Estas palabras resuenan con especial fuerza hoy, cuando conmemoramos el 50 aniversario del fallecimiento de san Josemaría Escrivá. Medio siglo después de su partida al cielo, su vida sigue siendo un faro que ilumina el camino de miles de almas que buscan santificarse en lo cotidiano.
Celebramos no solo la memoria de un santo, sino la continuidad viva de su mensaje: todos estamos llamados a ser santos, allí donde estamos. san Josemaría fue, y sigue siendo, un padre espiritual que enseñó —con su ejemplo— a descubrir a Dios en lo ordinario, a transformar el trabajo diario en oración, y a hacer del amor una entrega total.
Un rastro de santidad que permanece
Se dice que por donde pasan los santos, Dios pasa con ellos. Y ese paso deja huellas. san Josemaría fue una verdadera explosión de santidad. Su vida ha dado fruto en una constelación de personas que, inspiradas por su ejemplo, también caminan hacia el cielo.
Ahí están los beatos Álvaro del Portillo y Guadalupe Ortiz de Landázuri, y muchos más en proceso de beatificación: Isidoro Zorzano, Montse Grases, Dora del Hoyo, Ernesto Cofiño, entre otros. Y también están los santos «de la puerta de al lado», como los llamaba el Papa Francisco: hombres y mujeres comunes, que encontraron en el mensaje del Opus Dei una llamada concreta a vivir con Dios en medio del mundo.
San Juan Pablo II lo resumió así:
“El santo es el hombre veraz, cuyo ejemplo arrastra, interroga y entusiasma, porque manifiesta una experiencia humana transparente, llena de la presencia de Dios.”
Historia de un Sí
Su vida puede resumirse en una sola palabra: sí. Hay un libro infantil sobre él titulado precisamente Historia de un sí. Porque eso fue lo que san Josemaría supo decir una y otra vez, incluso cuando le costaba: a la muerte prematura de sus hermanas, a la ruina familiar, al abandono, al sufrimiento.
Aprendió a descubrir la voluntad de Dios en cada circunstancia. Repetía con frecuencia: “Omnia in bonum” —todo es para bien. Porque, como dice san Pablo, todo coopera para el bien de los que aman a Dios.
Y así, ese sí se fue haciendo cada vez más generoso: al sacerdocio, a fundar el Opus Dei, a vivir la cruz, a ser instrumento de una misión que no había elegido, pero que acogió con docilidad.
El Papa Pablo VI dijo de él:
“Es una de las personas que más gracias ha recibido de Dios… y que mejor ha correspondido a ellas.”
Un legado que sigue dando fruto
Hoy, a 50 años de su fallecimiento, la voz de san Josemaría sigue viva. Nos recuerda que la santidad no es para unos pocos, sino para todos. Que Jesús nos llama a cada uno, ahí donde estamos, y que nuestra respuesta puede transformar el mundo.
Señor, como san Josemaría, queremos decirte que sí. Que estemos disponibles para tu voluntad, que no sirvamos a otros señores, que sepamos luchar cada día por amor a Ti.
Que la lucha personal de cada uno —aunque pequeña y silenciosa— pueda mover también a los que están a nuestro alrededor. Porque la santidad es contagiosa, y porque vale la pena repetir hoy:
“Jesús, también queremos ser santos”.
Cincuenta años después de su partida al Cielo, la figura de san Josemaría sigue siendo una fuente inagotable de inspiración. Para mí, de manera muy personal y visible incluso en mi estado de WhatsApp, la enseñanza de «exprimirse como un limón» encapsula un ideal que él vivió hasta el heroísmo: entregarse por completo, sin reservas, por amor a Dios y a los demás. Estoy convencido de que este espíritu de generosidad radical, de dar hasta la última gota, es un eco profundo de la caridad de Cristo, y es lo que hoy mueve el corazón de tantas almas que buscan vivir la fe con la misma intensidad y alegría con la que él lo hizo. Su ejemplo nos impulsa a desear y a esforzarnos por alcanzar esa misma entrega total en nuestra vida cotidiana.