Probablemente este rato de oración ayudará mucho a aquel padre de familia, aquella mamá, papá, que rezan mucho por sus hijos. Que le piden a Dios permanentemente por sus hijos porque tienen alguna intención especial, alguna necesidad perentoria.
Jesús, hoy te vas a encontrar con una madre que implora por su hija. Vamos a mirar cómo nos lo cuenta san Marcos.
“En aquel tiempo, Jesús fue a la región de tiro. Entró en una casa procurando pasar desapercibido, pero no logró ocultarse. Una mujer que tenía una hija poseída por un espíritu impuro, se enteró enseguida, fue a buscarlo y se le echó a los pies.
La mujer era pagana, una fenicia de Siria, y le rogaba qué echase el demonio de su hija”
( Mc 7, 24-30).
EL MOMENTO OPORTUNO
Señor, ya sabes que siempre me gusta meterme en la escena para hacer oración. Me hubiera gustado omitir que esta hija estaba poseída por un espíritu. Me hubiera gustado simplemente leerlo así: “Una mujer tiene una hija necesitada y se enteró que Jesús estaba allí, fue a buscarlo, se le echó a los pies y le rogaba que curase a su hija, que ayuda hacia su hija”. Me hubiera gustado contarlo así. Pero lo leí tal cual como lo cuenta san Marcos.
Y lo primero es que ella se entera que Jesús está en la ciudad, pero no va a buscarlo entre la bulla y la gente, sino que espera el momento preciso, el momento adecuado, oportuno para ir a buscarte Jesús. Y eso es muy bonito y muy bueno porque te podemos buscar en cualquier momento, en cualquier lugar, en cualquier circunstancia. Siempre nos vas a atender.
Pero qué buenos son esos encuentros a solas en la intimidad de la oración, del silencio. Como muchas veces son estos ratos de oración en “Hablar hablar con Jesús”. O como muchas veces son esos ratos donde voy a buscarte Jesús a un oratorio, a un sagrario y me pongo de rodillas, y espero el momento para contarte lo que tengo en el corazón.
ENTRE LA GENTE
Me acordaba, por ejemplo, de encuentros bonitos entre la bulla y entre la gente; la hemorroísa. Esa mujer que entre el gentío te toca el borde del manto. O como la Verónica , que va y se mete ahí en el Viacrucis hasta que los soldados le dan una oportunidad y se cuela, y va a ponerse a los pies de Jesús. O como ese paralítico que van y descuelgan por el techo de una casa. Eso es entre la gente y la bulla que van, Señor, a buscarte y a ponerse a tus pies.
Pero esta mujer no. Esta mujer es como Nicodemo, más bien, que quiere buscarte en lo oculto, en el secreto de la intimidad de la oración. Y viene a pedir por su hija. Solo tú sabes, Jesús, la cantidad de oración que se le va al cielo cada día de una madre por su hija, de una madre por su hijo, de un padre por su hija, de un padre por su hijo. Debe ser mucha oración.
Y no solamente por hijos en tales edades o en edades adolescentes o en los niños, no, no, no. Hay mamás que tienen muchos años que piden por sus hijos que ya son viejos, adultos, mayores, muchos. Y Jesús por los hijos hace lo que sea. Hace poco veíamos como por ejemplo, Talita kumi ven a curar a mi hija y va. Busca a la niña, hace salir a todo el mundo de la habitación: Talita kumi… A ti te digo niña, levántate.
LA FE QUE NOS PIDES
Señor, te desplazas hasta el pueblo, hasta la casa, hasta la habitación, hasta la cama donde yace la niña para levantarla. Esa es la fe que tú nos pides. Esa es la fe que te pedimos también, Señor, que nos des. Que nos aumentes esa fe para que tengamos la confianza de que tú nos curarás, nos vas a levantar.
Esta mujer era pagana, era una fenicia de Siria y se le echó a los pies. Segunda cosa que me llama la atención, te va a buscar en lo secreto, en lo oculto y luego se echa a tus pies y te rogaba, te suplicaba. Señor, creo que cuando una mamá te pide por su hija, por su hijo, tú primero la escuchas, la atiendes, comprendes lo que le sucede.
Pero luego le haces una pregunta importante. Esa pregunta es ¿Confías en tu hija? ¿Confías en tu hijo? Y después puede seguir una conversación interesante; Señor, pero es que fíjate que es adolescente, que le pasa esto, fíjate que ya me hizo esto, es que le di un celular y le dije, cuidado solamente para él y ahora está hablando con un muchachito. ¿Cuántos años? Tiene 14 años y está hablando con un muchachito, Jesús….
CONFIAR
Señor, esa pregunta es importante ¿Confías en tu hija, confías en tu hijo? Le dices a tu hija y a tu hijo, decide tú, piensa tú ¿Qué quieres? ¿Qué vas a hacer? ¿Qué opinión tienes? Porque así vas a ayudarle a crecer a ese hijo, a esa hija. Qué bueno cuando una hija o un hijo llega a contarle cosas a sus papás. Siempre hay uno que es un poco más confidente, se dice que esa figura es más de la mamá, pero conozco muchos papás que son unos confidentes tremendos, se pasan, son casi unos cómplices, son los mejores, los mejores.
Señor, en este ratico de oración te pido para que los padres sean amigos de sus hijos. Educadores sí, por supuesto. Papá y mamá, sí, padres, autoridad moral, sí. Pero que sean amigos. Y eso exige mucha comprensión, mucha prudencia, saber enseñar, desde luego, pero sobre todo saber querer.
¿Y cómo se hace eso? Yo no le voy a enseñar aquí a los papás, Señor, eso se tiene que aprender. Dando buen ejemplo, muy buen ejemplo. Queriendo mucho a mamá, que papá quiera mucho a mamá y mamá quiera mucho a papá, y que se les note además. No es buena la imposición autoritaria y violenta del papá hacia el hijo, de la mamá hacia la hija o hacia el hijo. Para llegar a ser amigos es importante confiar.
RESPETAR SU LIBERTAD
Que se confíe, que los hijos puedan confiar a sus padres las inquietudes. Que esas inquietudes, esos problemas, esperen en papá y mamá, de pronto una luz, una ayuda eficaz, amable. No una autoridad, no un mandato imperativo. Sino una luz, un empujoncito. Que ese hijo se sienta animado. Que descubra la verdad, que descubra la luz, que descubra la bondad que hay allí delante y decida seguir por ahí libremente.
Qué importante, por ejemplo, también es el tiempo con los hijos, estar con los hijos, hablar con ellos, son lo más importante. Lo más importante, más importante que los negocios, que el trabajo. Más importante que el descanso. Y en esas conversaciones que tienen su momento, que tienen su espacio, escucharlos, esforzarse por comprenderlos, saber reconocer.
Esto lo decía san Josemaría en una ocasión:
“Saber reconocer la parte de verdad – o la verdad entera – que pueda haber en algunas de sus rebeldías. Y, al mismo tiempo, ayudarles a encauzar rectamente sus afanes e ilusiones, enseñarles a considerar las cosas y a razonar; no imponerles una conducta, sino mostrarles los motivos sobrenaturales y humanos que la aconsejan. En una palabra, respetar su libertad, ya que no hay verdadera educación sin responsabilidad personal, ni responsabilidad sin libertad”
(Es Cristo que pasa, n 27).
ESCUCHAR
Esto es muy bonito, da muchas luces porque es un consejo muy sabio. Y te lo pedimos, Señor, te pedimos que nos ayudes a escuchar a los jóvenes, que los padres escuchen a sus hijos. Jesús termina escuchando y atendiendo el ruego de esta mamá, desde luego. Pero esta mamá, en esa conversación cálida con Jesús, se va decidida a ser amiga de su hija. Sabe que tendrá mucho fruto y sabe que será complicado, que será una tarea que a ella le va a costar porque tiene que confiar más en ella, respetar más la libertad de su hija.
Bueno, Señor, gracias por este ratico de conversación. Acudimos a tu Madre, la mejor de las madres, y le pedimos a Ella que nos ayude. Podemos terminar este ratico de oración con esa oración tan poderosa, queda mucho sosiego y mucha paz al alma:
Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestra asistencia y reclamando vuestro socorro, haya sido abandonado de vos. Animado con esta confianza, a vos también acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes; y, aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante vuestra presencia soberana. Oh Madre de Dios, no desprecies mis humildes súplicas, antes bien escuchadlas y atendedlas benignamente.
Amén.
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