eterna por nuestras culpas, no fuéramos juzgados.

Él padeció injusticia para que nosotros no pereciésemos bajo la justicia de Dios. Para entender tanto Amor, quizá tengas que asistir, al menos en oración, a ese juicio que te ha sido ahorrado. Mira cómo eres llevado ante el Juez, y escucha a Satanás enumerar, una por una, todas tus culpas. Ahora no necesita mentir: realmente cometiste esos pecados.

¿Quién abogará por ti, si Jesús no ha venido a salvarte y no ha padecido la injusticia? ¿Serán tus abogados criaturas tan pecadoras como tú? ¿Qué defensa puedes esperar de ellos? Escucha ahora al Juez, que en justicia te condena al Abismo. ¿Acaso podrás presentar alegación?

¿No sabías, cuando pecaste, que lo que hacías te avocaba a la condena? Tendrías que sepultarte en el Infierno por tu propio pie, movido por la vergüenza. Pero, para que eso no suceda, para que tengas una defensa en aquel día, para que puedas presentar ante el Juez los méritos que te salven, está Jesús padeciendo injusticia con la mansedumbre que repare tus culpas.

NADIE NOS AMA COMO JESÚS

la higuera

Él será tu abogado, y Él mostrará ante el Juez que ya ha pagado tu castigo. ¿Alguien te ha amado alguna vez de esa forma?” (cfr. Cristo en su pasión, José-Fernando Rey Ballesteros).

¡Nadie me ama como Tú me amas Señor! Y te dejas juzgar por mí, porque te juzgo directamente a Ti o porque te juzgo cuando juzgo a los demás, viendo la mota del ojo de mi hermano, y no reparando en la viga que hay en el mío…

Por eso que aleccionadoras las palabras que pronuncias a continuación:

“Todo lo que quieran que hagan los hombres con ustedes, háganlo también ustedes con ellos: ésta es la Ley y los Profetas.”

(Mt 7, 12)

¿Te acuerdas de la curación del paralítico en la piscina de Betesdá? “El pobre paralítico hacía treinta y ocho años que no caminaba. Aquellos judíos, en vez de mirar lo admirable del hecho, pusieron su antojadiza atención en lo negativo: ¡Es sábado y no te es lícito llevar la camilla!

A pesar de contemplar con sus propios ojos un milagro médico de extraordinario calibre, en vez de acercarse al ex-paralítico para congratularse y compartir su alegría, muestran desagrado e invocan la trasgresión de un precepto: ¡Es sábado y no te es lícito llevar la camilla!

Su mente deformada vislumbra el hecho noble de la curación como malo, desagradable y negativo. En vez de atender a las piernas que caminan milagrosamente, centran su mirada en la mano que transporta aquella desvencijada camilla; con el estilo propio de los aguafiestas, no permiten que aquel hombre pueda festejar en paz su curación.

Y nosotros debemos estar prevenidos contra esta tentación frecuente, que nos lleva a tener reacciones confusas y pecaminosas, propias del espíritu amargo que no sólo se entristece ante el bien ajeno, sino que se enoja y actúa de modo abiertamente violento. (…)

ALEGRARSE CON LOS QUE SE ALEGRAN

Las malas reacciones de nuestro temperamento puede que no sean sólo fruto de la envidia entendida como tristeza ante el bien ajeno, sino del espíritu amargo que se enoja ante el bien ajeno.

La Madre Teresa de Calcuta decía que la envidia no es el peor pecado, sino el odio, ya que alegrarse del mal ajeno (envidia) no es lo mismo que querer el mal ajeno (odio); y esto debemos tenerlo en cuenta cuando el temperamento se enrarece no sólo con tristezas, también con explosiones violentas y amargas que podrían reflejar rencores mal curados o resentimientos. (…)

Recuerdo que con motivo de un aniversario de mi sacerdocio, un amigo me regaló un pequeño burrito con anteojeras, de ésas que impiden al animal mirar a los lados. Y cuando le pregunté el sentido, me dijo: ¡Para que en tu vocación no sólo no mires hacia atrás, sino tampoco a tus flancos!

Fue una gran lección porque, en efecto, si bien no es malo que los cristianos miremos de tanto en tanto hacia atrás o a los lados… para aprender y obtener experiencia, tampoco es bueno que todo el tiempo nos comparemos con el prójimo, especialmente cuando se trata de contemplar éxitos que ponen en peligro, dentro de nuestra imaginación, el propio prestigio; (…) en la vida corriente un ingeniero puede estar molesto por el justo premio que le dieron a un compañero de oficina, o la mamá de un niño entristecerse porque el hijo de su amiga ganó la bandera en el colegio.

En todo caso, un buen modo de contrarrestar esta tentación consistirá en pedir a Dios que esculpa en nuestro corazón el lema paulino: Alégrense con los que se alegran y lloren con los que lloran” (En presencia de Dios, Enero, Pedro Jose María Chiesa).

APLAUDIR LO QUE OTROS HACEN BIEN

“Cuentan que en una antigua casa de un herrero de Zurich está impresa esta leyenda, que aún hoy puede ser vista: «Si hubiese que poner un candado a toda boca mala, entonces la noble herrería sería el primer gremio de la tierra». (…)

Es [prácticamente] imposible detener la maledicencia de otros. (…) No conviene, por tanto, preocuparse de lo que otros digan. Más bien, hay que ocuparse en frenar la propia antipatía y sofocar de raíz la murmuración en nuestra alma. (…)

Podemos preguntamos si estamos en disposición de aplaudir lo que otros hacen bien. ¡Cuántas veces procuramos deslegitimarlo para quedar en mejor posición o que se subraye lo bien que hacemos nosotros las cosas!” (Siempre con Él 4. Tiempo Ordinario. Semanas VI-XIII, Fulgencio Espa; Antonio Fernández; Fernando del Moral).

Termino con una sugerencia retadora. Te animo a que reces de la siguiente manera: “Señor, que me vaya bien en todo y a todos los demás mejor que a mi…”


Citas Utilizadas

Gn 12, 1-9

Sal 32

Mt 7, 1-15

Cristo en su pasión, José-Fernando Rey Ballesteros

En presencia de Dios, Enero, Pedro Jose María Chiesa

Siempre con Él 4. Tiempo Ordinario. Semanas VI-XIII, Fulgencio Espa; Antonio Fernández; Fernando del Moral

Reflexiones

“Señor, que me vaya bien en todo y a todos los demás mejor que a mi…”

Predicado por:

P. Federico

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